Capítulo 26: Una pequeña ayuda.

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Asisto al hospital con el almuerzo preparado para Marta, ella se encuentra leyendo una novela en su reposo y a su lado esta Verónica, rendida del sueño en el asiento. Marta al verme me hace un ademan de que haga silencio, y así fue. Sin decir palabra alguna, espero pacientemente hasta que ella se despertara. Es evidente que ella paso la noche en vela brindándole compañía, no pensé que Verónica se había encariñado tanto con mi vecina. Pasado unas dos horas de silencio absoluto, Verónica se despierta.

—¿Qué hora es? Me quede dormida sin darme cuenta. —Pregunta somnolienta.

—Ya serán las 4:00pm. —Dice Marta mientras pasa la página de su libro.

—Que hambre tengo. —Comenta mientras se termina de espabilar.

—Por suerte, Steven te trajo el almuerzo. —Le dice Marta.

—Espera, ¿Qué? —Cerré uno de los libros que ando leyendo de Marta con mi dedo índice para no perder la página y dirijo mi atención hacia ellas.

—Steven... Tan considerado. Joder, como te haría un descuento para que cojas a gusto. —Expresa agradecida mientras recibe el almuerzo que le está entregando Marta.

—Ese almuerzo no es... —Antes de proseguir Marta me observa con una mirada pesada, de aquellas de lo que me puedo enterar si llego a terminar la frase—. Espero te guste.

—Sin más preámbulo, probemos. —Destapa la taza—. ¡Pasta larga a la carbonara, tiene buena pinta!

Envuelve la pasta en el tenedor y le da un bocado, veo como sus mordiscos ordinarios empiezan a bajar de a poco, masticando de forma más lenta y suave. Una lagrima brota de su ojo derecho y con la misma mano en la que sostiene el tenedor se limpia la cara. Volteo a ver por la ventana y dice.

—Nunca espere nada de ti a la hora de cocinar, pero el día de hoy creo que tus dotes gourmets se lucieron...

—¡¿Tan buena está?! —Exclama Marta impresionada.

—No sé qué decir... Hice mi mejor esfuerzo y me alegra que-

—Steven, por el amor al coño. ¿Por qué la pasta se encuentra cruda?, además, la crema de leche anda agría.

—Yo... —Dije tratando de encontrar una excusa.

—¡¿Cómo es posible que no sepas realizar algo tan sencillo como una pasta?! Siento que andas escupiéndole a la cara a todos tus antecesores, joder. Ellos cazaban bisontes en pelotas y tu aquí sin saber tomar el tiempo de la pasta. —Mira a Marta—. Estuvo muy buena la broma, usted no toco el almuerzo porque ya sabía lo que se iba a encontrar.

—¡¿Qué dices, niña?!, la comida de hospital llena mucho. —Dice como excusa.

—Lo siento, pero me acabas de dañar el paladar. Espero me compres algo bueno de camino a casa. —Dice con un tono amenazante.

El tiempo se nos hizo corto y la estadía en el hospital ya había finalizado, Verónica y yo nos encontramos caminando, con nuestras manos metidas dentro de nuestras gabardinas ya que el frio se empieza a pronunciar. Aun no logramos acostumbrarnos a que Marta permanezca en la cama de un Hospital, ambos no lo admitimos. Pero este hecho nos tiene distraídos y desenfocados, el nivel de preocupación nos ata la mente. Y como si ella leyera mi pensamiento, hace un gesto que me ayuda reaccionar.

—¡Ya basta!, no podemos seguir así. —Se abofetea con ambas manos en sus mejillas.

—¿Ahora que estás haciendo?

—Lo que necesitaba hacer.

Da un paso hacia delante y con su mano bien preparada decide darme una abocetada. Me costó asimilar el impacto, pero fue suficiente como para prestarle atención a sus palabras.

Mis tonos en tu lienzoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora