Capítulo 1: Bolas de papel.

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En esta habitación solo existen dos tipos de ruido que se expresa con cierto eco en mi mente: Las bolas de papel producidas por mi impotencia y el sonido de mi pie retumbando en el suelo.

Otro trazo disparejo para un intento de dibujo, desechado.

Proporciones poco convincentes, desechado.

Incoherencia en su naturaleza, desechado.

Un círculo tras otros en busca de algún milagro que pueda ser concebido para estas manos... Demasiado fantasioso, desechado.

Comenzare de nuevo... Una hoja blanca ante mí, un lienzo con una vida que contar, mis manos son aquellos agricultores que con paciencia cosecharan los frutos de esta hermosa semilla, solo tengo que calmarme y enfocar una visión precisa en este trabajo... Nuevamente una hoja blanca.

Desechado.

Hay tanto papel arrugado en el suelo, que fácilmente se puede asimilar a un campo minado. Mi bote de basura parece ser de adorno, puesto a que está presente en aquella esquina deseando ser alimentada... ¿Por qué siempre se encuentran en la esquina?

Mi vida es un chiste como aquellos comentarios internos que lo acompañan, absurdo, patético, adornado de pensamientos disparejos que atrasan el trabajo que se me vio encomendado. Fácilmente podría decir que lo dejaría ya que no me gusta, pero no me encuentro en posición de opinar de esa forma. Con los codos reposados sobre la mesa procedo a colocar mis manos sobre mi rostro, un poco más y mi situación podría parecerse a "El grito" de Edvard Munch.

Mi vida no es más que un bucle, narrado por un escritor frustrado que no tiene proezas que publicar... Y que mal gusto para la trama al señalar mi vida de esa manera.

Las casualidades me abruman tanto.

En esa misma mañana, mientras jugaba con las cucharadas de azúcar en la cafetería "Sol Amado" de la Ciudad de Madrid, observaba por la ventana a las personas deambular por la acera, normalmente suelo imaginar qué tipo de vida comparten cada una de ellas por el tipo de vestimenta o gesto que expresan. Como aquel chico que camina con pasos agigantados portando un ramo de flores, probablemente para declararse, despedirse o recuperar un amor por culpa de una infidelidad, al notarse preocupado probablemente sea la tercera opción.

En ese mismo instante observe a una persona que se me hacía familiar, alguien que se andaba adentrando a la cafetería. sonaron las campanillas al abrir la puerta. Cuando entra esa persona, trato de enfocarlo un poco más para descubrir quién es y porque se me hace conocida. No tarde mucho para distinguir su presencia, era mi antiguo profesor de la Universidad de Artes.

Evite rotundamente hacer algún tipo de contacto visual. No es que lo desprecie, es un excelente profesor. Pero quiero ahorrarme la típica conversación incomoda que se llega a tener con alguien que no has visto en mucho tiempo, esas palabras forzadas con una sonrisa fingida suelen parecerme algo pesado de lidiar.

Eventualmente ese profesor extrovertido con cubrebocas de hocico de perro, abrió sus brazos y exclamo mi nombre con tanta fuerza que todos giraron hacia donde estaba el. En ese momento mi sexta cucharada de azúcar se tornó muy empalagosa.

—¡Estivi! —Apodo de cariño o martirio que el profesor usaba para referirse a mí, llevaba más de 7 años sin llegar a escucharlo—. Que sorpresa verte aquí muchacho, los años avanzan, pero seguimos siendo los mismos ¿No es así?

Y esa es su frase favorita, el profesor no ha cambiado nada en todo este tiempo, en pleno verano usa bufanda, su manera de vestir es tan estrafalaria como si un foco figurase encima de él. Camisa de cuadros amarillos, lentes con marcos cuadrados, pantalón caqui y zapatos de vestir café claro, y por supuesto: esa hermosa bufanda roja ¿Directo a la Fashion Week? Su cabello se encontraba grisáceo, pero no parecía afectarle la edad a este hombre ya que no tenía marca o arruga alguna. Sinceramente no tengo lectura de esta presencia, es extraño y difícil de predecir.

Mis tonos en tu lienzoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora