1 - Sujeto cero

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El helicóptero sobrevoló el frondoso Waldergifte, el Bosque de los Venenos, perdido en lo profundo de los Alpes Alemanes

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El helicóptero sobrevoló el frondoso Waldergifte, el Bosque de los Venenos, perdido en lo profundo de los Alpes Alemanes. Tenía el recuerdo lejano de mi fascinación infantil por la vista desde las alturas. Ahora, no había nada mágico en la neblina que pesaba en el pueblo y las montañas.

Si algo era, sería tétrico.

Un tren zigzagueó entre las montañas, subiendo y bajando, como en un juego para niños. El terreno general iba y venía y no daba suficiente espacio para las poblaciones. Hacía bastante tiempo que habíamos pasado la última gran ciudad. Gran parte de lo que se veía parecía abandonado, el resto estaba descuidado.

Liz estaba enfocada en su labor como copiloto. Se había tenido que quitar el gorro para que le entraran los cascos. Su mano derecha estaba vendada por las heridas del incendio de hacía un par de días y ella apenas demostraba sentirlo. Sin embargo, no podía manejar bien el arma o asistir como quería al piloto, pero de todas formas lo intentaba. Me di cuenta de que él bien podía pilotear sin ella.

La necesitara o no, allí estaban, trabajando juntos como si ser un dúo fuera costumbre.

Papá estaba sentado frente a mí, de espaldas al piloto, mirando con aburrimiento al exterior. Nos acompañaba un oficial de bajo rango. Era idéntico a mi hermana en sus maneras y apariencia. Mismo uniforme, misma mirada vacía.

El piloto era el único que parecía despierto. Tenía una nariz aguileña que se recortaba en el cielo radiante, piel tostada, el cabello algo largo y apenas rizado. Era un chico apuesto al cual papá se dirigía con extraña diligencia. Yo seguía intentando descifrar por qué. Prescindía de uniforme y hablaba con la vulgaridad que yo, pero tenía esas conductas inconfundibles. Una postura recta y rígida. Cuando hablaba, lo hacía en italiano.

Lo olvidaba con frecuencia, cuando el grupo callaba y tenía tiempo para centrarme en la lejanía del suelo. Los cascos amortiguaban el ruido de las hélices cortando el aire y me permitían oír lo que captaban los micrófonos del resto. El del piloto hizo que su voz llegara con claridad cuando habló en alemán. En la frase identifiqué mi nombre y al mirar al frente me di cuenta de que estaba esperando una respuesta. Una ligera mueca burlona asomaba en su rostro.

Mis mejillas ardieron.

—No escuché, perdona.

Papá le respondió en ese idioma, un gruñido obligado. Sabía algo de alemán, pero lo tenía oxidado y no podía comprenderlo si lo mascullaban o lo hablaban rápido. No necesitaba comprenderlo claro para darme cuenta de que papá no lo apreciaba. El muchacho lo ignoró y lo repitió, esta vez en español.

—¿Estuviste alguna vez en Alemania?

Si bien demostraba estar enfocado en los controles, me dedicó una sonrisa carismática que buscó ponerme de su lado. Así como sabía que era un truco barato, me incliné por darle el gusto.

—Un par de veces, hace años. La verdad es que no lo recuerdo, era muy pequeña.

—¡Te gustará! —exclamó, su entusiasmo explotó en mis oídos—. Dime si quieres bajar al pueblo, yo te llevo.

Solvente de mariposaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora