|CAPÍTULO 24|

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La tarde había llegado y el sol se había ocultado ya en algún punto del cielo cuando volvimos al departamento. Había sido increíble haber pasado todo un día con Joseph cuando no estaba en mis planes. Me sentía mal a veces de haber utilizado a Timothée en varias ocasiones para sacarle ese rostro adusto y un ceño fruncido a Joseph. Pero más allá de la remota culpa, se sentía bien.

- ¡Uff! Fue un día magnífico el de hoy - dijo Tim, riendo.

- Lo fue - concordé - Gracias, Tim.

Besé su mejilla ligeramente coloreada por una bella pincelada rosa y crucé los dedos por que el ceño fruncido de Joseph apareciera de nuevo en su bello rostro. Lo miré por la colilla del ojo cuando me alejé de Tim y lo vi con las manos en sus bolsillos y la mirada baja, como si quisiera evitar ver. La fierecilla se decepcionó.

- Hasta luego, Tim - le dije.

- Hasta luego, principessa - rió, tímido, luego dio la vuelta y se introdujo al departamento de su tía.

Miré a Joseph quién ahora esbozaba una lindo sonrisa, ¿no le había afectado en nada mi patético intento por ponerlo celoso?

- Qué grosero es Timothée, no se despidió de mí - dijo, pero mantenía aún esa sonrisa.

- Es un poco despistado, no te lo tomes a mal - sonreí.

Abrí la puerta y el me siguió.

- Son las seis y treinta de la tarde, ¿Qué quieres hacer? - me preguntó.

- Estuve caminando casi todo el día por la plaza, no creo que me queden ánimos de hacer algo más - musité, aventándome al sofá y dejando la rosa roja sobre la mesa de centro.

- ¿Quieres jugar cartas? - sugirió, sentándose a mi lado.

- No, siempre me ganas - hice un mohín y el rió por lo bajo.

- Bueno, que tal... ¿ver una película?

- Ya vi todas las que Sharon tiene, y me da pereza ir hasta el video club a rentar una. Lo siento - musité, negando.

- Está bien, ¿por qué no jugamos a las diez preguntas? - insistió.

- Bueno creo que eso puedo hacerlo sentada aquí - reí y me crucé las piernas sobre el sillón, acomodándome para quedar cara a cara con Joseph.

- Está bien, comienza tú - me dijo.

- Me dijiste que te gustaba la actuación. ¿Alguna vez has escrito una obra?

- Sí, tengo algunos actos, pero no son tan buenos - sonrió y bajó la mirada.

- Estoy segura de que son geniales - animé.

- Siguiente pregunta - rió.

- ¿Algún día me enseñarás una?

Me miró y rió de nuevo por mi insistencia.

- Está bien, algún día - prometió.

- Bien, veamos... - pensé 

- ¿tu punto más cosquilloso?

- Emm... el cuello - dijo, como quien no quiere la cosa.

-¿Que hay de tu futuro? - pregunté, meramente curiosa.

Se encogió de hombros, elegante.

- Pues sólo estoy seguro de una cosa. No seré administrador como Alex - rió - A lo mejor quizá actor.

- ¿Actor? ¡Dios, eso sería fenomenal!

- Gracias.

- ¿De qué hablan las obras que escribes?

- De la vida, de mí, del amor... - se encogió de hombros de nuevo.

La fierecilla se removió y me animó a preguntar.

- ¿Alguna vez escribiste alguna sobre tu y Sharon? - inquirí, temerosa por la respuesta, porque la fierecilla no sólo era terca, también era sensible.

Se quedó serio por un segundo, con un semblante duro e inexpresivo. La fierecilla se removió curiosa, inquieta e impaciente.

- Me da pena admitirlo - bajó la mirada - Pero no - musitó.

- ¿Por qué no? - mi ceño se frunció pero la fierecilla sonreía alegremente.

- Es que... - elevó una de sus manos hasta su cabeza y la rascó despeinando su cabello - lo intenté, de verás, pero las palabras que salían y las frases que se formaban... simplemente no me gustaba. No eran buenas.

- Pero al menos lo intentaste, y ya sabes lo que dice "la intención es lo que cuenta" - le sonreí, aliviada y feliz.

- Supongo - asintió riendo - siguiente pregunta.

- Está bien, veamos... ¿Qué pensaste de mí la primera vez que me viste?

Sonrió, dejándome ver todos esos hermosos y perlados dientes.

- Que eras Olivia, la amiga de Sharon - dijo.

- No eso, eso ya lo sabías. Me refiero a la primera impresión.

- Oh, bueno. Recuerdo que me reí porque peleabas con la puerta - sonrió - y pensé que eras divertida; luego me seguiste la plática, entonces supe que eras sociable; para después deducir que eras agradable porque era fácil reír contigo.

- Oh, vaya. Gracias - musité, ligeramente ruborizada.

- Siguiente pregunta.

- ¿Qué extrañas más de Nueva York?

- Diría que mi familia, pero ellos viven aquí así que... - pensó - tal vez mi antigua universidad; me gustaban las fiestas - rió - siguiente y última pregunta.

- ¿Me las estás contando?

- ¡Claro! El juego se llama "diez" preguntas, ¿no?

- Está bien, está bien - manoteé.

Pensé muy bien mi última pregunta, y sólo se me vino a la mente la que había estado pensando desde el inicio del juego, incluso mucho antes. Pero no sabía si hacerla era una buena idea, sin embargo la fierecilla insistió hasta que las palabras salieron de mi boca con sumo cuidado.

- ¿Por qué te fuiste de Nueva York? - musité, tímida y con la voz apenas audible.

Él se quedó en silencio de nuevo y luego bajó la mira. ¡Tonta, tonta, tonta! Me decía una voz interna, si no se lo contó a Sharon, no sé por qué tendría la esperanza de que me lo contara a mí.

EL MANUAL DE LO PROHIBIDO/JOSEPH QUINNDonde viven las historias. Descúbrelo ahora