Después de sufrir cuatro temblores más y de que la Montaña de la Muerte empezara a expulsar vapores inusuales y con mala pinta, Link y Zelda decidieron poner rumbo a la aldea Kakariko para ir en busca de la sabiduría de Impa, matriarca de los sheikah. Ella podría darles consejo. O al menos eso esperaba Zelda.
Una noche antes de llegar, se detuvieron en una posta. Zelda estaba inquieta, y su montura bufaba, nerviosa. El animal estaba tan alterado que Link tuvo que llevárselo a los establos porque había decidido que ya no le gustaba Zelda.
«No lo culpo —se dijo mientras observaba a Link alejarse hacia los establos—. Yo también querría estar lejos de mí si fuera un caballo.
Al instante se reprendió a sí misma. Link le había dicho en incontables ocasiones que aquellos pensamientos no hacían ningún bien. Y, si él lo decía, debía ser cierto, así que Zelda se había esforzado por mantenerse optimista, incluso en su cabeza. Sin embargo, después de años torturándose por sus fracasos, era más difícil de lo que había creído.
Dudaba que Link fuera muy positivo en su cabeza, de todas formas. Zelda sospechaba que le gustaba dar consejos, pero jamás los pondría en práctica consigo mismo.
Supuso que no le vendría mal acercarse al mostrador para pedir por dos camas. Dos camas, porque Link era un cobarde y ella nunca podía armarse del valor suficiente para proponerle que pasaran la noche juntos. Tampoco creía que él fuera a aceptar, sin importar lo mucho que ella se lo pidiera.
Mientras esperaba su turno, se le ocurrió husmear en la conversación de los dos hylianos que esperaban frente a ella. Hacía cien años la habían educado en los códigos del decoro y los modales, pero Zelda acababa de cortarse el pelo por encima de los hombros con un cuchillo con el que Link había destripado conejos en medio de la noche, con una visibilidad apenas nula. Ya no quedaba ni un atisbo en ella de la princesa que había sido en el pasado.
—... las cosechas tampoco han ido bien —murmuraba uno de los viajeros—. Dicen que las verduras han salido enfermas.
—Seguro que es por esos malditos temblores —replicó su compañero—. Deben de dificultar el crecimiento de los cultivos de alguna forma.
—Hay casas que se han derrumbado. No me extraña que afecte también a las granjas. No deben de estar pasándolo bien en Hatelia.
A Zelda se le encogió el corazón, y sintió el familiar peso de la culpa poniéndose cómodo en su interior. Había estado teniendo sueños extraños, parecidos a los que la habían atormentado días antes del Cataclismo, hacía cien años; una ciudad en llamas, ojos rojos que clavaban la vista en ella, llenos de un odio más profundo que el tiempo; una mujer envuelta en luz dorada que intentaba hablarle, comunicarle un mensaje, pero que Zelda nunca alcanzaba a escuchar, aun con el poder sagrado latente en sus venas. Algo iba mal, por mucho que Link insistiera en lo contrario. Ella podía sentirlo de alguna forma que iba más allá de una simple explicación. Cuando daba un paso, percibía como la tierra se estremecía bajo sus pies, como si algo estuviera ocurriendo debajo. Algo que se le escapaba. Cuando olisqueaba el aire, le llegaba el distintivo hedor a maldad, el mismo que la había acompañado durante sus cien años de cautiverio en el castillo.
Había dejado de expresarle aquellas preocupaciones a Link porque sabía que él se negaría a ver la realidad. Pero Zelda temía que, tarde o temprano, ambos tuvieran que aceptarlo. Incluso él. Su lucha no había terminado todavía.
Y, Diosas, si estaba afectando a los inocentes, debían darse prisa para conocer el origen del problema y acabar con él de raíz, antes de que la situación empeorara.
—¿Escuchando conversaciones ajenas, princesa?
Ella estuvo a punto de dejar escapar un grito por el susto. Vio a Link a su lado y sintió como enrojecía. Por Hylia, solo había hablado y ya había conseguido desarmarla por completo.
—Eres peor que un sheikah, maldita sea —masculló, sin mirarlo.
Lo escuchó reír. Era raro que se riera, incluso después del Cataclismo.
—No quería asustarte.
—No me has asustado. Solo me he... sobresaltado, eso es todo.
Él alzó una ceja, aunque no siguió insistiendo, para el inmenso alivio de Zelda. Se detuvo a su lado y observó a los viajeros con atención.
—¿De qué están hablando? —preguntó en voz baja.
—De los temblores. Dicen que la cosecha no ha ido bien en Hatelia. Que los cultivos estaban enfermos.
Él se mantuvo encerrado en un silencio sepulcral. Zelda se preguntó si intentaría negar la existencia de un problema otra vez, pero su expresión no dejaba entrever nada. Así que se limitó a esperar, conteniendo el aliento.
—Impa sabrá algo —murmuró al fin, sorprendiéndola—. Siempre sabe cómo ayudar.
No por primera vez, Zelda se aferró a sus palabras como si la vida dependiera de ello. Impa podría ayudarlos. Tendría respuestas, como siempre.
No hablaron mucho más mientras esperaban. Cuando llegó su turno, Zelda tomó aire para hablar, pero Link se adelantó.
—Una cama por una noche.
Los pensamientos de ella se detuvieron en seco, y sus piernas estuvieron a punto de rendirse bajo su peso. El posadero alzó una ceja.
—¿Una cama?
Él asintió, muy seguro de sí mismo. Tras pagar por la cama, ambos se dirigieron al interior de la posada.
—¿Qué demonios estás haciendo?
—Disculparme.
—¿Disculparte? —Su voz sonó más aguda de lo que le habría gustado—. ¿Disculparte por qué?
—Por lo de la otra noche. Yo... Sé que a veces esperas más de mí. Y a mí me gustaría dártelo pero, Diosas, es tan difícil.
Zelda se detuvo y lo miró fijamente. Pocas veces escuchaba a Link sincerarse ante ella por voluntad propia, sin que ella tuviera que presionarlo.
—¿Y por qué es difícil? —quiso saber, pese a que temía conocer la respuesta.
—No es culpa tuya —respondió él con un suspiro. Consiguió mirarla a los ojos, al parecer con algo de esfuerzo—. Yo necesito algo de tiempo. Ir... despacio. ¿Lo entiendes?
—¿Eso es lo que tanto miedo te daba decirme? —dijo ella con una risita.
Fue su turno de mostrarse sorprendido. Abrió mucho los ojos.
—No me da miedo.
—Claro que no —bufó ella—. Por eso parece que te estaba torturando siempre que intentaba que me lo dijeras.
—Zelda...
Cogió su mano sin pensárselo dos veces. Él no se apartó.
—Podemos hacer eso. Ir despacio. No hay motivo para apresurarlo todo —susurró—. No ahora.
Vio como sonreía, y su corazón latió más deprisa. Se habían detenido junto a su cama, en un rincón de la posta y, pese a que el interior estaba atestado de viajeros, Zelda solo podía oírlo y verlo a él. Sentía su respiración sobre su rostro y la calidez de su pecho junto al de ella. Al final se atrevió a besarlo, y él la correspondió con cierta timidez. Solían acercarse de aquella forma cuando estaban solos porque Link siempre se apartaba, aunque Zelda se dijo que estaban haciendo progresos. Aquello hizo que olvidara sus preocupaciones por unos maravillosos instantes.
El resto de la tarde transcurrió sin incidentes. Cuando se fueron a la cama, todo estaba oscuro ya. Al principio ninguno de los dos quiso acercarse, pero Link la sorprendió gratamente haciendo el primer movimiento. La rodeó con los brazos, como si temiera que fuera a huir de un momento a otro. Zelda estaba segura de que no tendría pesadillas aquella noche.
Y así fue. Cuando abrió los ojos, no recordaba ninguno de sus sueños y, para su sorpresa, él aún permanecía a su lado.
![](https://img.wattpad.com/cover/327916304-288-k635838.jpg)
ESTÁS LEYENDO
Las lágrimas del reino
Fiksi PenggemarLink y Zelda viajan por Hyrule, intentando encontrar su lugar tras haber cumplido con la misión que una vez les fue encomendada. Sin embargo, de pronto la tierra empieza a temblar bajo sus pies, y ambos descubrirán que hay pocas cosas más frágiles q...