Capítulo 19

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Septiembre de 1897

La casa empezaba a caérsele encima, ya no aguantaba más el confinamiento. Si la situación no cambiaba pronto, iba a salir como fuese de allí. Aunque le fuese arrebatada la vida, que tampoco era vida lo que estaba viviendo, al menos, no la suya. Apenas si podía recordar quien era, pero sí que su mujer le acosaba en sueños, ansiaba su regreso. Lo podía sentir en el fondo de su corazón. Su alma anhelaba más que nada en el mundo estrechar entre sus brazos a su apasionada esposa.

Cinco años... cinco años había desperdiciado de su vida.

Años en los que no la había visto porque no se atrevía a buscarla. La amenaza de quien quería asesinarle estaba aún presente.

Dios, dolía.

La cabeza iba a estallarle nuevamente. Se recostó sobre el camastro. Los continuos dolores que sufría consecuencia de la explosión sufrida años atrás, aún causaba estragos en su persona, pero no podía continuar así ni un día más. Desde que supo quien era y qué era, los días se le hacían insoportables.

La imagen de una fantástica rubia con ojos de zafiro y totalmente desnuda entre sus brazos le hacía imposible dormir por las noches. La echaba de menos. Nunca creyó posible necesitar así a alguien, no de la manera en que la necesitaba a ella. Era un dolor lacerante instalado en el centro del pecho que a veces le provocaba falta de respiración. Jamás imaginó que los síntomas de amor fuesen tan viscerales.

El ruido de la puerta al abrirse le hizo ponerse alerta.

—Sobrina —sonó una voz enérgica—, murió, esa hija de puta está muerta y enterrada.

Alex saltó como un resorte del camastro donde estaba tumbado cuando dos hombres entraron en la estancia dando gritos de júbilo.

—Hola prima —dijo el más joven acercándose a él—. Me alegro ser yo el portador de la buena nueva.

Y sin decir ni una palabra de más. Ambos jóvenes se fundieron en un estrecho abrazo.

—No puedo creerlo —murmuró Alex—. ¿Lady Anna está muerta?

—Y enterrada —contestó el otro joven.

—Es una magnífica noticia, ¿no crees, sobrina? —dijo el ya casi anciano caballero—. La espera ha merecido la pena. Ahora eres libre de recuperar a tu esposa. Sabemos que se encuentra en su país de nacimiento con sus padres, y que se trasladaron a una ciudad llamada Nueva Orleáns. Va a ser lento dar con ella, pero no difícil.

—¿Está...? —ni siquiera se atrevió a poner en palabras sus pensamientos.

No se atrevía a imaginar que Piper estuviese esperándola, eso sería maravilloso, pero no se engañaba. Ella debía de estar casada con otro, sería madre de los hijos de otro. Esas cuestiones lo agobiaban de día y de noche.

Piper era una mujer muy apasionada, tanto que ella ni siquiera había podido encontrar consuelo en brazos de otra durante los cinco años de esa ausencia obligada. Lo había intentado, ya creo que lo había intentado, pero no había podido. Igual de fácil que su miembro cobraba vida cada noche cuando pensaba en ella, se quedaba fláccido y sin vigor cuando abrazaba o intentaba hacer el amor con otra. Piper la había convertido como un eunuco. Aunque no sabía de qué se extrañaba. En un período de su matrimonio en el que ella le había negado sus derechos conyugales, había pasado lo mismo.

Ninguno de los dos hombres dijo nada, aunque ambos sabían perfectamente qué había pasado con la esposa de su sobrina durante ese tiempo. No en vano, la hermana de Alex estaba casada con el hermano de la joven y eran parientes sanguíneos de ella. Sabían cuál grande iba a ser la sorpresa de esas dos cuando volvieran a reunirse. Y ninguno pensaba perderse el reencuentro.

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