|CAPÍTULO 42|

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Lloré inconteniblemente sobre su hombro, porque me sentía solA; sentía que tarde o temprano así me quedaría. Sola.

Tardé unos minutos en recuperarme y vi cómo había empapado su camisa.

- Perdón - murmuré mirando lo que había producido mi llorar.

- No te preocupes - me limpió con su pulgar una lágrima que caía por mi mejilla y me recordó a Joseph esta mañana.

- No puedo creer que haya sucedido - musitó.

- Fue mi culpa.

- No - me contradijo firmemente

- No sólo ha sido culpa tuya, Joseph también es culpable, y yo diría que más de la mitad de la culpa cae en él. ¿Por qué no lo evitó? Digo, tú... estabas borracha, pero, ¿él? Él estaba en sus cinco sentidos - meneó la cabeza en forma de reproche. Se quedó en silencio un momento y luego pareció darse cuenta de otra cosa. Me miró. 

- Pensé que odiabas el alcohol - musitó.

- Lo sigo odiando, Tim. Ahora más que nunca - siseé y luego gemí con dolor 

- Pero es que la mente se me nubló y... fue la única estupidez que se me ocurrió para olvidar - admití.

- Prométeme que nunca más volverás a hacerlo - me pidió.

- En lo que me resta de vida-— levanté la mano, jurándolo. Tim volvió a abrazarme, pero esta vez fue un abrazo corto.

- ¿Ya no hay vuelta atrás? - me miró, congojado.

Negué con la cabeza baja.

- Me voy, mañana en la mañana - murmuré.

- Joseph es un idiota - resopló.

- No puedo creer que tengas que irte, es decir, no tan pronto.

- Es lo mejor, de todas maneras ya lo había pensado. Me tardé demasiado analizándolo, ese fue el problema.

- ¿Le dirás a Sharon? - me preguntó, como no queriendo la cosa.

Me tembló la boca y la quijada al contestar.

- Tiene que saberlo - tomé aire.

- Pero no estoy muy segura de cómo - bajé la mirada.

- Todo va a salir bien, Liv - me tranquilizó, pero yo sabía que más allá de sus palabras, la verdad era otra. 

- ¿Te despedirás?

- ¿De quién?

- De Valerie.

Otro pinchazo de dolor a mi corazón. Otra persona que extrañaría bastante.

- No me gustan las despedidas - musité, con el dolor en mi voz.

- Oh, vamos. No puedes irte sin decirle adiós. Sabes que ella te aprecia mucho.

- Pero me va a doler - dije.

- Y le va doler más a ella si no lo haces.

Suspiré.

- De acuerdo - acepté. 

- Ahora llévame al departamento, por favor - dije, sobándome la cabeza, que sentía explotar.

- Gracias - me hizo un cariño en el mentón y luego abrió el cajón de delante de mí 

- Toma, te ayudarán un poco - me ofreció unos lentes de sol y cuando me los puse y mi vista se oscureció, el dolor disminuyó quedamente.

Arrancó el auto y condujo hasta el departamento, tenía que comenzar a hacer mis maletas. Cuando llegamos y subimos, Tim me preparó una extraña malteada blanca.

EL MANUAL DE LO PROHIBIDO/JOSEPH QUINNDonde viven las historias. Descúbrelo ahora