Capítulo 40. Dulce bienvenida.

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En cuanto la música se detuvo y la Luna empezaba a ser opacada por la luz del día, la manada garra blanca se marchó.

No hubo banquete ni palabras de despedida que el anfitrión dedica a cada lobo extranjero en el último día de fiesta.

El Alfa Santoro decidió partir de inmediato.

Podía deducir que la velocidad a la que íbamos no era la adecuada.

Lo deltas de la manada jadeaban con mucha intensidad, el oxígeno les era insuficiente para ellos, eso, a tan solo un tercio de camino.

Yo tampoco estaba muy bien.

Nuestros pulmones quemaban, yo por dentro no podía siquiera permanecer de pie, solo me quedaba admirar más a mi loba.

Su respiración iba en pequeñas pausas para no delatarse, sus patas delanteras estaban adormecidas y las traseras tenían ligeras motas a sangre.

Y ella logró mantener su postura digna.

Los rostros de los nuevos miembros estaban llenos de interrogaciones, mientras que las de los miembros de rango alto eran de odio y desdén.

Como sea, llegamos a nuestro destino.

Los pinos que rodeaban a la aldea eran más altos y oscuros que el resto.

Pino y tierra mojada.

Maldito aroma.

Lo creía olvidado.

Sentí una ligera incertidumbre.

Ese mismo aroma provocaron repetidos saltos y cosquilleos del corazón de mi loba.

Ahogue la necesidad de pasar saliva y el ánimo de hablar se desvaneció.

No me percate de que el festejo y alegría de los lobos adultos que esperaban pacientes a los nuevos hijos de Garra Blanca se convirtieron en susurros venenosos.

— ¿Que carajos hace una Omega aquí?

— ¿Porque se encuentra tan cerca del Alfa?

— ¿Que es lo que está usando?

— Desvergonzada.

— Inútil

— Escoria

— Basura.

Pude ver el milisegundo en que una esquina de la boca del Alfa de curvo con completa satisfacción.

— ¡Silencio!

La voz autoritaria del Alfa calló tono el ruido innecesario.

Silencio.

Uno donde sólo se filtraba el viento revolviendo todo y a cada lobo.

Como si la madre naturaleza estuviera en mi contra el profundo aroma de futuro Alfa lleno por completo el sistema de Callia.

Mi mirada estaba fija en el Alfa Prisco Santoro.

Él se aproximaba.

— Esta Omega... — una mirada descarada me señalo — oh no, — «sínico» no, no fue ningún error, — la señorita Eunice Conti, — Andru se congelo a dos paso de mí, — se encuentra aquí como un invitado y la representante de Ater...

...

Explicó ligeramente cual era mi supuesto "propósito" aquí además de dar una antelación sobre el nuevo acuerdo entre manadas.

Nadie dijo nada y se dio por terminada el pequeño festejo.

Seguí al Alfa y a algunos betas hasta la casa mayor.

Un  rechazo más para una omega cualquiera.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora