Capítulo 53 Ascos

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Sexta semana de embarazo y ya no quiero comer porque todo lo vómito, menos las uvas verdes, aún tengo esos cambios de humor y todo junto es un revoltijo.

Estaba sola en el gran comedor.

Augustus tuvo que salir, su madre empezó a sentirse mal, no le podía decir que no fuera, igual me dijo que regresaría en la noche o mañana en la mañana.

—¿Quiere algo más su majestad? — me trajeron un tazón de uvas verdes.

—No. Cualquier cosa les informó. — ahora la servidumbre ha tenido más cuidado conmigo. Antes de que se vaya la joven. —De hecho, quiero que llames a alguien.

—Claro, dígame.

—Quiero que me traiga a mi dama de honor y a mi mano derecha. — ella solo hizo una reverencia y se marchó.

Estaba comiendo uvas hasta que vi a las tres chicas, Mónica en una esquina, en medio Ashley con la sirvienta, al parecer estaban hablando, vi como sonreían. No me debería de interesar, yo ya estoy afuera de su vida.

—Aquí están su majestad. — dijo la doncella. —Con permiso. — y se retiró.

Cada una se sentó en cada lado.

—Romina, al parecer te basas en comer puras uvas verdes. — me robó una. Veía como Mónica lo disfrutaba.

—Es la única cosa que no causa ascos.

—Aún no ha crecido. — me comentó Ashley. —¿Cuántas semanas llevas?

—Seis semanas.

—Ya un mes. — aún veía que Mónica me seguía robando mis uvas hasta que se las quite y soltó un quejido. —¿Cómo llevas esto?

—Mi esposo no está y quiero algo de compañía. Gracias por tomarse su tiempo.

—No te preocupes. — comentó Mónica. —Al fin, de acabo somos tus amigas te apoyaremos en las buenas y en las malas, pase lo que pase. — las dos tomaron mis manos y sentí un cosquilleo cuando lo tomó Ashley. Ya. Olvídala.

—Es difícil, esto. Crear una vida dentro de ti es muy cansado y estresante en cómo te cambia la vida, en que las cosas que hacías ya no lo puedes hacer.

—Los dos quieren el bebé, ¿cierto? — me comentó Ashley.

—Claro, solo que, el que lo tiene en el cuerpo soy yo y es muy agotador. Pero, sé que después del bebé todo va a estar bien.

—¿Y ya pensaron en los nombres? —preguntó Mónica, mientras que sigilosamente quería intentar robarme mis uvas.

—Aún no. Tal vez cuando ya esté en el séptimo mes u octavo.

—Debe ser un nombre digno. No le vayas a poner Valeria o Eduardo.

—No claro que no. Eso lo hablaremos Augustus y yo.

—¿Por qué no está él aquí? — cuestionó Ashley.

—Su madre está enferma, tuvo que ir de inmediato, tal vez regrese hoy en la noche o mañana en la mañana.

—Yo vi a su madre muy joven. ¿Cómo le hará?

—Tal vez dejando de comer muchas uvas. — le arrebate mi tazón a Mónica. —Untar leche de cabra en la cara, creo.

—Imagínate que use maquillaje, eso se considera prostitución.

—Ashley. — le advertí.

—Pues es la verdad, las mujeres que usan maquillaje son mujeres vulgares o prostitutas.

—¿Tú cómo sabes eso? — cuestionó Mónica.

—Antes de quedarme a vivir aquí tenía una vida, Mónica. Obviamente cuando salía en las noches las podías ver en cada esquina de las calles. — yo ya no soportaba escucharlas, me estaba mareando, al levantarme todo me daba vueltas, hasta que vomite en el piso. De inmediato ellas se alejaron y Mónica con cuidado sostuvo mi cabello para no ensuciarme.

—Creo que tenemos que descartar las uvas. — mencionó Ashley, mientras que yo hacía arcadas.

[...]

Estaba en mi cama y estaba muy despeinada, sentía mis labios resecos, pude ver una sombra y que esa sombra se acercaba hacía a mí, hasta que le di forma, era Augustus.

—Romina, ¿estás bien?

—Tengo mucha sed. — de inmediato me dio mi té.

—De tanto vomitar te desmayaste, por suerte tú y el bebé están bien. Aunque el bebé sea un guisante.

—Estoy muy cansada.

—Es normal, el doctor te revisó. Lo siento por no estar contigo.

—Primero es tu madre, por cierto, ¿cómo sigue ella?

—Ya mucho mejor, nada que un té de ajo y miel no puedan solucionar. — me acomodaba mis mechones sudados de enfrente. —Me preocupe mucho, lo bueno que no estabas sola.

—Ya estoy bien. Gracias por venir, pero debes de descansar.

—Después del susto no creo. Esperare a que estes bien.

—Estoy bien, porque estás tú. — se acostó a lado mío.

—Creo que me quedare aquí, hasta que te pase eso de las náuseas.

—¿Tu madre?

—Steve me puede avisar por cualquier cosa.

Ya no recordaba más, no sé si aún seguíamos hablando, pero fue lo último que recuerdo, de hecho, ni recuerdo cuando fue que cerré mis ojos, hasta que los abrí y me volteé y ahí estaba él, me estaba viendo.

—¿Aún sigues despierto? — veo por la ventana y la noche se empieza a quitar notando los primeros rayos del sol, con ese color anaranjado y con un toque de azul.

—Claro, te dije que te estaría cuidando.

—No has dormido nada, deberías de hacerlo.

—No hay ninguna necesidad. — quiso bostezar, pero se detuvo. —Quiero seguir viéndote, al parecer solo eres un pequeño diablillo cuando tratas mal a los sirvientes, pero eres un ángel cuando. duermes. — arrugue mis cejas.

—De hecho, soy un pequeño diablillo con las personas que no son cercanas hacía a mí. — sonreí. Hasta que se me vino algo, un antojo. —Sabes que quiero. — empecé a tonar mi voz burlona.

—Ay no, ese tono de voz la conozca. — volví a sonreír. —¿Qué necesitas?

—Se me antojo un pay de cereza y fresas con crema batida.

—Voy en seguida. — antes de levantarse se encimo hacía a mí y me dio un beso en la frente. 

La vida perfecta de RominaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora