Capítulo 7. Mi mejor amigo.

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Mi nombre completo es Alicia Rossi, soy la mayor de los 4 hijos de la Familia Rossi, madre es originaria de Elpis, mientras que mi padre proviene de la Manada Río amarillo, ambos son omegas. Pase 5 años siendo hija única, todos dicen que era una bala y siempre molestaba a los cachorros de mi edad, aún en día mis padres le siguen agradeciendo a la Señora Ágata por ser mi maestra, y según ellos "hacerme más civilizada". La conocí cuando cursé la secundaria. Y desde que la conozco la adoré.

Adolfo, su mate Amara, el Sr. De Santis y Ágata eran los encargados de los campamentos, todos los cachorros que cumplían 12 años, iniciaban su entrenamiento que consistía en conocer su entorno, saber de las diferentes plantas y frutos que existían, cuando el agua es saludable o venenosa, los principios básicos de las trampas para atrapar animales, como escoger el lugar adecuado para descansar ya sea en forma humana o cuando nos podamos transformar, todo lo que conllevaba sobrevivir. Lo más importante de la expedición era aprender a no dejar rastros, debido a que nos enseñaban los límites de todas las manadas cercanas, el delta decía que para sobrevivir lo primordial es saber cuándo esconderse y el cómo hacerlo. Sí por alguna extraña razón nuestra bestia nos llegase a controlar en cualquier día no solo cuando tenemos nuestra primera transformación, lo mejor era evitar meterse en problemas, es decir entrar en territorio ajeno, o al menos como podemos salir si ya habíamos metido la pata.

Las expediciones siempre eran por rutas diferentes, aunque todos pensábamos que era para protegernos, lo cierto es que había otra razón por la que Ágata y el delta siempre lideraban las excursiones.

«Encontrar a otros omegas desterrados»

El Sr. De Santis era omega de sangre pura por lo cual poseía un olfato muy agudo. Estaba en mi tercer año de secundaria y era mi vigésima segunda expedición, pero nunca había encontrado a otro omega, solo betas y deltas rougers que nos atacaban, fueron buen entrenamiento, nunca salían heridos gracias a las enseñanzas de Adolfo. Pero ese día fue especial, fue cuando conocí a mi mejor amigo, y por primera vez pude ver lo que las manadas les hacen a los omegas.

El Sr. De Santis hizo que todos retrocediéramos y Adolfo nos dio la indicación de trepar los árboles, yo me subí al más cercano a él, puede ver a la perfección como el Sr. De Santis volvía con un chico entre sus brazos, su piel tenía un tono grisáceo, y su playera era de color café y rojo oscuro, cuando llego hasta donde estaba Adolfo, Amara y Ágata, pude el olor a sangre, toda su playera escurría de ella, Amara preparo un colchón de dormir con una manta blanca encima, mientras que Ágata preparaba una barrera mágica, Adolfo nos dio la indicación de bajar para reunirnos, formo grupos y nos dio instrucciones para recolectar alimento, leña, recoger abundante agua y encontrar un buen sitio para acampar. Ágata me selecciono para quedarme y ayudar a tratar al omega desconocido. Amara limpiaba las heridas del chico y yo le ayudaba en remojar algunos trapos. Ágata estaba a un lado de nosotras mezclando algunas sustancias, y triturando hierbas para luego hacer compresas en las heridas pequeñas y medianas, el problema era la tres más grandes que pasaban en línea transversal por su pecho, estaba segura de que era la marca de las garras de un lobo. Cuando la medicina color verde luminoso estuvo lista Adolfo y el Sr. De Santis le taparon la boca, tomaron sus piernas y brazos para evitar que se moviera. Ágata empezó a verter despacio el contenido del pequeño frasco.

El chico se movió salvajemente tratando de liberarse, un grito ahogado salió de su garganta no fue lo suficiente fuerte para alertar a los demás chicos con los que veníamos, pero ese grito y todas las lágrimas que soltó fue desgarrador, Amara me brazó para consolarme y que no siguiera mirando aun así no aparte la mirada, se podía sentir el miedo y la desesperación de liberarse pero los dos adultos lo tenían bien sujeto, aunque no con la fuerza para lastimarlo, pasaron algunos segundos que parecieron eternos, el chico dejó de pelear, y abrió los ojos, el atardecer empezaba a caer, y con él la última gota del líquido brillante.

Un  rechazo más para una omega cualquiera.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora