|CAPÍTULO 41|

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Joseph me sujeto de la espalda, temeroso de que me cayera.

- Usted señor, no tiene por qué tocarme - retire su mano de mi espalda y le fruncí el ceño en un gesto mal hecho.

- Será mejor que nos vayamos, Olivia. Gaspar - sacó su billetera y luego e ella, un par de billetes que aventó sobre la barra

 - Quédate con el cambio, gracias por llamarme.

- ¿Por qué pagas mi cuenta? ¿Quién te dio el permiso? - dije con voz torpe.

- Vámonos, Olivia.

- Yo no me quiero ir, ¿me vas a obligar?

- No seas ridícula Liv. Vámonos - me insistió a seguir caminado pero me detuve y luego me tambalee por el esfuerzo 

- Si es necesario sacarte de aquí en brazos, lo haré - me advirtió y me miró serio.

Nos quedamos mirándonos por un buen rato, retándonos el uno a otro; pero fracase por completo luego de perderme en esos bellos ojos color café. Si sobria era débil, ebrio no tenía dignidad.

- De acuerdo - farfullé. 

- Tú ganas, ¡siempre ganas! - hice un mohín y luego me di la media vuelta para dirigirme a la salida; algo que hizo que me mareara.

Pude sentir su firme y su fuerte mano sujetándome por la cintura, y al reconocer aquella dulzura en el tacto, la piel se me erizo y un montón de mariposas se desataron en mi estómago. Maravilloso, incluso ebria y torpe, Joseph provocaba esas reacciones en mí. Fruncí el ceño mentalmente.

Cuando llegamos afuera, después de esquivar a toda la gente y que, el aire me movió mis rizos alborotados, quité de un tirón su mano en mi cintura y le miré ceñudo.

- ¿Qué pretendes, Joseph? - mi voz me parecía incluso más torpe.

- Sacarte de aquí sana y salva, vámonos - me apuntó su ya conocido auto negro del que era dueño, animándome a que subiera.

- No - yo crucé de brazos. 

- Ya me sacaste de allá adentro, ya déjame aquí - le hice un gesto con la mano para que se fuera.

- Liv, por favor, sube - me rogó, serio.

Me giré y comencé a caminar con pasos torpes, sintiendo a cómo el suelo bailaba bajo mis pies.

- ¡Olivia! -exclamó, ordenando que parara, pero lo ignore. 

- No seas terca.

Seguía caminando, o al menos intentaba. Y de pronto sentí que mis pies se despegaron del cemento y unos fuertes y dulces brazos me elevaron.

- ¿Qué haces? iSuéltame! - Intenté luchar 

- ¡Joseph, déjame! - pero mis intentos fueron sólo fracasos.

Joseph caminó los pocos metros hasta su auto y con cada uno de sus movimientos, su perfume varonil que me llevaba a flotar en un paraíso, se metía por mi nariz. Me depositó con cuidado media parte de mi cuerpo en el suelo, mis pies volvieron a tocar el piso; pero mi cintura aún estaba fuertemente ceñida por su mano. Me tenía aprisionada. Abrió la puerta del copiloto del auto y luego volvió a cargarme como un bebé y me depositó con dulzura sobre el asiento. Se inclinó sobre mí y abrochó el cinturón de seguridad sobre mi cuerpo. Oí el chasquido del seguro al cerrar.

- No soy un bebé - mascullé.

Entonces me miró, su bello rostro estaba a sólo centímetros del mío y su respiración me golpeaba el rostro. Sus ojos brillaban con la tenue luz de las lámparas que entraba por las ventanillas del auto. El puñado de mariposas de mi estómago enloqueció.

EL MANUAL DE LO PROHIBIDO/JOSEPH QUINNDonde viven las historias. Descúbrelo ahora