Contemplaron en silencio el interior del pasadizo del que Link le había hablado. Estaba oscuro y olía a podredumbre. Era tan malo que a ella se le revolvió el estómago y tuvieron que parar para descansar un rato. Le había recordado al hedor que desprendía el Cataclismo y había empezado a respirar más deprisa de lo normal, pero por suerte Link había estado a su lado. La había hecho sentir a salvo, como siempre hacía, y la había tranquilizado antes de que la situación empeorara.
Y ahora estaban allí. A punto de entrar al castillo. Dentro encontrarían el origen de aquellos temblores en la tierra, fuera lo que fuese.
Zelda estaba aterrorizada. Se había prometido que jamás volvería a poner un pie ahí dentro y, sin embargo, había pasado las últimas semanas forzando la marcha para alcanzar aquel lugar. Su antiguo hogar y su antigua prisión. Y ahora que habían llegado por fin, solo quería montar sobre su caballo y salir corriendo al galope de allí. Sujetó las riendas con más fuerza, intentando contenerse.
—¿Estás segura de que...?
Ella inspiró hondo, aunque al instante se arrepintió. El hedor a podredumbre del interior del castillo la golpeó con fuerza, y su determinación estuvo a punto de derrumbarse.
—He olido cosas peores —se forzó a decir. Contuvo las ganas de suplicarle que cogieran a los caballos y se fueran lejos, muy lejos, hasta la posta más cercana, y que no regresaran jamás a aquel lugar tan horrible.
Él vaciló por un instante, aunque debió ver la determinación escrita en su mirada porque asintió y se detuvo a su lado. Zelda tiró de las riendas de su caballo.
El animal relinchó y se encabritó, y estuvo a punto de asestarle una coz a Zelda.
Ella se apartó, asustada, aunque bajo ningún concepto le daría miedo un caballo. El problema era la oscuridad, que ya la tenía alerta. El caballo bufó, nervioso, mientras Link intentaba calmarlo con susurros amables. Ella se abrazó a sí misma, rezando por que no le diera una coz a él.
—¿Qué le pasa? —preguntó en voz baja cuando el animal se hubo tranquilizado. Nunca había reaccionado así frente a ella.
Él suspiró y echó un vistazo a la entrada del pasadizo, que se extendía ante ellos como la boca de un lobo.
—No podemos llevar a los caballos con nosotros, Zelda.
—¿Qué? ¿Por qué no?
Él maldijo en voz baja.
—Tendría que haberme dado cuenta antes —masculló—. Tienen miedo. Además, no aguantarían mucho en un lugar subterráneo. No es sitio para un caballo. Deberíamos haberlos dejado en la posta.
Zelda maldijo también, con una palabra peor que la que acababa de soltar Link.
—No podemos volver atrás ahora —dijo, muy a su pesar—. Y avanzaremos más lento sin los caballos.
—¿Bajo tierra? Piénsalo bien. Podrían tropezar con cualquier roca suelta y hacerse daño. Entonces sí nos retrasaríamos. Ni siquiera podríamos montar cuando cruzáramos un pasadizo más bajo que este.
«Incluso cuando intento ayudar, las deidades se ponen en mi contra», pensó, malhumorada.
—¿Qué hacemos? ¿Los dejamos aquí fuera?
Él examinó sus alrededores. A unos pocos pasos de allí había una pequeña arboleda que había conseguido sobrevivir pese a la destrucción del Gran Cataclismo.
—Pueden quedarse aquí cerca. No huirán, Zelda. No a menos que estén asustados. Y no se asustan fácilmente, los tengo adiestrados para eso —añadió con una diminuta sonrisa.
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Las lágrimas del reino
FanfictionLink y Zelda viajan por Hyrule, intentando encontrar su lugar tras haber cumplido con la misión que una vez les fue encomendada. Sin embargo, de pronto la tierra empieza a temblar bajo sus pies, y ambos descubrirán que hay pocas cosas más frágiles q...