EL gran día parte 2 #16

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La música en el piano comenzó las notas de marcha nupcial de Mendelssohn, los ojos de todos voltearon hacia la parte posterior, mirando la puerta que lentamente se abría; con cada tonada el corazón del joven brincaba a la espera de poder ver lo que tanto ansiaba, su pecosa.

Los ojos Terry se abrieron grandemente al ver salir primero a Patty, la gordita como el le llamaba de jovencita. Al verla también recordó a aquel que aunque poco tiempo compartió junto a él llego a considerar la posibilidad de llamarle amigo, el inventor, Stear. No supo por qué, pero de repente entendió que debía de vivir cada minuto, cada segundo junto a quien sería ahora su esposa al máximo. Supo del dolor de la joven de anteojos como le llamaba también y por un momento pensó en lo infeliz que el mismo fuese si en su vida su sol, su cando no brillase. Se sintió mal por ella, por él, pero entendió el mensaje, nada es eterno y desde ahora en adelante cada segundo lo haría contar.

Por otro lado, Paty, bellamente vestida, se sintió feliz de poder acompañándolos este día tan importante para ambos, recordó la primera vez que vio a Terry, nunca imaginó que este día en el que viera a su mejor amiga a punto de casarse con el chico más insolente, irresponsable y orgulloso se hiciera realidad. Ella desde el momento en que los vio juntos supo que entre ello había algo, pero por su inmadurez le tomo tiempo entender que era amor.

Recordó a Stear, él le dijo que Candy hubo encontrado en Terry su alma gemela y que por más que muchos intentaran no podrían separarlo. El al principio pensó que su difunto primo era el destinado a compartir toda la vida junto a la jovencita que llegó un día y que cambió la vida de todos. Ese día ella recordaba que por primera vez sintió celos, celos de las palabras de Stear, celos del amor de Archie y celos de que ella hubo logrado atraer la atención de Terry. Pero luego todos esos sentimientos se esfumaron cuando Stear le dijo que eso era pasado y que él hubo encontrado otro amor, un amor que no cambiaría ni por miles Candies.

Su Stear fue el amor de su vida y juventud. Y aunque ahora estaba comprometida con un famoso editor de un periódico, nunca olvidaría a aquel que la hizo tan feliz en tan poco tiempo. Siempre llevaría su recuerdo en su corazón.

Los pasos de Patty eran bien lentos, la música para Terry parecía que se encontraba en tonada lenta, se moría de ganas de verla, de ver a su pecosa. Sus manos comenzaban a moverse de forma autónoma ante los nervios de joven duque, sus padres y amigos cercanos le miraban e interiormente reían al ver aquel que nada le hacía perder la compostura a punto de salir él mismo a abrir la puerta y traer la novia cargada al altar. La sola idea hizo que su padre colocara una mano sobre el hombro de su hijo para tratar de tranquilizarle, este intentó hablar, pero el tiempo se detuvo en el momento en que Candy de manos de la Hermana María salía por la puerta, verla así vestida de novia, su novia y en minutos su esposa era la realización de un sueño que hasta hace poco era imposible para él, demasiada la espera, demasiado el tiempo, demasiadas las ansias de poder al fin estar juntos por siempre.

Ella, su Candy, era la imagen de la perfección, su futura esposa era lo más bello que jamás hubo visto. Con sus ojos estudió cada detalle de la mujer que poco a poco se aproximaba a él, su blanco vestido, las flores en sus manos, el largo velo. Quería guardar esta imagen en su memoria como uno de los recuerdos más bellos de su vida.

La luz del sol hacía más brillante su dorado cabello, y para él ella era su ángel, aquel ángel que le hubo enviado Dios para darle vida a sus días grises.

¡Oh, es una santa! Cambien pues de oficio mis manos y mis labios. Ore el labio y otórgueme lo que le pido.*

¿Pero qué luz se deja ver allí? ¿Es el sol que sale ya por los balcones de levante? Sal, hermoso sol, y mata de envidia con tus rayos a la luna, que está pálida y ojerosa porque vence tu hermosura cualquier ninfa de tu coro. Por esa razón viste de color amarillo. ¡Qué terco es quien se arree con sus galas marchitas! ¡Es mi vida, es amor el que aparece! ¿Cómo podría yo decirle que es señora de mi alma? Nada me dijo. Sin embargo ¿qué importa? Sus ojos hablarán, y yo contestaré. **

¡No obstante qué atrevimiento el mío, si no me dijo nada! Los dos más bellos luminares del cielo le ruegan que los reemplace durante su ausencia. Si sus ojos relumbraran como astros en el cielo, su luz sería suficiente para ahogar los restantes como el fulgor del sol mata el de una antorcha. ¡Tal cascada de luz manaría de sus ojos, que haría despertar a las aves a medianoche, y corear su canción como si hubiese llegado el alba! Ahora coloca la mano en la mejilla. ¿Quién pudiera tocarla como el guante que la cubre?**-

- Hijo, respira no queremos matrimonio y entierro en un mismo día – Le susurró Richard a Terry con la idea de hacerlo salir de su trance.

