|CAPÍTULO 21|

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- ¡Chicos ya vine!

Ambos pegamos un brinco al oír la voz de Sharon y ver el rayo de luz que la puerta abierta introducía a la habitación. No separamos tan rápido que no pude ni procesar la información del todo bien. ¿Sharon? ¿Ella que hacía aquí? ¿ Eran ya las ocho de la noche?

- ¿Por qué está tan oscuro? - preguntó y luego las luces me cegaron.

Paradeé repetidas veces, atolondrada y desconcertada.

- Estábamos viendo una película - explicó Joseph, quien de repente se encontraba muy lejos, a diferencia de cómo lo había tenido antes.

¿Cuándo se alejó tan rápido?

- ¿En serio? ¿Cuál? - preguntó Sharon, tratando de ver hacía el televisor y de descifrar a qué filme pertenecían esas escenas.

- Infectados - dijo Joseph.

- Liv, yo no sabía que eras masoquista - bromeó Sharon y sólo entonces, cuando oí mi nombre, aterricé 

-Esa película es aterradora - musitó haciendo un mohín - ¿Por qué la rentaste?

- Porque no sé italiano, ¿te parece una buena excusa? - musité, medio atontada. Aun no sabía qué había ocurrido y por qué Sharon estaba allí siendo las siete con treinta.

Ella soltó una risotada.

- Shar, amor. ¿Por qué llegaste temprano hoy? - preguntó Joseph.

- Ah, hoy salí temprano - se encogió de hombros. Se puso en puntitas para besar los labios de su novio y me giré instantáneamente, de pronto mas aterrorizada por esa escena que por el filme.

Oí el chasquido de sus labios al unirse y quise taparme los oídos y subirle todo el volumen a la TV con tal de que me fuera imposible captar ese tipo de sonidos.

La fierecilla apareció de pronto, atenta, molesta y enfurruñada. Se movía inquieta dentro de mí estómago y me rogaba que me levantara del sofá y me largara.

Miré por la colilla del ojo y pude verlos aún besándose. La fierecilla se removió y comenzó a rasguñar lastimosamente. Ahora era un sentimiento casi palpable, podía sentirlo con claridad dentro de mí, alguna especie de punzada cerca del corazón que hacía los latidos pesados, moribundos. Esto no debía de hacerme daño... pero lo hacía.

Me levanté del sofá y quité la película del televisor. Hice ruido cuando el control del DVD se me cayó de la mano al presionar su botón con fuerza excesiva. Pero al menos sirvió para que Joseph y Sharon se dejaran de pasar microbios y me miraran.

- Perdón - farfullé.

- ¿No vas a terminar de verla? - preguntó Sharon.

- No, recordé que tengo que arreglar mis cosas - dije, mientras ponía con movimientos torpes el DVD de nuevo en su lugar.

- Ay Liv, pero tú nunca arreglas tu habitación - me acusó.

- No me refiero a eso Sharon - la miré 

-Lo que quiero decir es que mañana saldré con Tim y me llevaré la cámara - no sabía de dónde había salido la mentira, por que eso era, una mentira; Timothée y yo no teníamos planes de nada 

- Y por cierto, yo sí arreglo mi habitación, aunque no muy seguido.

Sharon ignoró mi último comentario.

- ¿Saldrás con Timothée de nuevo? Vaya, ¿Cuántas veces ya son? - se emocionó y comenzó a especular.

- No las cuento, Sharon - dije y me reí.

- ¿Y a dónde irán? ¿De nuevo a tomar café?

Miré el rostro de Joseph, a un lado del de su novia conjeturante y pude ver en él ese tipo de gesto que le producía cada vez que yo hablaba de Tim. Aquello me alentó a seguir con la mentira.

- No, a la plaza de San Marcos - dije

- Así que si me disculpas, tengo que ir a ver que me pongo - sonreí, pero de esa manera en la que sonríen las brujas malvadas de las películas.

- ¿No vas a cenar? - inquirió Sharon.

- No, no tengo hambre; pero si acaso me da, creo que tengo una barra de granola en mi escritorio - me encogí de hombros.

- Está bien.

- Hasta mañana, Joseph - dije, cordialmente y le sonreí. De veras que me sentía mala y a la fierecilla le gustaba eso.

- Hasta mañana, Olivia - musitó, serio y sin sonrisa.

Me di la media vuelta y me dirigí a mi habitación. Había calmado la fierecilla e incluso le había dado una dosis de satisfacción, pero ahora tenía otro problema. ¿De dónde había salido mi mentira? No me quedaba más que sólo cruzar los dedos para que Tim pudiera ser mi cómplice y aceptara la invitación que le iba a hacer.

Marqué rápidamente el número de Timothée y me aparté de la puerta para que no pudieran oírme. Timbró un par de veces y a la tercera su voz de ángel contestó del otro lado de la bocina.

- ¿Liv? - me dijo, sorprendido por mi repentina llamada.

Él siempre era el que me llamaba a mí.

- Hola, Tim, ¿Cómo estás? - susurré.

- Bien. ¿Por qué hablas tan bajito? - me preguntó, cambiando su tono de voz al mío.

- Porque no quiero que me oigan.

- ¿Quién?

- Mañana te explico, ¿sí? Sólo quería preguntarte si querías salir a pasear conmigo a la plaza - arrugué el suéter negro que llevaba puesto, nerviosa.

- ¡Por supuesto! ¿Mañana?

Suspiré de alivio.

- Sí, gracias.

- No, gracias a ti por invitarme - dijo.

- Entonces, hasta mañana, buenas noches y gracias - musité.

- Hasta mañana.

Terminé la llamada he hice una exclamación de victoria. Sabía que podía contar con Timothée cuando fuera.

Me senté sobre la cama y me incliné para abrir el cajón inferior de mi buró. Rebusqué entre papeles y debajo de todos encontré lo que había guardado como tesoro a capa y espada hasta hoy. Levanté las diez fotos y miré cada una hasta encontrar alguna que dibujara el rostro mejor.

Cuando lo hice, la tomé entre mis manos y estudié el bello resplandor que por sí sólo reflejaba el rostro de Joseph. Sentí en mi estómago como si un montón de burbujas se inflaran y fueran flotando en el espacio libre. ¿Por qué el me provocaba todo esto? Ahora empezaba a tener un miedo racional y tangible. Joseph no debería provocarme ese tipo de sensaciones, por que yo sabía que significaban. Recordé lo que había ocurrido hace rato, y no pude ni imaginarme lo que hubiera pasado si Sharon no hubiese llegado. Su rostro estaba demasiado cerca. Demasiado. Sentí cómo las burbujas se inflaron más y revolotearon por todo mi estómago. Sacudí la cabeza, queriendo deshacerme del recuerdo y por consecuente de la reacción.

Guardé de nuevo todas las fotografías en mi cajón, debajo de todo el montón de papeles, en donde deberían estar. Me arropé para dormir y mire el techo en total oscuridad; luché contra los pensamiento que en ese momento estaba teniendo, a mi no me podía gustar el novio de mi mejor amiga, no debía.

EL MANUAL DE LO PROHIBIDO/JOSEPH QUINNDonde viven las historias. Descúbrelo ahora