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Habían pasado cuatro días. Cuatro días en los que salí a correr sola. Cuatro días yendo al instituto en el carro de Nick y no en el de Alex. Cuatro días durmiendo sola. Cuatro días sin intercambiar ni una sola palabra con Alex.

Bueno, en realidad, yo sí me esforzaba por hablarle. Era él quien me evitaba a toda costa. En casa, en los pasillos, en el instituto, y en todos lados.

Apreciaba mucho cuando Asher intentaba arreglar nuestra relación. Me hacía reír. Por ejemplo, ahora, me encontraba bajando las escaleras. Él y Alex estaban sentados en el sofá, y el primero volteó con la sonrisa de el gato de la madrastra de Cenicienta al verme.

—¡Eh, Ali! ¿Por qué no te sientas?

—En realidad, bajaba por algo de com...

—Que te sientes —ordenó, esta vez, sin ningún tono alegre. Me observaba con los ojos más abiertos de lo normal.

—Si, bien, me sentaré.

Me acerqué al sofá, pero antes de que pueda sentarme a un lado de Asher, este se corrió a la otra punta y no me quedó más remedio que sentarme junto a Alex, quien bufó.

—¿Hace falta todo esto? —preguntó, observando a Asher. Este se encogió de hombros, fingiendo confusión.

—No sé de qué me hablas. Sólo quiero sentarme y charlar con mis dos chicos. Bueno, mi chico y mi chica, en realidad. Aunque no sé como se perciban ustedes. Yo no juzgo.

—Asher... —insistió el pelinegro.

—¿Cómo va todo? ¿Algo interesante en sus vidas? ¿Algún malentendido del que quieran hablar?

Alex hizo el amague de levantarse, pero Asher lo fulminó con la mirada y acabó sentándose otra vez mientras rodaba los ojos.

—No, nada. ¿Ya puedo irme? —preguntó.

—¿Y el instituto? ¿Todo bien?

—El instituto bien, la vida bien. Nada de qué hablar. ¿Ya? —insistió. El pobre realmente quería estar lo más lejos posible a mi.

—Es un bonito día, ¿no? —hablé.

—Bonito para tirarme de un puente.

—Eh, qué pesimista —acusó Asher.

—Ese es el impacto que causan tus intentos de ayudar —defendió—. Gracias, pero no necesitamos arreglar nada. Estamos bien así.

—De hecho... —quise intervenir, pero cerré la boca cuando me fulminó con la mirada.

Era como si volviésemos a los tiempos en que apenas nos conocíamos, nos tratábamos como animales.

De un suspiro, me levanté, entré a la cocina y tomé de la nevera algo para comer. Ya no tenía sentido seguir insistiendo si él no quería siquiera verme. Lo intenté, no quizo, listo. Yo permanecería aquí, esperando el momento en que le diera la gana de escucharme.

Evité los llamados de Ash y subí a mi cuarto. Encendí la computadora y me recosté en la cama, mientras miraba una serie en Netflix y cenaba comida fría de la heladera.

Vaya vida interesante.

La serie estuvo tan aburrida que acabé quedándome dormida. Desperté horas después, con el sonido de la lluvia golpeando contra el techo. ¿En qué momento se había nublado tanto? Cerré la ventana para que no entrara más viento y miré la hora en el reloj. Eran las dos de la madrugada.

Me dirigí al baño para hacer mis necesidades y lavar mis dientes y cara. Fue cuando estaba haciendo mi rutina facial que se oyó un rayo. Gami, que había llevado conmigo al baño –para que no se sintiera sola y asustada por la lluvia. Y para que yo no me sintiera sola y asustada por la lluvia–, llamó a mi pierna con sus pequeñas patitas. La acaricié.

Viviendo con 5 idiotas [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora