Después del Cataclismo, Zelda se había dado cuenta de la importancia de probar cosas nuevas. Cosas que jamás le habrían dejado intentar bajo ningún concepto hacía un siglo.
Por ello, cuando empezó a sentirse más fuerte tras la batalla, le pidió a Link que le enseñara el arte del combate.
Al principio él había mostrado cierta reticencia. Ella suponía que aún quedaban resquicios del caballero que había sido en el pasado. No obstante, había acabado cediendo. Un día después de que ella realizara su petición, él se presentó en el jardín con una espada roma, de madera. Al principio fue difícil, no iba a negarlo. Acababa los entrenamientos magullada, cubierta de moretones que dolían como el infierno y que tardaban semanas en sanar. Sin embargo, había acabado mejorando. Link decía que sería capaz de defenderse si sufría un ataque contra ciertos tipos de monstruos. Los menos fieros, había notado Zelda, pero algo era algo, al fin y al cabo.
Ambos se lo tomaban como un mero entretenimiento ahora, aunque Link seguía prestando atención a sus movimientos.
—Tienes que corregir tu forma —le dijo mientras adoptaba una postura ofensiva—. Abre más las piernas y cuadra los hombros. No deberías estar tensa, pero tampoco deberías perder la forma.
Ella asintió y obedeció. Esperó a que él diera su visto bueno para continuar con el entrenamiento.
Estudió cuidadosamente la postura de Link. Él también tenía una espada de madera, aunque Zelda sabía que jamás le haría daño, ni aunque blandiera una espada afilada y forjada en acero. En el paso de aquellos días había entendido por qué había sido considerado como el mejor espadachín del reino. Lo había visto pelear en incontables ocasiones, un siglo atrás, pero admirarlo distaba de ser lo mismo que enfrentarse a él cara a cara, en una posición de clara desventaja. Parecía tenerlo todo bajo control, tanto sus propios movimientos como los de su adversario, y su concentración jamás flaqueaba. Sus ojos adquirían un brillo peligroso cuando blandía la espada aunque, de nuevo, Zelda no le tenía miedo. Sabía que era solo una vieja costumbre suya, que él nunca la vería como una enemiga.
Le pareció encontrar un punto débil en su forma, y su espada hendió el aire en dirección a su costado. Él se movió tan rápido que pareció solo un borrón para ella. Detuvo su espada y giró sobre sus pasos. Zelda apretó los dientes. Luchar contra Link era como enfrentarse a una maldita tormenta; era impredecible, veloz y sus golpes siempre, siempre dolían. No tanto en su cuerpo, pero sí en su orgullo.
Decidió esperar a que él hiciera la ofensiva. Tampoco era la mejor idea, pero al menos Link había alabado varias veces su capacidad defensiva. Él se abalanzó sobre ella tras unos instantes en los que ninguno se movió. Por obra de algún milagro consiguió esquivar su espada, y un momento después, antes de que él pudiera retroceder, le devolvió el golpe, aunque Link fue más rápido, como de costumbre. Detuvo su hoja y, por un momento que a Zelda se le hizo eterno, ambos presionaron para ganar ventaja. Ella odiaba que Link la obligara a hacer aquello. Siempre acaba cediendo; él era diez veces más fuerte que ella. Sin embargo, eso no le impedía seguir intentándolo.
Gruñó mientras invertía todos sus esfuerzos en hacerlo retroceder, pero ni siquiera eso fue suficiente. De un golpe, Link consiguió desarmarla y hacer que cayera al suelo.
—Deja de mirar tus pies —le recordó por enésima vez—. No estás aprendiendo un baile. Los pasos son importantes, pero...
—... no puedo perderte de vista. Lo sé —jadeó ella. Se mantuvo sobre la hierba. Sentía la espalda dolorida por el golpe, y el brazo derecho, el de la espada, ardía—. Debo de parecer un cuco asustado.
—Pareces un recluta que está aprendiendo —repuso él—. No un cuco asustado.
—Lo dices porque te doy pena —masculló ella. Intentó incorporarse, pero se sentía tan magullada que no pudo hacer más que dejarse caer sobre la hierba de nuevo, maldiciendo entre dientes—. Pedirte que me enseñaras fue un error. Es imposible ganarte. Eres como una maldita roca.
Él sonrió, aunque Zelda pudo atisbar la sombra de culpabilidad en su expresión.
—Me dijiste que no querías que te lo pusiera fácil.
—Sigo sin quererlo. Ni se te ocurra ponérmelo fácil.
Pareció aliviado entonces. Odiaba cuando Link hacía aquello. Cuando se comportaba como si todo fuera a ofenderla otra vez. Le recordaba al caballero que había sido hacía cien años, y con el tiempo había aprendido que eso no era bueno.
Le tendió una mano para ayudarla a levantarse, y ella la aceptó. Sin embargo, no duró mucho tiempo en pie. Justo cuando iba a reprenderlo por tratarla como si fuera una princesa otra vez, la tierra tembló bajo sus pies.
Zelda intentó aferrarse a algo, pero lo único que tenía cerca era a Link, así que no le quedó más remedio que caer con ella. Sus rodillas golpearon el suelo con un golpe sordo que resonó por todo su cuerpo, aunque el miedo era más fuerte. De forma lejana, percibió como Link también la sujetaba mientras todo temblaba a su alrededor.
Ella cerró los ojos. Ni siquiera le dio tiempo de gritar; acabó tan repentinamente como había empezado y, cuando todo dejó de estremecerse por fin, solo quedó el sonido de su propia respiración agitada. Sintió como Link se movía, quizá para examinar sus alrededores, aunque no se separó por completo de ella.
—¿Zelda? —dijo, y ella se dio cuenta de que él también parecía asustado. Aquello la hizo sentir algo mejor—. ¿Te has hecho daño?
Sacudió la cabeza, aunque no abrió los ojos. Le daba miedo abrir los ojos. Tal vez descubriría que todo aquello había sido solo un sueño, uno muy bonito y lleno de esperanza. Tal vez, cuando los abriera, descubriría que seguía atrapada con aquel monstruo, a la espera de un milagro.
—¿Qué ocurre? —quiso saber él.
Ella inspiró hondo para calmar su respiración.
—La última vez que la tierra tembló así fue... fue durante el Gran Cataclismo, Link —susurró—. ¿Lo recuerdas?
Él no dijo nada por unos momentos que se le hicieron eternos. Su memoria había estado en mejores condiciones de lo que ella había creído cuando el Cataclismo fue derrotado, aunque sabía que había cientos de huecos vacíos en su cabeza todavía. Y lo último que quería era traerle de vuelta recuerdos dolorosos, sobre todo cuando habían decidido dejar el pasado atrás.
—Lo recuerdo —dijo por fin. Zelda dejó escapar el aire que había estado conteniendo, aunque solo sonó como un suspiro tembloroso—. Vamos, abre los ojos. No es fácil hablar contigo cuando tienes los ojos cerrados.
Sabía que él solo estaba bromeando, pero se obligó a abrir los ojos. No pudo evitar sentirse algo más segura cuando lo vio a él. Estaba más pálido de lo normal, aunque sonrió para ella.
—Estas cosas pasan —dijo—. Como las tormentas o las mareas. No tienes que asustarte por un temblor.
—Los temblores no son comunes aquí —dijo ella con un hilo de voz.
—Ha pasado un siglo. Tal vez las cosas hayan cambiado.
Contempló a Link con los ojos entornados.
—¿Tú sufriste alguno mientras viajabas?
Abrió la boca para responder, aunque luego volvió a cerrarla, tal vez pensándoselo mejor. Zelda le había dicho en incontables ocasiones que odiaba las mentiras. No le convenía mentirle.
—No —respondió al fin—. Pero siempre hay una primera vez. Además, no has visto ninguna luna carmesí desde que lo sellaste, ¿verdad?
Ella sacudió la cabeza con lentitud.
—No. Pero siempre hay una primera vez.
Link suspiró con una pizca de frustración. Era difícil agotar su paciencia, aunque Zelda lo había conseguido unas pocas veces desde que habían vuelto a reunirse.
—Todo irá bien —le aseguró él, con tanta confianza que ella se sorprendió creyendo sus palabras—. Te lo prometo.
—No deberías hacer promesas así.
—Y aun así las hago. Además, si hubiera algo malo de verdad, serías capaz de defenderte por ti sola. Ni siquiera me necesitarías. —La ayudó a ponerse en pie y su sonrisa se hizo más amplia—. Ya eres mortífera con una espada en las manos.
Ella forzó una sonrisa para no preocuparlo.
«Ojalá fuera tan fácil —se descubrió pensando—. Y ojalá tengas razón.»
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Las lágrimas del reino
FanfictionLink y Zelda viajan por Hyrule, intentando encontrar su lugar tras haber cumplido con la misión que una vez les fue encomendada. Sin embargo, de pronto la tierra empieza a temblar bajo sus pies, y ambos descubrirán que hay pocas cosas más frágiles q...