14- Señora Thompson

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—¿Qué tal la vida de casada? —se interesó Keana mientras avanzaba junto a Lauren por el pasillo de paredes blancas y moqueta azul de dibujos persas.

—No me puedo quejar —aseguró, demasiado tensa como para prestarle la debida atención.

—Y ella, ¿se puede quejar? —preguntó irónica.

—Ninguna mujer se me queja. Tú tampoco lo hiciste —respondió con la misma mordaz acidez.

—No es lo mismo un buen rato que toda una vida.

—No. No es lo mismo —reconoció Lauren al tiempo que ella se detenía ante la puerta de la suite y se volvía a mirarla.

—Te va a recibir sólo porque así lo ha dispuesto el senador. Y debes agradecerle la atención, pues hoy no es el mejor día para estas cosas. Está nerviosa, especialmente desde que, a las tres de la tarde, el presidente del Comité Nacional ha declarado inaugurada la convención. Y es comprensible. Esta noche la escucharán millones de americanos, si contamos los espectadores de televisión de todas las cadenas que van a retransmitir en directo.

—Lo entiendo. No la molestaré mucho rato.

En el interior, Camila aguardaba, de pie junto al escritorio y de espaldas a las magníficas vistas de la ciudad, respirando con suavidad para calmarse.

—La señora Jauregui, señora Thompson —dijo Keana cuando, tras atravesar el amplio recibidor, entró en el salón.

Camila descubrió entonces que el corazón podía irle más deprisa de lo que le había ido nunca y a pesar de ello no acabar estallándole. Los ojos verdes de Lauren se habían quedado clavados en ella mientras su magnetismo se adueñaba de la estancia.

—Es un placer, señora Jauregui. —Tragó saliva al tiempo que le tendía la mano—. Me ha sorprendido saber que trabajará con mi esposo.

Lauren se la estrechó largamente y con fuerza, como si pretendiera no devolvérsela nunca.

—Será una colaboración temporal, señora Thompson. No me agrada la política —dijo, incapaz de quitarle los ojos de encima, comprobando que en los últimos meses que llevaba pensando en ella no la había idealizado, que era tan hermosa como la mantenía en su recuerdo.

—No le agrada, pero es necesaria. Un buen político podría cambiar el mundo.

—Y uno demasiado ambicioso podría destruirlo —rebatió con imprudente lentitud.

Camila no quiso testigos de su desafío. Se volvió hacia Keana, que les contemplaba con curiosidad, tratando de discernir si la insólita tensión que creía percibir era real o sólo efecto de su exceso de celo.

—Puedes irte, Keana. Seguro que tienes cientos de cosas que hacer. Te llamaré si necesito algo.

La periodista asintió con un movimiento de cabeza y abandonó la estancia.

El gesto de Lauren se transformó en cuanto se quedaron solas. Sus ojos comenzaron a mirarla con descaro, mientras trataba de menospreciarla con una sonrisa cínica.

—¡Así que éste era tu juego! —Se volvió para contemplar el salón más grande y lujoso de cuantos había visto en una suite de hotel. Después, volvió a detenerse en los ojos inquietos de Camila—. Esposa del muy venerado senador por el estado de Virginia Stephen Thompson, dentro de unos días flamante candidato demócrata a la presidencia de la nación —concluyó con solemnidad.

—Lo siento —quiso justificarse ella—. Debí ser yo quien te lo dijera, pero no era fácil por...

—¡No, cómo se te ocurre! —continuó con la misma ironía—. Hubieras restado emoción al fantástico momento en que lo descubrí. Aunque, ahora que lo dices... — Se frotó la mandíbula como si realmente cavilara—. Saber que me estaba beneficiando a la esposa de un poderoso político hubiera tenido un excitante punto morboso del que las dos habríamos disfrutado, ¿no crees?

Donde Siempre es Otoño (Camren)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora