Capítulo 31

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Inglaterra, Febrero 1899

Las náuseas no habían desaparecido con el cese del movimiento del barco. Al principio lo había achacado a las continuas tormentas que habían sufrido en alta mar, pero la realidad era otra bien distinta. Dos veces había viajado en barco. La primera vez que hizo la travesía de Boston a ese mismo puerto, el viaje estuvo cargado de angustia y temor, no obstante, ninguna clase de mareo la había afectado. En la segunda travesía estaba tan dolida que estuvo todo el tiempo encerrada en su camarote, y los síntomas del embarazo los había achacado al principio a su propia congoja. Pero ahora... ahora no había excusas. Le había dicho a su esposa que era frecuente en ella pasarse así los viajes por mar. Enferma.

No quería preocuparle, aunque ella ciertamente estaba preocupada. En el tiempo que había durado el viaje no la había tocado sexualmente ni una sola vez. Se había contentado con tenerla en los brazos y dormir juntas. Algo que les había sido negado hasta hacía bien poco. La falta de intimidad con su esposa la preocupaba. Cierto era que estaba débil. Que la comida apenas si la podía digerir, y que la mayor parte del viaje la había pasado en el catre del camarote, acostada y sin poder hacerse cargo de los pequeños.

Su suegra y sus cuñadas, benditas fueran, habían hecho su papel de madre con los pequeños. A penas si los había visto durante el tiempo que duró el viaje. Y los niños, lejos de crearle problemas, la habían visitado cada mañana para darle un beso, y regresar raudos a las distracciones que sus abuelos y sus tíos les proporcionaban.

«Ay, Dios ¿cómo le digo a Alex que vamos a ser mamás de nuevo?»

La primera que estuvo embarazada no pudo decírselo, y ciertamente para cuando fue a dar la noticia, era más que evidente. Jesús, ni siquiera tuvo la oportunidad de hacerlo. En cuanto le quitaron la capa era más que evidente lo que ocurría en su cuerpo.

—Seguro que fue una conmoción —dijo entre dientes.

—¿Qué fue una conmoción, cariño? —susurró una voz a sus espaldas.

Estaba tan ensimismada en sus propios pensamientos que ni siquiera había oído abrirse y cerrarse la puerta, tampoco los pasos de su esposa acercándose a ella.

—Eh, creo que estaba con la mente en otro sitio.

—Oh, ya lo creo que estabas con la mente en otro lugar. Solo espero que muy pronto tu mente y tu cuerpo estén conmigo en nuestra cama.

El intenso sonrojo de su mujer hizo que Alex riera a carcajadas.

—Pareces una virgen recién casada —dijo sonriendo—. Qué vergüenza. ¿Cómo lo explicaré? No puedo bromear con mi mujer sobre sexo sin que ésta se sonroje como una niña recién salida del colegio.

—Deja de decir ñoñerías —contraatacó ella—, es que me has pillado desprevenida.

Creía que no sería posible hacerla enrojecer aún más, pero se equivocaba. Estaba rojita como las amapolas. Volvió a estallar en carcajadas mientras la abrazaba y la besaba con intensidad. Ayudó a su esposa con el equipaje y se reunieron con sus familiares en la pasarela del barco. El aire de Inglaterra. Habían vuelto al hogar. Acunada por la brisa del mar, Inglaterra florecía a la luz del sol de la mañana como un diamante en el dedo de una mujer. Y, como una rosa florecía en los jardines, también floreció Piper aquella cálida mañana.

—Querida hermanita —dijo junto a su oreja y en voz baja su hermano Caleb—. Bienvenida al hogar.

—Niños —señaló Alex al tiempo que cogía a sus dos pequeños en brazos—. Saludad la tierra donde fuisteis concebidos, donde viviréis hasta que cada uno encuentre su destino.

Las caritas risueñas de los pequeños fueron imitadas por sus primos que se arremolinaban en torno a su padre y su tío.

Habían vuelto al hogar.

—Confío que nuestro próximo hijo nazca en nuestro hogar, ese que tanto he añorado —anunció Piper—. Por supuesto, siempre y cuando estemos aquí para el otoño —añadió con una sonrisa.

Gritos de felicitación se unieron a la ahogada exclamación de Alex.

—¿Qué pasa, mami? —preguntaron los niños cuando fueron depositados en el suelo y vieron a Alex coger por la cintura a su madre y dar vueltas como dos tontas en la cubierta del barco.

—¿Estás segura? —preguntó Alex con pasión.

—Lo bastante segura que puede estar una mujer.

—Eso quiere decir, hermana —señaló Frank dándole una cariñosa palmada en la espalda—, que no eres tan inútil como creía.

—Nada de inútil —confirmó Piper—. Me deja preñada con la mirada.

Una noche en la cama...

No creía lo que acaba de decir. Ante su sonrojo y confusión, todos estallaron en carcajadas mientras cinco niños miraban sin entender qué tenían que ver las miradas y las camas. 




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A unos minutos de terminar con esta historia 😢.

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