15 - El pasado escrito en piedra

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Faltaban todavía unos quince minutos para la hora de cierre, pero el cielo ya estaba teñido de esos tonos rosáceos del atardecer y coronaba el cementerio y los árboles y mausoleos que asomaban por sobre los muros de ladrillo descubierto

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Faltaban todavía unos quince minutos para la hora de cierre, pero el cielo ya estaba teñido de esos tonos rosáceos del atardecer y coronaba el cementerio y los árboles y mausoleos que asomaban por sobre los muros de ladrillo descubierto. No tardaría mucho en caer el sol.

Tadeo recostó la muñeca sobre el volante. Se inclinó para ver las grandes puertas enrejadas abiertas y el público que salía ya. Alzó las cejas en uno de esos gestos inconscientes suyos, uno curioso e interrogativo, y esperó hasta que me desabroché el cinturón de seguridad.

—¿Voy contigo?

Meg asomó entonces el hocico entre los asientos. «Vamos», parecía querer corregirlo.

—No, no debería tardar —dije. Cuando abrí la puerta, vacilé—. Ve a buscarme si no salgo en media hora, ¿de acuerdo?

Tamborileó inquieto los dedos sobre el volante. Asintió.

Cerré de un portazo y me subí la capucha. Estiré el cuello para leer el nombre del cementerio en el arco de la entrada. Vacilé un instante.

¿Y si me equivocaba al confiar en Ángel?

Guardé las manos en la chaqueta de jean y crucé el umbral, decidida a enfrentarme a lo que fuera que me esperara, fuera una trampa o un golpe de realidad.

Serpenteé a través de los senderos adoquinados del camposanto, ojeando las inscripciones de las tumbas como si la indicada fuera a elevarse sobre las demás y susurrar al viento para que la identificara.

Como si mi prima aguardara por mí en algún lugar y la muerte no fuera más que un estadio diferente a la vida.

Me desvié del camino para acercarme a la cabina del guardia de sección, que anotaba algo en un cuaderno desvencijado mientras reía de algún chiste que le dijo su compañero. Me aclaré la garganta para llamar su atención.

—Disculpa... —hablé, pero me ignoró—. ¡Disculpa!

El sujeto levantó la mirada con un gesto desdeñoso. Le enseñé con tosquedad el reverso del ticket.

—Busco esta tumba.

Se quedó de piedra cuando leyó el número y me estudió con suspicacia. Dio unos golpes inconscientes al cuaderno abierto.

Estaba considerando irme cuando señaló al interior del cementerio.

—A la izquierda, sigue las indicaciones en la cartelera. Son seis pasillos más.

Recogí el ticket, arrastrando tierra con él.

—Gracias —dije con cautela.

Lo aguardé deprisa en el bolsillo y bajé la cabeza para cubrirme con la capucha antes de salir pitando de allí, sintiéndome recelosa de un trozo de papel como si fuera un maldito tesoro.

Solvente de mariposaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora