Joseph me sujeto de la espalda, temeroso de que me cayera.
- Usted señor, no tiene por qué tocarme - retire su mano de mi espalda y le fruncí el ceño en un gesto mal hecho.
- Será mejor que nos vayamos, Olivia. Gaspar - sacó su billetera y luego e ella, un par de billetes que aventó sobre la barra
- Quédate con el cambio, gracias por llamarme.
- ¿Por qué pagas mi cuenta? ¿Quién te dio el permiso? - dije con voz torpe.
- Vámonos, Olivia.
- Yo no me quiero ir, ¿me vas a obligar?
- No seas ridícula Liv. Vámonos - me insistió a seguir caminado pero me detuve y luego me tambalee por el esfuerzo
- Si es necesario sacarte de aquí en brazos, lo haré - me advirtió y me miró serio.
Nos quedamos mirándonos por un buen rato, retándonos el uno a otro; pero fracase por completo luego de perderme en esos bellos ojos color café. Si sobria era débil, ebrio no tenía dignidad.
- De acuerdo - farfullé.
- Tú ganas, ¡siempre ganas! - hice un mohín y luego me di la media vuelta para dirigirme a la salida; algo que hizo que me mareara.
Pude sentir su firme y su fuerte mano sujetándome por la cintura, y al reconocer aquella dulzura en el tacto, la piel se me erizo y un montón de mariposas se desataron en mi estómago. Maravilloso, incluso ebria y torpe, Joseph provocaba esas reacciones en mí. Fruncí el ceño mentalmente.
Cuando llegamos afuera, después de esquivar a toda la gente y que, el aire me movió mis rizos alborotados, quité de un tirón su mano en mi cintura y le miré ceñudo.
- ¿Qué pretendes, Joseph? - mi voz me parecía incluso más torpe.
- Sacarte de aquí sana y salva, vámonos - me apuntó su ya conocido auto negro del que era dueño, animándome a que subiera.
- No - yo crucé de brazos.
- Ya me sacaste de allá adentro, ya déjame aquí - le hice un gesto con la mano para que se fuera.
- Liv, por favor, sube - me rogó, serio.
Me giré y comencé a caminar con pasos torpes, sintiendo a cómo el suelo bailaba bajo mis pies.
- ¡Olivia! -exclamó, ordenando que parara, pero lo ignore.
- No seas terca.
Seguía caminando, o al menos intentaba. Y de pronto sentí que mis pies se despegaron del cemento y unos fuertes y dulces brazos me elevaron.
- ¿Qué haces? iSuéltame! - Intenté luchar
- ¡Joseph, déjame! - pero mis intentos fueron sólo fracasos.
Joseph caminó los pocos metros hasta su auto y con cada uno de sus movimientos, su perfume varonil que me llevaba a flotar en un paraíso, se metía por mi nariz. Me depositó con cuidado media parte de mi cuerpo en el suelo, mis pies volvieron a tocar el piso; pero mi cintura aún estaba fuertemente ceñida por su mano. Me tenía aprisionada. Abrió la puerta del copiloto del auto y luego volvió a cargarme como un bebé y me depositó con dulzura sobre el asiento. Se inclinó sobre mí y abrochó el cinturón de seguridad sobre mi cuerpo. Oí el chasquido del seguro al cerrar.
- No soy un bebé - mascullé.
Entonces me miró, su bello rostro estaba a sólo centímetros del mío y su respiración me golpeaba el rostro. Sus ojos brillaban con la tenue luz de las lámparas que entraba por las ventanillas del auto. El puñado de mariposas de mi estómago enloqueció.
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EL MANUAL DE LO PROHIBIDO/JOSEPH QUINN
Romance¿Alguna vez has deseado algo prohibido? Como si esa cosa estuviera en la lista de "No toques, no codicies" pero que cada momento te incita más a tenerlo. Falso y pérfido eran sinónimos de mi nombre. De todos los papeles que pude protagonizar, era d...