XIV

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El impacto fue terriblemente doloroso. Zelda cayó al agua, aunque solo se dio cuenta tras percibir algo frío rodeándola. Intentó respirar, estúpidamente, y comprendió demasiado tarde que había sido una mala idea. Contuvo la respiración y, al abrir los ojos, solo vio oscuridad a su alrededor. Intentó regresar a la superficie; sus instintos le gritaban que debía ir hacia arriba, pero las aguas la empujaban hacia las profundidades.

Sin embargo, de pronto algo se aferró a ella con tanta fuerza que la sobresaltó, y empezó a debatirse, con el corazón aporreándole el pecho. Sintió como lo que quiera que la estaba sujetando la arrastraba con él.

Emergió a la superficie con brusquedad, y el aire gélido fue como una bofetada en su rostro empapado. Chapoteó para mantenerse a flote entre toses. Sintió un alivio inmenso cuando vio a Link a su lado. Él estaba a salvo. Los pondría a ambos a salvo.

Permitió que la arrastrara hasta tierra firme de nuevo. Se dejó caer sobre el suelo cubierto de piedra y tierra, aunque la suciedad no le podía importar menos. Se esforzó por recuperar la respiración.

Miró a Link, que se encontraba en un estado similar al suyo. Jadeaba sobre la tierra, al lado de Zelda.

—¿Te encuentras bien? —dijo ella entre jadeos, poniendo una mano sobre su hombro húmedo.

Él alzó la vista para mirarla y asintió con la cabeza.

—¿Y tú?

—No me he hecho daño.

Estuvieron un rato más allí, recuperando la respiración. Luego Zelda miró a su alrededor, y cayó en la cuenta, con un escalofrío de horror que la sacudió de golpe, de que estaban en un lugar desconocido. Más, incluso, que las cuevas que habían estado explorando.

—¿Qué demonios ha pasado? —preguntó.

—Tendría que haber tenido más cuidado —masculló él con una mueca—. Seguro que era una maldita trampa.

—Ha sido culpa mía —dijo Zelda, intentando tranquilizarlo—. Yo iba delante. No miraba por dónde iba.

Él no respondió. Zelda resopló y se sentó sobre las rocas. Sus ropas y su pelo chorreaban, y empezó a temblar de frío. Se abrazó a sí misma.

«Como si eso fuera a ayudar en algo...»

—La antorcha... —susurró ella con los ojos muy abiertos.

Link maldijo con una palabra horrible y enterró el rostro entre las manos.

—Diosas Doradas —murmuró—. Lo siento mucho, Zelda.

Ella sacudió la cabeza, pero no dijo nada. Si pudiera convencerlo de que lo sucedido era culpa de ambos, ya lo habría hecho. Pero llevaba tiempo viajando con él. Sabía que sus esfuerzos serían en vano.

Al cabo de unos instantes, Zelda inspiró hondo y se puso en pie. Palpó en su cinturón hasta dar con la piedra sheikah. Hacía cien años habían investigado el material del que estaba hecha, y habían descubierto que podía seguir funcionando tras haber caído al agua, aunque una exposición demasiado larga podría dañar al artefacto.

Zelda tomó la piedra entre sus manos, y la luz azulada fue cegadora por un momento. Parpadeó para acostumbrarse y luego se guió por el resplandor, que distaba de ser tan útil como la luz de una antorcha, pero serviría de todas formas.

—¿A dónde vas? —preguntó Link a su espalda.

—A buscar una salida. O algo que nos ayude.

—No deberíamos separarnos, Zelda.

Ella se dio la vuelta para encararlo.

—En ese caso, deja de sentir pena por ti mismo y ven a ayudarme.

Él le dirigió una larga mirada fulminante, aunque acabó poniéndose en pie con un suspiro y yendo hasta ella. Zelda cogió su mano húmeda con fuerza. Así no lo perdería de vista. También agradeció el calor de su cuerpo, por insignificante que fuera. Él también estaba empapado.

—¿Cómo piensas salir de aquí? —le preguntó en un susurro.

—Esperaba que tú me ayudaras en eso —repuso Zelda—. No me digas que es la primera vez que te quedas atrapado en una cueva o algo así.

Link hizo una mueca y cogió la piedra sheikah. Apuntó hacia la pared de la que habían caído, y la débil luz les mostró que habían caído de una altura considerable. Palpó la pared y maldijo en voz baja.

—Es demasiado lisa. No podemos escalar.

Zelda lo agradeció en silencio. Nunca se le había dado bien escalar. Formaba parte de la naturaleza de Link, y él había intentado enseñarla varias veces. Debía admitir que había mejorado desde que viajaba con él, pero no se veía capaz de escalar una pared tan lisa.

Se armó de paciencia.

—Entonces busquemos otra salida. Tiene que haberla. ¿Quién demonios querría dejar a alguien aquí encerrado?

—Gente con algo que esconder. Tú misma lo dijiste antes.

Zelda no respondió y se adelantó unos pocos pasos, aunque no quiso ir muy lejos. No iba a cometer el mismo error dos veces.

Vio un débil resplandor al final del pasadizo y, al acercarse, descubrió que se trataba de una gema luminosa. Se agachó para examinarla mejor.

—Esto puede ayudarnos —dijo—. Nos dará algo de luz.

—¿Sabías que había gemas luminosas bajo el castillo?

—Claro que no —respondió Zelda con un bufido—. No conozco este lugar, Link. Ni siquiera conocía la mitad del pasadizo que atravesamos arriba.

La gema luminosa los ayudó a orientarse en la oscuridad, junto con la piedra sheikah. Se encontraban en una habitación circular, que rodeaba el charco profundo en el que habían caído y continuaba hasta donde alcanzaba la vista. Zelda quiso seguir adelante, pero Link se lo impidió, para su eterna frustración.

—No sabemos lo grande que es este sitio, Zelda —le dijo con gravedad—. Deberíamos buscar una salida y volver mejor preparados. Nos estamos quedando sin provisiones. No duraríamos mucho aquí.

Ella abrió la boca para replicar algo inteligente que lo hiciera callar durante un rato, pero se dio cuenta entonces de que sería inútil. Estaba empapada, congelada y magullada por la caída, además de agotada y hambrienta. Solo entonces sintió el dolor en sus piernas. Llevaban horas andando sin rumbo. Habían hecho progresos, aunque tal vez no tanto como Zelda había deseado, pero seguía siendo un comienzo. Podían partir de allí y regresar en cuanto estuvieran más preparados, como había dicho Link.

«Hyrule puede esperarnos unos pocos días más», se dijo.

—Odio que tengas razón —masculló, y pudo adivinar su diminuta sonrisa de satisfacción antes de darse la vuelta y seguir avanzando

Encontrarían la salida. Estaba segura de ello.

Las lágrimas del reinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora