Epilogo

797 79 47
                                    




Me siento exhausto, sé que no es la primera vez que paso por esto, no obstante los nervios y estrés se hacen dueños de mí en estos momentos.

Trato de secar mis sudadas manos con el pantalón y por un segundo vuelvo al instante en que mi mujer me dio la noticia que seríamos padres.  Ella siempre ha traído vida y luz a la mía, me ha regalado un nuevo título, el de ser padre. 

Ha pintado de colores mi existencia y de risas mis mañanas.  Llevo mi mano al cabello, tratando de relajar el trotar de este corazón, que pide a gritos entrar en esa habitación y sostener la mano de Candy, sin embargo, esta vez se me ha prohibido.

El doctor dice que es de alto riesgo y que prefiere que no esté.  «Cómo si mi presencia molestara», pienso y vuelvo la vista a mi padre, quien con orgullo lleva en sus brazos aWilliam Albert Granchester.

Nuestrocaballerito de apenas 2 años y medio, un rubio de luceros azul cielo; tan idéntico a su homónimo. Nunca imaginé que un nombre le fuese tan perfecto a él. 

A pesar de que sus ojos cambian al color de los míos cuando está molesto, es la viva imagen de Albert, su apacible temperamento, su sonrisa y esa mirada tan limpia y cristalina... 

Ahora la duda de sí Candy es familia directa de los Ardleys, es mayor que nunca.  Mi hijo es la copia de mi gran amigo y padre de mi esposa.

Sonrió a mi pequeño, quien me abre los brazos para que le cargue, me dirijo a él y le doy un beso en la frente.  Temo dejarle caer por el alboroto de nervios que llevo sobremí. 

Un pequeño llanto hace que volteé a mi madre y a nuestra bella Maia*, mi berrinchuda de año y medio.  Mi pecosa dice que ella tiene mi carácter y que será la culpable de las canas que luciré antes de tiempo.

Nuestra revoltosa de cabellera castaña y ojos tan azules como la profundidad del mar fue el fruto de la impaciencia.  Sí, porque no esperamos pasar la cuarentena para estar disfrutando de la vida matrimonial.

Reconozco que me fue difícilaguantar la ausencia de mi mujer y bueno ya saben que una cosa lleva a la otra y la otra a nueve meses de embarazo.  Ahora entiendo la necesidad de esperar los dichosos 40 días, no obstante, en estos momentos estamos viviendo otra vez el resultado de la desesperación.

Mis hijos son la alegría de nuestra casa y la dicha de palpar aquello que llamanfelicidad; algo que por mucho tiempo juraba eraimposibleconseguir.

Con nuestra separación y mi vida junto a Susana, despejé cualquier posibilidad de ser feliz, de amar de esta forma tan intensa como la amo.

Tanto tiempo y dolor, ambos tuvimos que pasar para hoy estar juntos.  Hoy temo perderla, este, nuestrotercer embarazo, llegó igual que nuestra pequeña Maia, de sorpresa, sin embargo, algo no está bien.

Lo siento.  Mi corazón no para de latir y gritar su nombre.

Deseo llorar y no sé si de alegría o felicidad. 

«Candy por favor sé fuerte que te necesitamos tanto.  Sin ti no tengo rumbo, lucha mi amor, sea lo que sea que estés pasando.», pienso mientras lágrimas comienzan a surcar mis mejillas.

Camino a mi beba y beso su frente, mi madre se acerca más a mí y con la mano que no sostiene la niña me acaricia suavemente.

– Tranquilo hijo, ella estará muy bien. –susurra de forma suave y cariñosa.

– Temo tanto, nunca me habían evitadoparticipar del nacimiento de nuestros hijos. –confieso mi temor.

– Candy es muy valiente y una joven muy saludable.  No debes temer.

Vida... Dame vida...Donde viven las historias. Descúbrelo ahora