|CAPÍTULO 34|

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Lo cierto es que le tenía un pavor enorme a las atracciones mecánicas, la adrenalina no era lo que más me caracterizaba y jamás en mis veinticinco años había montado uno. Esta vez no tenía que ser la excepción, pero Joseph insistía y así era más difícil hacerle caso a mi razón.

No sé cómo me hizo llegar hasta la fila que esperaba ansioso por subir y me percaté de ello hasta que los estrepitosos gritos de las personas a bordo me llegaban desde lo alto.

- Estás loco si piensas que me voy a subir a eso - farfullé, intentando huir por tercera vez.

- Ya te dije que sí estoy y te subirás conmigo - no sabía por qué la última palabra me había gustado demasiado, pero antes de que lograra salir de entre la gente que hacía fila, Joseph me agarró de la muñeca, me atrajo hacía él y me abrazo fuertemente, haciendo añicos mi fuerza de voluntad y por supuesto, imposible mi escape.

Me quedé quieta y me le quedé mirando, a esa distancia tan pequeña, su belleza era inconcebible.

- Por favor, súbete conmigo - pidió, con la voz más aterciopelada y dulce que jamás haya oído.

- No voy a dejarte ir hasta que me digas que sí.

De pronto, olvidé cómo hablar y sólo asentí. Me percaté del latido tan estrepitoso de mi corazón que golpeaba contra mi pecho y también contra el suyo, que estaba pegado al mío, entonces el rubor corrió por mis mejillas ya que él no me soltaba aunque ya había aceptado.

- Genial - me sonrió. 

-Gracias.

¡Sharon, Sharon, Sharon, Sharon! La voz en mi cabeza gritaba aturdida. No debía olvidarme de Sharon. Me obligué a sacar voz de mi garganta.

- Entonces no tengo opción, así que suéltame ya - musité, ruborizada

- No, si te suelto tal vez intentarías escapar, a menos de que no estemos arriba, difícilmente te creeré - me apretujó más a su nuevo; así que hasta cuerpo, casi no podía respirar pero tampoco quería hacerlo si eso significaba dejar mi bella prisión.

Me sonrió antes de mirar de nuevo el temible juego y estando allí en sus brazos, su delicioso perfume llegaba con intensidad hasta mis fosas nasales, inundando todo el aire a mí alrededor y produciéndome un confort en el estómago, transportándome a un mágico paraíso.

- ¡Genial! Seguimos nosotros - me dijo, mientras me hacía avanzar detrás de las personas que emocionadas montaban los asientos para dos de la montaña rusa.

El estómago se me revolvió.

- Joseph... - la voz me tembló, insegura.

Me hizo sentar en el cuarto asiento de adelante y él se sentó a mi lado. Luego sus brazos se volvieron a enrollar en mi cuerpo, ya que me había soltado unos segundos para poder acomodarse en el asiento continuo.

- No estoy muy segura de...

- Ya estás arriba, así que no hay retorno - me interrumpió.

Nos hicieron ponernos el tubo de seguridad y el estómago se me encogió de nerviosismo. EI tubo metálico no llegaba hasta mí abdomen.

- No hay peligro de que salga volando, ¿verdad?- pregunté.

Joseph miró que el tubo no me llegaba y rio.

- No, pero dicen que siempre hay una primera vez - rio cínico.

- ¡¿Qué?!

- Es broma - se carcajeó. 

-Tranquila, ¿sí?

Entonces el carrito se empezó a mover por el riel que formaba el camino ilógico de aquella montaña. Quise correr, sólo tuve las ganas de hacerlo, pero como si Joseph me hubiese adivinado el pensamiento, sus brazos se tensaron a mi alrededor, tiernos y protectores.

EL MANUAL DE LO PROHIBIDO/JOSEPH QUINNDonde viven las historias. Descúbrelo ahora