Capítulo 6 Predestinado

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Claramente no quería ser reina, murió mi mamá cuando yo tenía diecisiete años, era muy joven para comprender la monarquía de este reino y de los demás, era complicado dejar de ser empática con los reinos que te querían ver caer, con el paso del tiempo fui obligada a dejar de ser eso, solo lo haría cuando en verdad no quería perder a alguien, pero bueno he cambiado, cada vez he evolucionado para el bien o para el mal.

Conocí a Mónica en la calle; lo recuerdo perfectamente, estaba saliendo del palacio sin avisar, me escape en pocas palabras a la edad de dieciocho años, y es que yo no quería ser reina.

Corría agitada y pesadamente por el vestido que me estaban probando.

Entre en un local de repostería, el olor a pan pego mis fosas nasales.

-Bienvenidos a la... - no terminó las palabras e hizo una reverencia, pegando su mano a su pecho en dónde estaba su corazón. -Su alteza.

-Necesito que me escondas, por favor.

-Pero, su majestad... - ahí comprendí que no debía de ser amable, siempre ponían un "pero"

-Es una orden de tu futura reina, hazlo o perderás la cabeza. - inquirí demandante.

Me señalo atrás de la repostería, entre y una dulce fragancia pego mi nariz, de inmediato vi panquecitos, donas, pasteles, cup cakes, todo lo que a una niña le gusta, pero yo ya no era una niña, era una reina, yo no debería de pensar en vivir en una casa de chocolate, debería de pensar en cómo gobernar un reino con miles de personas.

Escuche voces de algunos guardias y a la niña pelirroja hablando.

-Si sé algo de la alteza, se lo hare saber. - fue lo último que dijo, después escuche como cerraba su puerta y ponía seguro, ¿seguro? Alarmante, para una persona con un gran poder. Veía que entraba sigilosamente.

-Su alteza... - susurraba. -Ya se fueron. - me abalance contra ella, quedando encima.

-¿Por qué pusiste seguro?

-Para que nadie entrara. - suena lógico.

-Bien. - me limpie el vestido y ella su mandil.

-¿Qué hace aquí?

-Me escape.

-No debería de hacerlo.

-¿Qué puedo hacer? No quiero ser reina.

-¿Por qué?

-Porque... no sé porque debería de contarte, solo eres una doncella.

-Pero la ayude, necesito recompensa.

-Qué tal si te compro algunos panes tuyos.

-Yo quería que me hablara más, pero acepto que me compre.

Desde ese día hasta mi coronación fuimos muy cercanas, confiaba en ella, por primera vez confíe en una persona.

[...]

El arzobispo me corono.

-Señores, les presento a Romina, su reina indiscutida. Por tanto, todos los que han venido este día a prestarle vasallaje y servicio ¿están dispuestos a hacerlo?

Todos los asistentes me aclamaron, ahora su soberana.

-Prometa y jure gobernar al pueblo de este reino de Filliph y sus dominios de conformidad con lo regulado en los Estatutos aprobados por el parlamento y con las leyes y costumbres del mismo.

-Lo prometo solemnemente. - debía de estar segura de que ya era capaz de gobernar.

-¿Y procurar, en la extensión de su poder, que todos sus juicio estén presididos por la Ley, la Justicia y la Misericordia?

-Sí.

-¿Mantendrá con todo su poder las leyes de Dios y la verdadera profesión del Evangelio? ¿Mantendrá en el Reino Filliph la religión protestante reformada establecida por la ley? ¿Mantendrá y preservará la Iglesia de Filliph, su doctrina, culto, disciplina y gobierno tal como establece la ley? ¿Y preservará a los obispos y clérigos de Filliph y a las iglesias a su cargo todos los derechos y privilegios que por ley les están reconocidos?

Ya era una reina, ya no podría decir que no: -Lo prometo. Todo lo que hasta aquí he prometido lo cumpliré y guardaré con la ayuda de Dios.

Un clérigo muestra la biblia hacía mí y con sus palabras dice: -Aquí está la sabiduría; esta es la verdadera Ley, esta es la palabra viva de Dios.

El arzobispo me da algunas joyas de la corona; después me da en primer lugar el orbe (está coronado por una cruz que representa el dominio de Jesús de Nazaret sobre este mundo), lo dejo en el altar.

Recibo un anillo (representa el matrimonio de la nación y monarquía)

Me da el cetro de la paloma (coronada por una paloma que representa al Espíritu Santo, y el cetro de la Cruz, decorado con el famoso diamante Cullian)

Mientras que agarro los dos centros, el arzobispo me coloca la corona en mi cabeza.

-¡DIOS SALVE A LA REINA! -exclaman todos los que están alrededor mío.

Sabían que es tardado esta ceremonia, la verdad pensé que terminaría ahí, pero no..., la corona pesaba mucho.

-Yo, Miguel, arzobispo de Romina, seré fiel y honesto, y lealtad y honestidad le juro a usted, nuestra señora Soberana, Reina de este reino y defensora de la fe, y a nuestros herederos y sucesores que lo sean según la ley. Que Dios me ayude.

Duques no había, no había un príncipe y no había un marqués, aunque hubiera preferido que Mónica fuera uno de esos...

Y ahí me di cuenta que estaba predestinado mi destino para gobernar esté reino.

La vida perfecta de RominaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora