—Diosas Doradas —masculló Zelda para sí—. ¿Cuánto queda?
Le parecía que llevaban horas caminando. Algo le decía que no era así, que solo estaba exagerando, pero no podía evitarlo. Habían dejado a los caballos atrás, en una posta cercana porque, según Link, «era mejor recorrer el camino a pie.» Decía que así apreciarían mejor la belleza de aquel lugar.
Sin embargo, Zelda no veía ninguna belleza. A su alrededor todo eran rocas de un tono pálido, parecido al de los huesos, que le provocaban escalofríos. Había hierbajos y cuervos, que la asustaban cada vez que lanzaban un graznido. No podía evitar llevarse una mano a la bota, donde conservaba el pequeño cuchillo que Link le había dejado. Decía que aún no estaba lista para llevar una espada.
El viento apenas soplaba en aquel lugar. No silbaba entre las rocas, y a Zelda no le gustaba la quietud. Por suerte, los hierbajos y flores secas crujían bajo sus botas, así que el silencio no era completo.
—Poco —respondió Link. Se había adelantado, por supuesto, y ni siquiera tuvo la decencia de mostrar una pizca de cansancio. No jadeaba. Zelda lo envidiaba por ello—. Te lo prometo.
Ella lo miró, escéptica.
—Al menos espérame.
Link pareció caer en la cuenta entonces. Dibujó una expresión culpable en el rostro y fue hacia ella. Y, para su eterna sorpresa, cogió su mano. ¡Cogió su mano! Normalmente era ella quien tenía que hacer el primer acercamiento.
«Está más valiente. Gracias a las Diosas.»
Tenía los dedos ásperos, aunque a Zelda le gustaban. La hacían estremecer cuando rozaba su piel desnuda.
—¿Por qué no lo habías dicho antes?
Se obligó a salir de sus fantasías y a centrarse en el presente. Link parecía tranquilo, aunque habría jurado que había un ligero tono rojizo tiñendo la punta de sus orejas.
—Tú ya sabes por qué. No me gusta quejarme.
Él alzó una ceja, escéptico, aunque no puso ninguna objeción. «Mejor así.»
Juntos ascendieron la montaña —porque a Link no se le ocurría otra cosa que llevarla a ella a una montaña—. Zelda se dio cuenta entonces de que él había tenido algo de razón. Los arbustos se abrieron paso poco a poco y, pese al frío que hacía, era el aire húmedo lo que la hacía estremecerse. No de miedo, sino de anticipación. Podía sentir la energía extraña bajo su piel.
—¿Qué sitio es este? —le preguntó a Link en un susurro. No quería perturbar la quietud de aquel lugar.
Mantenía su mano aferrada a la de él. Tal vez le estuviera haciendo daño, pero ninguno emitió una sola protesta.
—Llegué por sorpresa mientras viajaba —respondió, también en voz baja—. Siempre brillaba por las noches. —Olisqueó el aire y frunció el ceño—. Aunque esta noche es distinto.
—¿Distinto?
Él asintió distraídamente.
—No veo el mismo brillo. Algo ha cambiado.
Zelda no presionó porque sabía que no sacaría nada en claro. Así que se limitó a seguirlo, esperando encontrar respuestas al final del camino.
Se sentía observada, aunque, al escudriñar los matorrales, no encontraba nada. No había ojos rojos como la sangre que la observaran desde las sombras. Se dijo que debía tranquilizarse. Seguía habiendo monstruos pese a la derrota de Ganon, aunque habían sufrido pocos ataques. Ella no iba a quejarse, sin embargo.
Llegaron a la cima de la montaña después de un rato. Había un lago de aguas tranquilas y un árbol de frutos rosados, pero nada más. Ningún brillo ni ningún aura extraña. Él observaba sus alrededores con aspecto preocupado.
—Aquí solía haber rupinejos... —lo escuchó murmurar.
—¿Que había qué?
Link abrió la boca para responder, pero un temblor en la tierra lo interrumpió. Zelda cerró los ojos e intentó aferrarse a algo que no fuera Link para no hacerlo caer a él también, pero acabó siendo un esfuerzo inútil. Cuando terminó y pudo abrir los ojos otra vez, descubrió que había pequeñas grietas en el suelo. Grietas que no habían estado ahí antes de que la tierra se estremeciera.
—Hay algo que no va bien, Link —susurró con voz temblorosa.
Él optó por no responder, aunque tenía el rostro tan desencajado como ella. Lo único que hizo fue lanzar una última mirada al lago vacío que tenían delante, coger su mano y dar media vuelta para iniciar el descenso.
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Las lágrimas del reino
FanfictionLink y Zelda viajan por Hyrule, intentando encontrar su lugar tras haber cumplido con la misión que una vez les fue encomendada. Sin embargo, de pronto la tierra empieza a temblar bajo sus pies, y ambos descubrirán que hay pocas cosas más frágiles q...