TREINTA Y SIETE

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—Jug... más...— Gimió la rubia, apretando las sábanas en la cama, al borde de su clímax.

Jughead empezó a golpear más fuerte dentro de ella, con agresividad. —¿Así? ¿Te gusta?— Preguntó, con voz ronca.

Betty no dijo nada y solo llegó a la cima junto a él, ambos cayendo rendidos en la cama, uno encima del otro.

De repente rieron, abrazándose, sin saber exactamente por que lo hacían. Solo empezaron a reír.

—Hace tiempo que no hacíamos esto— Admitió Betty, aún riendo sin parar encima de su novio.

Jughead soltó una pequeña risa, girándose en la cama hasta volver a quedar encima de ella, mirándola fijamente. —¿Hacer que? ¿Tener sexo? Lo hacemos cada vez que podemos—

—Lo se, pero ésta vez es diferente. No lo se, pero así lo siento yo— Admitió Betty, acariciando el rostro del ojiazul mientras lo miraba fijamente. —Te amo—

Jughead sonrió y dejó un pequeño beso sobre sus labios. —También te amo mi amor. Vamos a vestirnos y haremos algo divertido, los dos juntos—

—¿Qué haremos?— Le preguntó la ojiverde a su novio, acariciando su rostro aún.

—Solo deja que yo te guíe mi vida. ¿Si?— Le preguntó, empezando a dejar repetidos besos sobre sus labios.

—Deja de hablarme como si fuera uno de los niños— Pidió, divertida.

—La costumbre— Se justificó el pelinegro, levantándose de la cama y tendiéndole la mano a Betty. —Arriba—

Betty sonrió y tomó la mano de Jughead para entonces ambos ponerse de pie, ir a darse una ducha rápida y entonces vestirse.

Jughead se colocaba los zapatos que complementaban su vestimenta con camisa blanca y sencilla con pantalones negros y finos mientras veía cómo su novia se probaba un vestido sencillo frente al espejo.

Era un vestido azul celeste de flores blancas que quedaba bastante acorde con su cuerpo, y eso a él le encantaba.

Ella seguía encantada, mirándose al espejo cuando Jughead se acercó a ella por detrás, la abrazó y besó su mejilla.

—Hueles delicioso— Admitió Jughead, dejando pequeños besos en su mejilla. —Te ves hermosa—

Betty sonrió, sonrojada. —Siempre me lo dices. Déjame verte— Pidió, girándose a mirarlo. —Te ves tan apuesto...

—No es por presumir, pero siempre lo estoy— Aseguró, divertido, tomando la mano de la ojiverde. —Salgamos amor—

Betty asintió y junto a su novio salió de la casa y ambos entraron al auto, regalándose una sonrisa enamorada antes de que él empezara a conducir.

Mientras conducía, él tenía su mano libre sobre la pierna de Betty, sintiendo lo tibias que estaban, sintiendo su piel tan suave que lo enloquecía.

—¿A donde vamos?— Le preguntó Betty a su novio, mirándolo.

Jughead sonrió, aún conduciendo. —Ya te lo dije amor. Deja que yo te guíe y estoy seguro de que la vamos a pasar bien—

Betty sonrió y continuó mirando el camino mientras su novio se movilizaba con el auto a través de la iluminada y escandalosa ciudad de Nueva York.

El pelinegro condujo hasta llegar a la playa Coney Island y estacionó el auto, y entonces Betty abrió los ojos como platos al ver a donde su novio la había traído.

—¡Hace tiempo que no visitaba este lugar!— Chilló Betty, emocionada, tomando aire para calmarse y mirando a Jughead. —Lo siento... mis padres me traían aquí de pequeña—

Jughead sonrió, mirándola con diversión. —Descuida. Nosotros vamos a traer a nuestros hijos a estas playas también. Ahora bajemos. ¿No tienes hambre?—

—¿Después de cinco rondas seguidas de sexo duro? Estoy muriendo de hambre— Admitió la rubia, divertida.

—Hay muchos restaurantes en esta playa. Vamos amor— Invitó, bajando del auto para luego ir a abrirle la puerta a su novia.

Ambos bajaron de ese auto y se tomaron de las manos, caminando por la cálida e iluminada playa, y se quedaron en uno de los muchos restaurantes del lugar, cenando en silencio.

En silencio, pero lanzándose miradas que expresaban más que las palabras mismas.

Betty soltó una pequeña risa, casi ahogándose con la pasta que estaba probando. —¿Por que me miras así?— Preguntó, tomando de su copa de vino.

Jughead sonrió, tomando también de su copa. —Porque hoy ni la noche misma está tan hermosa como tú—

Betty se sonrojó, bajando la mirada. —Gracias Juggie—

Él le guiñó un ojo y se puso de pie, tendiéndole la mano. —La playa está hermosa hoy. ¿Quieres salir a dar una vuelta?—

Betty asintió, lo tomó de la mano y tras pagar en ese restaurante simplemente empezaron a caminar por las orillas de la playa, descalzos, sintiendo la cálida y suave arena. La luna llena alumbraba las calmadas aguas de esa fantástica playa, pero para ellos dos, estar así, tomados de las manos, era todo lo que necesitaban.

Jughead dejó de caminar, se giró hasta quedar frente a ella, cara a cara, y la tomó de ambas manos. —Betty Cooper... hay algunas cosas que quisiera decirte esta noche—

—Jughead Jones... yo también quisiera decirte algunas cosas esta noche— Confesó también ella, mirándolo.

Jughead sonrió. —Pero quiero decirte todo esto en la encantadora heladería en la que nos conocimos—

Betty sonrió, divertida. —De acuerdo, supongo que ahora mismo no caería mal un rico helado—

—Genial, vámonos— Pidió el ojiazul, empezando a correr con su novia tomada de manos.

Betty rió. —¡Despacio Juggie!—

Entraron al auto otra vez, pero una vez ahí adentro se besaron con pasión, aunque ese beso no llevó a nada. Jughead empezó a conducir hacia la heladería favorita de sus hijos y novia.

Llegaron y después de pedir sus helados se sentaron en una de las mesas, regalándose miradas divertidas mientras comían helado.

—¿Que?— Preguntó Betty, riendo. —Deja de mirarme así—

Jughead sonrió y dejó un poco de helado sobre la nariz de Betty. —Perdón, es que tienes un poco de helado ahí—

—¡Oye!— Se quejó, sin parar de reír, dejando helado sobre la nariz de su novio. —Más vale que me digas lo que quieres decirme—

—Tengo una mejor idea. ¿Y si hablas tu primero? Soy muy caballero— Presumió, divertido.

Betty negó con la cabeza, sonriendo y tomó aire. —Bueno... entonces aquí voy y no te rías por favor...— Pidió, aclarando su garganta.







— Pidió, aclarando su garganta

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