|CAPÍTULO 22|

213 15 15
                                    

- ¿Quién eres? - pregunté, ya que su rostro me era conocido, sin embargo, también me parecía una persona extraña.

- Tu otra yo - me dijo.

Me solté a reír.

- Sí, claro. No puedes ser mi "otra yo"; ¡yo no me podría jamás esos tacones tan altos! - señalé sus pies.

- Sí, bueno; pero resulta que yo hago cosas que normalmente no harías. Como por ejemplo, aceptar que me gusta Joseph.

- ¿Joseph Quinn? - vociferé, echándome hacía atrás.

- ¿Lo ves? - dijo de lo más tranquila - Tú no lo aceptas, yo sí.

-Joseph no me gusta, ¿estás loca? ¡Es el novio de Sharon!

- Deja la histeria que sabes que tengo razón.

- Demente - farfullé

- Bueno, ¿y qué si no fuera novio de Sharon? ¿Aceptarías que te gusta?

- No.

Ella rió y su risa burlona me incomodó.

- Claro, por que si no fuera novio de Sharon, quizá no lo hubieras conocido - pensó.

- No me gusta Joseph- dije, tajante.

- Repítelo hasta que te lo creas, por que a mí no me engañas - me sonrió.

- ¡Guarda silencio!

- ¿Por qué? Nadie puede oírnos, sólo estamos tú y yo. Si aceptas que Joseph te gusta, dejaré de molestarte.

- No - me crucé de brazos.

- Como quieras - se encogió de hombros - A fin de cuentas para eso estoy yo.

- No sé de quién seas la otra parte, porque de mí no.

- Como digas - manoteó restándole importancia a mi comentario - Pero ten en cuenta que yo, sí acepto que Joseph me gusta y no olvides que sí soy esa parte de ti.

El sudor me perlaba el rostro cuando me desperté jadeante entre las sábanas. Eso sí que no había sido una pesadilla. Un extraño y loco sueño, nada más. Miré el reloj, eran las ocho de la mañana. Recordé los planes que tenía con Timothée y salí disparada de la cama para bañarme y vestirme.

Salí entonces a buscar a Timothée pasadas las nueve treinta, y como siempre, esa bonita sonrisa en su rostro de ángel me alegró la mañana.

- Hola - me saludó.

- Hola.

- ¿Lista para irnos?

- Claro.

Enredé mi brazo al suyo y nos encaminamos a su mustang antiguo, color negro. Me abrió la puerta y luego puso el auto en marcha. El motor rugió bajo nosotros y las llantas comenzaron a rodar.

- ¿Por qué ayer hablabas tan bajito? ¿Quién no querías que te oyera? - me preguntó.

Solté una delicada risita tonta, y sentí que enrojecí un poco.

- Sharon y Joe... Joseph.

- ¿Por qué? Déjame adivinar, las especulaciones de Sharon - rió.

- Emm... sí, eso.

Me miró, aunque no parecía muy convencido debido a mi vacilar a la hora de responder.

Llegamos a la plaza de San Marcos y bajamos a caminar. Saqué un par de fotografías de cada monumento mientras que la gente andaba de aquí para allá bajo la tenue y apenas visible sol de la ciudad de Venecia.

EL MANUAL DE LO PROHIBIDO/JOSEPH QUINNDonde viven las historias. Descúbrelo ahora