|CAPÍTULO 35|

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¿Pero qué estaba haciendo yo de malo? Lo único malo era haberme enamorado de Joseph, porque era la persona menos indicada para aprisionar mi corazón. Su nombre debería de estar de algún manual de lo prohibido, en la primera página, con un aviso "Peligro". Volviendo a mi pregunta, malo sería querer quedarme con él. Aunque la verdad es que sí lo deseaba, pero aunque no tuviera intensiones de hacerlo, desearlo como yo ya lo hacía, era suficientemente malo. Bastante.

- ¿Te molesta si hago una última parada? - me dijo, su voz llego a mi corazón en aquel silencio que inconscientemente se había producido.

Lo miré.

- No, por supuesto que no - musité. A fin de cuentas, si se me permitía estar más tiempo con él, no me iba a rehusarme a tal regalo.

- Genial. Quiero saludar a un viejo amigo. Hoy es su cumpleaños. Prometo que no tardaré - estaciono en una calle medio vacía y en un instante, él ya se encontraba fuera del auto, abriéndome la puerta para que bajara.

- Acompáñame - me sonrió y me ayudo a bajar. Luego de cerrar la puerta, como hipnotizada le seguí, acatando su orden con el mayor placer.

Caminamos sólo unos pocos metros; ya que, a la mitad de la calle, se situaba un bar-café, a lo que pude entender por los dibujos con luz neón que sobresalían de la pared. Me detuve confundida, cuando Joseph paró también su andar.

- Oh tranquila. Aquí son muy amables - musitó, como si adivinara mis pensamientos.

- ¿Tú... alguna vez has...?

- ¡Oh! Bueno... - se rio

-  Si te refieres a que si he tomado, sí. Pero claro, lo hago con medida - aclaró.

Respetaba su gusto; el alcohol y yo no nos llevamos bien, ya que aquello les había quitado la vida a mis padres, indirectamente.

- Ven - me tomo de la mano y no dudé en seguirlo, aunque adentrarme a ese horrible lugar era casi igual de espantoso que subir a la montaña rusa.

El montón de lucecitas de colores me encandiló los ojos y el sonido de la música electrónica retumbó en mis oídos. Gente bailando de aquí para allá, con movimientos bruscos de brazos y piernas. Me acordé de América, solo que la diferencia de que aquí, los lugares parecían más decentes o al menos, los que había visitado.

Joseph no me soltó la mano, mucho menos para conducirme entre la gente danzante, hasta que me llevó hacía el otro extremo y se recargo en la barra con una elegancia extraordinaria.

- Gaspare, un amico. Piacere di vederti! (Gaspere, un amigo. ¡En cantado de conocerte!) - dijo Joseph, elevando un poco la voz para que se alcanzara a oír sobre el ruido.

El mozo que limpiaba algunos tarros con un trapo, detrás de la barra, se giró a la voz de Joseph.

- Joseph! Che gioia di vederti qui! (¡Emilio! ¡Qué alegría verte aquí!) - era un sujeto alto, con el cabello color rubio platinado y un tanto despeinado, su rostro era un aspecto viril. Dejo lo que estaba haciendo y se reclino sobre la barra para darle un abrazo cariñoso a Joseph.

- Non poteva mancare il tou compleanno (No podía faltar en tu cumpleaños) - su abrazo se prolongó por las palabras de Joseph.

- Oh, quanti dettagli da parte tua (Oh, que detalle tuyo) - dijo el joven, sonriendo agradecido.

La bella sonrisa de Joseph apareció en su rostro, y entonces el joven por fin presto su atención en mí. Su mirada curiosa se paseó por mi rostro, haciéndome sentir cohibida.

- Chi è questo bel ragazzo? (¿Quién es esta chica guapa?) - pronunció.

La sonrisa de Joseph se hizo más ancha. ¡Cómo odiaba no entender italiano!

- È il migliore amica di Sharon, è venuto a vivere con lei per un po '. Ti farò conoceré, ma lui non parla italiano (Él es la mejor amiga de Sharon, vino a vivir con ella por un tiempo. Te lo haré saber, pero ella no habla italiano) - dijo Joseph y me miró con ¿ternura? 

- Gaspar, ella es Olivia. Olivia él es Gaspar.

El sujeto me sonrió y alzo la mano para saludarme.

- Hola - musitó, bañando al español con un matiz inimitable de italiano.

Sujete su mano, respondiendo el saludo y le devolvía la sonrisa a sabiendas de que la mía parecía turbia.

Como no hablé para nada, Gaspar, volvió a la plática con Joseph.

- Neanche parla spagnolo? (¿Ni siquiera hala español?) - le preguntó, confundido.

Joseph soltó una carcajada que al instante supo contraer.

- Penso che odia questi luoghi, man no te la prendere personale (Creo que odia estos lugares, no lo tomes personal) - le dijo él, con amabilidad. 

- Beh, è meglio andaré (Bueno, es mejor irse) - el pesar en el rostro de Joseph apareció.

Al menos podía estudiar sus expresiones sino entendía nada de lo que hablaban.

- Ma se siete appena arrivat! (¡Pero si acabas de llegar!) - parloteo el sujeto tras la barra.

- Vorrei rimanere più a lungo, ma non posso (Me gustaría quedarme más tiempo, pero no puedo) - una mueca se dibujó en el rostro de Joseph.

- Okay, okay. Saluto Sharon.

- Chiaro - Joseph sonrió, fugaz.

- Hasta pronto, Olivia. Me dio mucho gusto conocerte - me dijo con su acento italiano.

- Adiós Gaspar - musité tímida.

- Arriverdeci - dijo Joseph, despidiéndose con el movimiento de mano también.

- Arriverdeci, Joseph - dijo él.

Joseph me tomó de la cintura y el tacto cálido de su mano sobre mi cuerpo, llegaba incluso a través de la ropa. La piel se me erizó, como si una lombriz de electricidad me recorriera el cuerpo.

Me saco de aquel lugar y pude respirar el aire fresco una vez que estaba afuera. Aquel respiro hizo pensar en Sharon. Me sobresalté.

- ¿Qué hora es? - le pregunté a Joseph.

Saco su celular y miró la pantalla del mismo.

- Las siete con cuatro - contestó, como si nada.

- ¡Sharon ya está en casa!

- Mierda, conduciré rápido - dijo.

¿Acaso era el único que tenía que acordarse de Sharon? ¿Esa era su respuesta? ¿Acaso me sentía más culpable yo que él? ¿Él se sentía culpable al menos? Las preguntas revolotearon en mi cabeza con voz propia, mientras me esforzaba a mandarlas todas al rincón de mi mente. Callándolas

Subí al auto de Joseph cuando este me abrió la puerta. El tiempo se me acababa; había pasado un buen rato con él, sin embargo para mí pareció solo la prolongación de lo que dura un suspiro y ahora iba a ponerle final al día, a mi tarde con él.

EL MANUAL DE LO PROHIBIDO/JOSEPH QUINNDonde viven las historias. Descúbrelo ahora