- Padre, es que creo estar soñando. – Dijo el joven sin dejar de mirarla

- No, no lo estas hijo

Por su parte Candy estaba súper nerviosa, desde antes de abrirse la puerta para darle paso a lo que sería la fecha más importante de su vida, casarse con aquel que un 31 de diciembre le robase el corazón, aquel joven que fue capaz de cambiarle la vida y devolverle tanto en tan poco tiempo, aquel joven que tirado en la secunda colina de Poni le hacía enfurecer, reír y desear algo que nunca entendió.

Ahora ya adulta sabía que esos sentimiento que él despertó de joven tenían nombre y apellido; y que con nadie más podría jamás sentir lo que so mocoso engreído le hacía sentir. Entre pensamientos y cortos pasos, una leve sonrisa se aproximó a su rostro al recordar la vez que molesta le discutiera por estar fumando en su segundo colina de Poni. Se reía de sí misma por haberse hecho dueña de algo que nunca fue suyo.

Sus mejillas estaban más rojas que nunca la hermana María estaba muerta de la risa al ver como se comportaba la joven mujer, sus nervios eran visible desde lejos, su manos no podía dejarlas quieta y su labio inferior temblaba ante todo lo que estaba ocurriendo en este momento.

Al salir por la puerta, su primera visión fue Terry y aunque el velo le prohibiera ver claramente sabía que se veía muy buenmozo, aquel que le había cambiado la vida y le había devuelto la sonrisa, aquel que jamás pensó volver a ver y que sólo en sus sueños podía tener. Ahora, cada paso que daba hacía él, no escuchaba la música, no veía a los invitados y muchos menos sentía sus pies, sentía que cada paso lo daba sobre una nube suave y delicada que le llevaba hacía su futuro esposo.

En su caminar miles de recuerdos más pasaron por su cabeza: la primera vez, sus pleitos, la forma en que él hizo que ella lo amará como a nadie en el mundo y como ahora su sueño dorado se hacía realidad. Y Albert, como deseaba que él estuviese presente en este momento viendo como hoy ella era feliz junto a Terry. Cómo deseaba que su padre, tutor, hermano y sobre todo gran amigo fuese parte de este gran evento. Albert siempre cuido de ella desde pequeña, siempre la quiso ver feliz y hoy ella que era la mujer más feliz del mundo no podía compartirlo con él. Una lagrima bajó por sus mejillas de forma fugaz, los que la vieron pensaron que era por la emoción, pero ella sabía que estaba dedicada a su gran amigo.

La admiración ante la belleza de la joven novia fue uno de los temas de que hablar, al igual que el hecho de que quien le acompañase fuera una monja no un hombre como era la costumbre, al pasar por el lado de los asistentes más de una hubo deseado estar en su lugar, más de una miraba el plano abdomen de la joven buscando pruebas del por qué de la rapidez del matrimonio y más de uno hubo deseado ser el joven que esperaba por aquella rubia americana de ojos verdes.

La joven llegó hasta su futuro esposo, este le extendió la mano para ayudarla a acomodarse y ella se dejó guiar por él, quien sin dejar de mirarla le decía todo con su mirada. La Hermana María entregó a Candy a su futuro esposo y procedió a colocarse al lado junto a Patty quién en ese momento tomaba el enorme ramo de la joven novia para darle facilidad en sus movimientos durante la ceremonia. Las manos de los novios estuvo todo el tiempo entrelazadas, ninguno de los dos quería perder el contacto del uno con el otro.

El sacerdote comenzó la ceremonia con las palabras tradicionales, todos se sentían sumamente complacidos de ser parte de tan grandioso evento en la sociedad, los jóvenes novios no podían lucir más enamorados y felices.

Sin embargo un ruido agudo hizo que el sacerdote parara sus palabras y que toda la audiencia mirase hacia atrás. Los ojos de todos los allí presentes estaban inquietos y a la expectativa de que quien entrara iba definitivamente a cambiar el transcurso de la boda.

* ACTO PRIMERO - ESCENA QUINTA

** ACTO SEGUNDO - ESCENA SEGUNDA

Hola chicas, disculpen por las tardanzas... Intentaré terminar todos mis ficts... Gracias

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