Dante's POV

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El tiempo había pasado volando.
Apenas podía creer que hacía ya dos meses desde que abandonáramos Italia. Y habían sido dos meses maravillosos.

Algunas veces aun me costaba creerlo. Habían ciertos hábitos díficiles de erradicar. Y los míos sin duda alguna estaban más allá de arraigados.

Todo había cambiado en muy poco tiempo.
Yo había cambiado.
O quizás solo me había transformado en quien siempre debí de haber sido. En el hombre que estaba destinado a ser.

Fuera como fuera una cosa era segura. Se lo debía a Ria.
Todo el mérito le pertenecía a mi pequeña de ojos verdes.
Mi mundo entero parecía girar a su alrededor. Tenía mi vida en sus pequeñas y delicadas manos. Y amaba eso. La amaba.

Ria era vida en estado puro. Su fuerza, su calidez, esa forma tan suya de transformar en luz todo lo que tocaba.
No tenía que pensarlo demasiado.
Ella era simplemente mi vida.
Mi corazón nunca se había sentido tan mío como lo había sido desde el momento en que lo dejé en sus manos.

En una ocasión, durante nuestra luna de miel visitamos la ciudad de Roma. Era bien entrada la noche cuando Ria decidió recorrer las calles empedradas de Trastevere.

La luz pálida de la luna iluminaba su cabello negro como si fuera un halo y su piel lucía tan nívea y perfecta que me hizo pensar que la mancharía si la tocaba. Como si parte de esa oscuridad que bullía en mi interior aunque cada vez con menor frecuencia fuera capaz de ensuciarla.

Ella se volvió hacia mí sacándome de aquellos tormentosos pensamientos. Clavé la vista en la delicada curva de su cuello, en el arco de sus labios, en el brillo furioso de aquella verde mirada suya mientras me reclamaba por estar perdido en mis pensamientos cuando debería estar allí con ella.

Como si me fuera posible pensar en otra cosa teniéndola en frente.
Reprimí la ganas de sonreír a duras penas, porque cuando se enojaba se veía tremendamente hermosa.

Ella me prohibió pensar en nada que no fuera aquel momento, que era nuestro, solo nuestro y se aferró a mi mano como si le fuera la vida en ello.

Yo me dejé arrastrar de un lado a otro hasta llegar a la Fontana Di Trevi.
Ella lanzó una moneda que golpeó el agua con fuerza extendiendo un suave eco en el silencio de la noche.

Me instó a pedir un deseo.
Negué y le dije que ya poseía todo aquello con lo que alguna vez había soñado.

Ella respondió que solo un hombre desprovisto de sueños y esperanza no tenía algún deseo.
Que aquellos que no deseaban nada eran los que habían perdido el sentido de su propia existencia. Que los seres humanos siempre habríamos de anhelar algo.

Así que me limité a cerrar los ojos y lo pensé de nuevo. Y como casi siempre Ria tenía la razón.
Había algo que deseaba más que nada en el mundo.
A ella.

No importaba que la tuviera conmigo en aquel preciso instante.
Deseaba tenerla en todos y cada uno de los instantes que le quedaran a mi vida.
Porque la idea de no tenerla aunque fuera solo por unos segundos me parecía insoportable.
Porque me dolían incluso los segundos en que no podía verla.

Entonces abrí los ojos.
De repente asustado, con temor de que no estuviera ahí cuando lo hiciera. Como si su rostro alegre y sereno fuese a desaparecer como el humo si les permitía a mis ojos un solo parpadeo.

Se me hizo un nudo en la garganta.
Ria arrugó el ceño y puso una mano en mi rostro.
Me preguntó que pasaba.
Intente darle una sonrisa pero me sentía tan angustiado que no fui capaz.
En su lugar la acerqué a mi cuerpo tanto como pude y enterré mi rostro en la suave curva de su cuello,  inhalando su aroma delicado.

Amore Italiano © [Terminada/Editando] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora