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Tal como advirtieron, los chicos no llegaron a casa luego del entrenamiento y fueron directo a beber con sus amigos. Eran las siete y media de la tarde. Yo ya me encontraba lista para recibir a Matthew y, mientras tanto, acomodaba con rapidez alguna de las cosas que los chicos habían dejado en cualquier parte del comedor. No niego ni admito que escondí unos calzoncillos ajenos debajo del sofá, arrastrándolo con la punta de mi zapato. Qué horror.

Cuando acabé, eran las ocho y cinco. Tomé asiento en el sofá y recosté a Gami sobre mi regazo. Moví mi dedo delante de su hocico, mientras que ella intentaba atraparlo con sus dientecitos que estaban ya saliendo. Sonreí con ternura. Gami era un Golden retriever y, a mi parecer, era la perrita más linda que habían visto mis ojos. Aún no entendía cómo esa viejita pudo obsequiarlos y no quedarse con cada uno de ellos. Yo no hubiera podido, aunque me quedara en calle con tantos gastos.

El timbre sonó y mi mente quedó en blanco. Dejé a Gami sobre el sofá y, tras acariciarla una vez más, me levanté y abrí la puerta con entusiasmo.

—Hola —sonreí.

—Hola. —Lo vi recorrerme con la mirada de arriba abajo. Me llevé la mano al cuello, nerviosa. Intenté disimularlo rascándome ahí y volviendo a bajarla—. Estás preciosa.

—Tú también.

—¿También estoy preciosa?

Reí.

—¿Quieres pasar?

—Si no lo haría sería una cita muy mala —replicó, entrando, con una sonrisa.

—¿Cita? —pregunté, de buena forma.

—Seguro. ¿No te agrada la idea de...? ¡Oh! ¿Tienes un perro?

—Es una perra, se llama Gamora —dije, orgullosa de ella como si se tratara de mi propia hija.

—¿Como...?

—Marvel, si. Le decimos Gami.

—De pequeño me daban miedo los perros —comentó mientras tomaba asiento en el sofá. Como si fuera su casa, Matthew cruzó los pies sobre la mesa ratona—. Una vez, con mi familia fuimos a la casa de mi tío y su perro me hizo calzón chino, literalmente. Fueron años de trauma, pero ahora lo estoy superando. Tu perro es bonito.

Me contuve de corregirle el sexo y simplemente reí.

—Debió de ser duro.

—Oh, créeme que sí —rió conmigo.

—¿Te parece que pidamos ya la pizza?

—Claro. ¿De qué la comes?

—Mmh... ¿queso?

—¿Nada más? —preguntó.

—No suelo comer de otra cosa, pero si quieres podemos pedir mitad y mitad.

—De eso nada. Me gusta con queso —respondió.

Matthew tomó su celular y marcó el número de una pizzería a la que los chicos solían pedir siempre, yo le dicté el número. Los muy vagos no querían levantarse del sofá para buscar el número en el imán que teníamos en la heladera y acabaron escribiéndolo con lápiz en la mesita ratona.

—Vendrá en veinte.

Asentí con la cabeza. Debo admitir que hacía mucho tiempo que no tenía una cita. No recordaba lo incómodo que era el silencio y las miraditas. Fui una tonta al proponer la casa en vez de ir a un lugar abierto, con música, el barullo de la gente y ese tipo de cosas que disfrazaban el silencio.

Entre tantos pensamientos, las palabras de los chicos ordenando que no me acercara a Matthew resurgieron. ¿Por qué no lo querían cerca si parecía un buen tipo? Hasta donde había visto, era el típico chico encantador que seducía a todos con una divertida personalidad y le caía bien a la gente.

Viviendo con 5 idiotas [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora