Hice girar el teléfono en la mano para contener la ansiedad mientras cruzaba el parque. Caminé por el sendero que rodeaba los juegos infantiles, escaneando los rostros entre los subibajas y los columpios. Rebosaba de niños energéticos y padres que observaban a un costado, como si fueran libres por primera vez en mucho tiempo, postrados de espaldas a una ciudad que bullía a sus espaldas. Los edificios se alzaban bordeando el parque, cuatro paredes de al menos una decena de pisos formada por bloques similares, simples y elegantes.
La ciudad era otra de día. Casi bonita, casi fría.
Hasta que lo vi a unos cuantos pasos, no lo reconocí.
Todavía estaban presentes los remanentes del invierno, pero tres semanas en los Alpes me habían inoculado a ese clima casi irrisorio español y no llevaba más que mi camisa de paño a cuadros, mientras que él llevaba un café humeante en la mano enguantada que bebió con paz. Me pregunté si se habría quemado. La imagen dio paso al fuego en mi memoria y tuve que sacudir la cabeza para quitarme el recuerdo del incendio de encima.
Me saludó con el vaso de cartón y se movió un poco para darme espacio en la baranda contra la que se había recargado, aunque no lo hice.
—¿Te gusta el café?
—Estoy demasiado nerviosa para correr por las paredes.
Sonrió sin recelo, ese gesto encantador que enseñaba un atisbo de hoyuelos en una piel del mismo tono que su café con leche. Se encogió de hombros. Dejó el vaso en el pedestal de una escultura junto a él. Dio otro sorbo, como si tuviéramos todo el tiempo del mundo, y se empañó los lentes al exhalar sobre el vaho.
—¿Qué tal Alemania?
—Lluvioso.
—Eso escuché.
Mientras bebía, se instaló entre ambos un silencio calmo, irrumpido por los gritos infantiles que ahogaban el barullo general de la ciudad.
—¿Pensaste en su oferta?
Estreché los ojos, mirándolo con astucia, como si acabara de atraparlo en un desliz, pero él estaba impasible.
—¿«Su» oferta? —ataqué.
—Yo no trabajo para ellos, Elilia.
—Lili —gruñí.
—Lili será, entonces.
—¿Y para quién trabajas?
Parecía que, sin importar cuánto presionara, no había un botón capaz de quebrarlo. Esperaba una evasión o una respuesta misteriosa, algo con lo que enojarme con él. En definitiva, no esperaba esa sinceridad que se reflejó en la comisura que arrugó, como si la respuesta fuera clara, aunque no obvia.
—Trabajar, para nadie —contestó—, pero sí tengo un lado, si es lo que preguntas, y no estoy del lado ni del jefe de tu padre ni de los que te dieron esa tarjeta. Yo hago todo lo que hago por mi novia.
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Solvente de mariposa
Mystère / Thriller[Esta es una segunda parte, lee la sinopsis at your own risk] Lo único de lo que se habla en la ciudad es del Gran Incendio. Tadeo es la cara del caos, sin importar cuánto lo niegue, y Cherry no está nada contenta con el asunto. Mientras tanto, Wal...