19 - La amiga de

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Elizabeth se sujetaba la cabeza, tirando sus cabellos y desarreglando su coleta para minutos más tarde quitársela y volver a armarla

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Elizabeth se sujetaba la cabeza, tirando sus cabellos y desarreglando su coleta para minutos más tarde quitársela y volver a armarla. Lo repetía para ahogar la ansiedad.

La pecera de Elilia estaba vacía, nada más que agua sucia y piedras de colores. Más de una vez había pasado la madre de las chicas por el cuarto a ver si teníamos novedades sobre la menor. La mujer no parecía en lo absoluto consternada, sí bastante interesada.

En ese momento, con la noche ya caída, mi teléfono vibró con otro mensaje de los amigos de Elilia.

—Nuevo mensaje —comenté, verificando la casilla—. Olvídalo, nada nuevo.

Se echó boca arriba en la cama, gimiendo de frustración.

—¿Para qué lo dices si no hay noticias?

La señalé con el teléfono.

—Porque reafirmar la desesperación es más divertido que dejarla pasar.

Me eché en la silla de Elilia, revisando por enésima vez el desastre en su escritorio. Era similar al de mi hermano; en lugar de carbón, tizas; en lugar de jugo de limón, agua sucia; en lugar de grandes brochas, pinceles pequeños para detalles de ojo experto; en lugar de una vieja radio, auriculares rotos que probablemente conservaba con la excusa de que algún día servirían para algo. Tomé una de las tizas, una de brillante color violeta, y la mojé. Luego, la usé para pintarme las puntas del cabello.

—¿Siempre eres así cuando estás sobria? —preguntó Liz.

Di la vuelta en la silla, apoyando el pecho contra el respaldo y las piernas a los costados, como los hombres de las series de televisión. Recordaba alguna vez haberle preguntado a Tadeo si aquello era así, y recordaba aún mejor su respuesta; «si el respaldo no te aplasta los huevos». Llano y simple, como era de esperar viniendo de él.

La distracción me hizo olvidar lo que dijo. Se congelaron mis dedos sobre la tiza mojada mientras hacía memoria.

—¿«Así» cómo? ¿Gruñona?

Sus manos estaban unidas sobre el estómago, ansiosas sobre las mil preocupaciones referentes a su hermana. Fijaba la vista en la litera sobre ella. Clavaba con una abrumadora facilidad la mirada en un punto particular, como si hubiera crecido, o incluso nacido, para ello.

—Insistente con tu miseria.

Me enrosqué el mechón coloreado alrededor del índice, considerando la mejor respuesta.

—Es mi manera de sobrellevar la desesperación.

Interpretó el chiste como algo literal. Se sentó, de un solo movimiento gracias a su físico bien mantenido. Tenía el cabello suelto en ese momento, del largo justo para no incomodarla, de un castaño limpio y brillante. Dudé que tuviera otras prendas más allá de esos pantalones cargo y la camiseta color hueso.

Solvente de mariposaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora