21 - Agua como pintura

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—¿Cómo tienes tanta pintura? —preguntó Lili, curioseando en la basura tirada en el suelo de los asientos traseros

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—¿Cómo tienes tanta pintura? —preguntó Lili, curioseando en la basura tirada en el suelo de los asientos traseros.

El hocico de Meg la acompañaba, ambas inmersas en su búsqueda del tesoro. La chica sacó una lata de pintura en aerosol de color cobalto, se acomodó en el asiento del copiloto y la sacudió, con afinado oído para deducir a cuáles les quedaba poco, nada y mucho. Tenía la boquilla azul por la pintura y la etiqueta negruzca. Imposible de decir su marca.

—Sobrevivieron al incendio —expliqué sin gran interés—. Quédate si quieres.

Sus ojos destellaron con alegría. La guardó en el bolso, haciendo lugar entre los cuadernos y la camisa que, según me contó, utilizaba para pintar. Al resaltarle antes que no la usaba cuando la encontré, me respondió con un simple "no estaba en mis cabales". La comprendí de sobras en ese momento.

—¿Las usas? La pintura en aerosol nunca fue mi fuerte.

De soslayo atisbé sus intentos de leer la superficie chamuscada. Los bordes de su cabello tenían ya secos los restos de turquesa usado en el gimnasio, diferente al azul Francia de la lata. Desalineada y un poco caótica, se veía diferente con los pequeños cortes causados por las peceras rotas y con esa sombra enfermiza en la piel. No sabía decir de qué era, pero, distante de su sonrisa natural, se veía como una enferma.

Un poco como nuestra ciudad, de hecho.

A ambos lados de la carretera se alzaban paredes cubiertas de sucios grafitis garabateados. Enterrados algunos metros en el suelo, no alcanzábamos a ver bien el final de los muros. Cada tanto, un puente cruzaba por encima de nosotros y bloqueaba la poca luz que nos llegaba de los apliques en la superficie. Veíamos el final de los edificios, mas no sus bases. Luces cálidas cubriendo mis manos en el volante, lejos de nuestros rostros.

Aprovechando nuestra soledad, pasé al carril más cercano a la pared e incliné la cabeza para ver los edificios. Elilia hizo lo mismo, sin saber por qué. Luego, cuando uno en particular entró en nuestro campo de visión, lo señalé.

Era un dibujo de un perro hecho a líneas puntiagudas, con naranja y amarillo, aullando a la luna como la expresión de todo lo que conocíamos en ese lugar. La desesperación traída por la noche, cuando era algo más lo que reinaba. Solitario, brillante, creado para destrozar lo que alguna vez amó.

—Ese es mío.

Cruzó los brazos sobre mi cuaderno olvidado, con expresión curiosa mientras lo examinaba. Pronto, el edificio quedó atrás. Pasó a verme.

—Me gusta —dijo—. El naranja te va bien. Es un color muy... energético.

Me incomodó la sensación de encontrarme sin respuesta en absoluto cuando ella tenía sus ojos clavados en mí, expectante de alguna réplica con la que discutir.

¿Importaba en algo el color que me representara? Tal vez no, pero no pude evitar sentir que era su forma de meterse en zona restringida; mi cabeza. No podía decir por qué deseaba tanto quitarme de encima su mirada, si era una descarga de pavor o timidez.

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⏰ Última actualización: Jul 21 ⏰

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