|CAPÍTULO 27|

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- ¿Te la dio Joseph? - su ceño se frunció, y la voz se le bañó radicalmente de un matiz de confusión.

- Emm... ¡No! Quiero decir que Joseph te la dejó a ti, es para ti - dije, mientras sentía que la fierecilla pataleaba y gritaba ¡Mía, mía, mía!

- ¿Hizo eso? - se semblante cambió de nuevo y se volvió tierno y dulce, como era - Aww, qué lindo es - se acercó la rosa y la tomó para luego percibir su aroma 

- Tengo que ponerla en agua - sonrió y yo suspiré, aliviada y con pesar.

Aliviada porque había salido del lío que por poco y se iba a armar, y con pesar porque la rosa ahora estaba en las manos equivocadas, que irónicamente eran en las que deberían de estar.

Me senté en una de las sillas del pretil mientras veía como Sharon sumergía el tallo de la rosa en el agua de un florero pequeño.

- ¿Y qué tal tu día con Tim? - preguntó mi amiga.

- Genial - musité con aplomo.

- Ay pero lo dices como si no te hubiera gustado - su aguda voz se acercó cuando ella se sentó a mi lado.

- No, es que estoy cansada, ya me conoces - sonreí.

- No es justo, ¿sabes? - dijo.

- ¿Qué cosa? - la miré.

- Que no pueda pasar tiempo contigo. Dios, ¡eres mi mejor amiga y casi ni hablamos! Yo con mi trabajo y... Joseph.

- Pero Shar, vivimos en el mismo departamento, como queríamos desde pequeñas, ¿recuerdas?

- Sí - sonrió - y aun así casi ni te veo. No es justo.

- Está bien. Tenemos los domingos - dije.

- Un día de siete - hizo un mohín-

- Me gustaría pasar más tiempo contigo Shar; como cuando éramos niñas, pero ya no lo somos. Tú tienes trabajo y yo muchas cosas que hacer. Pero al menos lo compartimos y eso es lo que cuenta.

- Me siento muy afortunada, ¿sabes? - suspiró - Tengo la mejor amiga del mundo y el novio más apuesto del planeta - rió 

- Además del trabajo que quería - agregó.

No sabía por qué me sentí culpable cuando ella dijo "la mejor amiga del mundo" y celosa cuando dijo "el novio más apuesto del planeta".

Sonreí y la abracé. Si había una amiga excelente, esa era Sharon. No yo.

- Tengo que dormir, Shar - dije.

- ¡Ay, no! - exclamó, como niña pequeña - ¿No vas a cenar?

- Estoy cansada.

- ¡Vamos! Cena conmigo, ya van varias veces que me dejas cenando sola - hizo un puchero y me reí.

- Está bien. ¿Qué cenamos?

La sonrisa de Sharon se expandió alegre por su rostro.

Miré a través de la ventana el cielo completamente oscurecido y conté las escasas estrellas que había esa noche. Miré luego el reloj, iba a ser la una treinta de la mañana y yo aun no podía dormir. Me acurruqué entre la cobija y suspiré.

No podía seguir ignorando a la fierecilla dentro de mí, porque sus pensamientos ya no iban en total desacuerdo con los míos. Pero aun conservaba un poco de cordura en alguna parte de mi cabeza que me decía que no podía enamorarme de Joseph. Era tan intocable como el fuego bajo la sartén, tan prohibido como romper alguna ley de la constitución; era el novio de mi mejor amiga, y yo debía de brincar hacía atrás los pasos que no debí de caminar.

Apabullada y con la cabeza llena de pensamientos ilógicos logré dormir esa noche.

****

Su sonrisa llegaba hasta mí a través de la poca distancia entre ambos. Una sonrisa demasiado bonita como para desgastarla, pero él quería dármela a mí y sólo a mí; haciendo que miles de mariposas revolotearan en mi estómago. Luego tomó mi mano, y sentí que pude tocar el mismísimo cielo. El corazón se me aceleró cuando él puso mi nombre en sus labios y la sonrisa se expandía ahora por mi rostro.

- ¿Quién más puede hacerte sentir esto? - me preguntó, con su voz de terciopelo.

Era la primera noche que soñaba con él, con Joseph. Suspiré con la cabeza enterrada en la almohada y mi suspiro se convirtió en un vapor cálido que me pegó en todo el rostro. Alcé la cabeza y pude sentir algunos que otros cabellos despeinados a cada costado de mi cara. Hoy era sábado. Recordé angustiada el sueño y llegué a la conclusión de que tenía que contarle a alguien de esto porque si no, explotaría tarde o temprano.

Me levanté y arreglé en media hora y tecleé sobre la pantalla de mi celular el número de Alex, ¿Quién mejor que él para entender toda esta locura?

- ¿Hola? - me contestó, del otro lado de la bocina.

- Alex, ¿podemos vernos hoy? - pregunté.

- Claro, dime en dónde y a qué hora - accedió.

- En la plaza, en una hora y media, ¿está bien?

- Perfecto, ¿puedo preguntar para qué? - curioseó.

- Te digo cuando te vea.

- Está bien.

Trunqué la llamada y me apresuré a salir del departamento, seguro tardaría más de una hora y medio si no me daba prisa. Aunque llegar por mis propios medios me costaría trabajo.

Tomé un taxi que tardó casi los sesenta minutos en llegar y pagué con los euros que habían salido de mi bolso o que, mejor dicho, Sharon había colocado allí para mi uso, debido a que mis billetes y monedas aun eran americanos.

Bajé y me adentré en el motín de gente que circulaba bajo el cielo grisáceo como el día de ayer, y me senté en una banquita gris que estaba vacía por puro milagro, como si aguardara por mí.

Le regalé un suspiro al aire y luego miré hacia arriba, a lo mejor llovería hoy. Los nubarrones que surcaban el cielo se veían considerablemente amenazadores.

Empecé a divagar entre mis pensamientos, mientras esperaba por Alex; quién hasta el día de hoy se había vuelo casi mi mejor amigo, nos contábamos todo y esta vez, no sería la excepción. Estaba dispuesta a decirle con punto y coma todo, eso incluía aceptar que Joseph me atraía y bastante.

A la media hora Alex apareció entre el tumulto de gente, su suéter color vino y su cabello rizado fue lo que alcancé a distinguir primero.

- ¡Alex, acá! - manoteé para que me viera y no sólo logré llamar la atención de él sino de algunos otros que me miraron extrañados por hablar en otro idioma.

Cómo si no hubieran oído jamás el español. Me encogí un poco cohibida y aun así Alex me alcanzó a mirar y se acercó.

EL MANUAL DE LO PROHIBIDO/JOSEPH QUINNDonde viven las historias. Descúbrelo ahora