|CAPÍTULO 09|

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-¡Olivia, levántate ya! -gritó.

Me removí entre las sábanas y no hice intento alguno por abrir los ojos.

-¡Bestia! -volvió a golpear la puerta - Joseph vendrá en cualquier momento.

¿Joseph? Abrí los ojos, completamente despierta y aventé las sábanas hacía un lado. Salí de la cama en un santiamén y abrí la puerta. Sharon corría de un lugar a otro en busca de algo.

- Yo creí que no te levantarías nunca -farfulló.

-¿Qué buscas? - Pregunté.

-Mi bolso, puedo jurar que la dejé aquí -apuntó al sofá.

Miré el reloj, faltaban veinte minutos para las seis de la mañana. ¿Cuánto se tardaría Joseph en llegar?...

¿Por qué me pregunto eso?

-Busca en tu cuarto, Sharon -musité.

Ella me miró y salió corriendo a su habitación. Dos segundo después llamaron a la puerta.

-Liv, por favor abre -me gritó Sharon desde su cuarto.

Caminé perezosamente hasta la puerta y la abrí. Lo que vi me deslumbró por completo.

-Buenos días -me sonrió y aquella fierecilla enjaulada saltó de un lado a otro en su pequeña cárcel.

-Buenos días, Joseph- le devolví la sonrisa. 

-Pasa.

Le abrí camino y me le quedé mirando mientras pasaba a mi lado, llevaba puesta una chaqueta negra al igual que los apretados pantalones que traía, por dentro de la chaqueta se alcanzaba a ver una camisa en tono rojo. Usaba unas gafas de sol que le daba un aspecto más comercial a su rostro, parecía de esos modelos que sólo ves en televisión.

- Bonita pijama -musitó mirando mi atuendo.

Enrojecí hasta los hueso y me mordí el labio inferior, completamente apenada. Nadie, exceptuando a Sharon, me había visto en pijama.

-Gracias -murmuré.

-¿Dónde está Sharon?

-En...

-¡Aquí! - la interpelada salió de su habitación con el bolso en la mano y me interrumpió.

- Hola, preciosa -dijo él y luego se acercó para besarla.

Desvié mi mirada, dándoles privacidad y me escabullí hasta mi cuarto. Privacidad, ¿eso quería darles? O sólo quería calmar a la fierecilla que de pronto se sintió incómoda.

Me vestí rápidamente y me hice una coleta.

- ¡Liv! Debo irme -gritó Sharon, desde algún lugar cercano a la puerta.

Salí del cuarto no sin antes tomar mi cámara fotográfica.

- Te veo más tarde, espero se diviertan -dijo.

- Los amo, a los dos.

-¡Suerte! -dije, pero ella ya había cerrado la puerta.

Miré entonces a Joseph, quien se encontraba parado mirándome a mí.

-Creí que íbamos a desayunar en pijama -musitó, divertido al notar mi cambió de ropa.

El rubor corrió de nuevo por mis mejillas y bajé la cabeza.

-Es muy temprano para desayunar - musité.

El rio.

-¿Entonces... quieres que nos vayamos ya? El camino no es muy corto.

-Claro -sonreí y él me hizo seña de que saliera del departamento.

Tomé mi bolso y me lo crucé por el cuerpo, echando allí mí cámara; luego él me abrió la puerta y me dejó pasar primero. Se deslizó después hacia mi lado y caminó junto a mí, su perfume, mezcla de miel y frutas tropicales se introdujo en mi nariz.

-¿Escaleras o ascensor? -preguntó.

-Escaleras, es el tercer piso -decidí.

Sonrió como si le hubiera gustado mi elección. Esperó a que yo me adelantara y luego me siguió muy cerca.

Cuando salimos del edificio, caminé hacia la derecha, muy decidida.

-¿A dónde vas? -Preguntó Joseph y me giré a mirarle, entonces me di cuenta de que ya no me seguía sino que estaba parado y reía.

-Pues, a tomar un taxi o un autobús -me encogí de hombros, confundida.

El rio con ganas y sus carcajadas atronaron en mis oídos como la entonación de una cascada al caer al lago.

No comprendí qué le resultaba tan gracioso y fruncí el ceño.

-No pensarás que tomemos un taxi hasta allá, ¿verdad? -dijo, medio serenado

 -Porque si es así, no creo que tengas el dinero suficiente como para pagar el viaje, recuerda que no está muy cerca el lugar -rio de nuevo

 -Y no hay autobuses hasta ese lugar, a menos de que tomes tres o cuatro.

Me quedé en silencio y relacioné sus palabras con sus acciones.

-¿Te estás burlando? -volví a fruncir el ceño.

La carcajada melodiosa que aún salía de su garganta enmudeció, y su rostro se volvió serio y cauteloso.

-No -dijo.

-¿Entonces por qué te ríes? -enarqué una ceja.

-Porque me pareció un poco... gracioso -aún bajo las gafas de sol, su expresión era como la de un niño que es regañado por su madre.

-Para mí no es es gracioso -dije, severa pareciendo enojada.

-Lo siento yo...

Estallé en fuertes risotadas interrumpiendo su disculpa y se me quedó mirando extrañado.

-¡Caíste! Creíste que me había disgustado -alcancé a soltar entre risas.

Su rostro dejó la seriedad y precaución y se dibujó en él una bella sonrisa.

-Eres mala -musitó y luego río.

-Sólo a veces -reí - Pero bueno, ya hablando en serio, ¿en qué nos vamos a ir? -inquirí

EL MANUAL DE LO PROHIBIDO/JOSEPH QUINNDonde viven las historias. Descúbrelo ahora