XXV

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Zelda insistió en que regresaran a Kakariko para reunir provisiones. Pensaban hacer un viaje largo y explorar la zona subterránea del castillo hasta que se les acabara la comida o hasta que encontraran un pasadizo sin salida. Zelda no iba a rendirse en aquella ocasión.

Link no pareció muy contento de tener que dar vuelta atrás, pero no emitió una sola queja. Sobre todo después de que Zelda lo dejara salirse con la suya con aquellas extrañas vacas gigantes.

Link la había llamado Leche, después de mucho pensarlo. Zelda se lo había quedado mirando durante un largo rato, preguntándose si habría perdido por completo la cordura, aunque él solo tenía aspecto satisfecho. Había conseguido tranquilizar a la criatura que se habían encontrado en los acantilados rocosos cerca de Farone, y luego habían cargado todo su equipaje como si fuera un caballo. Al animal parecía gustarle.

—¿Quieres subir? —le preguntó Link. Estaban recorriendo el camino que llevaba a Necluda. La distancia no era muy larga, por fortuna. Los temblores se habían vuelto más frecuentes y peligrosos, y ya habían oído que en varias regiones habían sufrido desprendimientos.

Zelda contempló el lomo de la criatura. Link se había llevado una de las sillas más amplias de la posta, y ahora se balanceaba peligrosamente sobre Leche.

—Creo que no —murmuró.

Link hizo una mueca de fastidio.

—¿Por qué no?

Ella lo miró con irritación. Seguía siendo temerario. Más, incluso, que hacía cien años. Ahora que era libre, podía hacer todas las tonterías que quisiera sin preocuparse por las consecuencias.

—Porque no quiero caerme y abrirme la cabeza contra el suelo, Link.

Aquello consiguió alarmarlo, y no insistió por el resto del día. Zelda sabía que volvería a intentarlo, sin embargo, cuando hubiera encontrado una forma segura de sujetar la silla. Casi podía oír sus pensamientos mientras viajaban.

Al llegar a Kakariko, todos se quedaron mirando a Leche. Zelda no los culpaba; no todos los días te encontrabas con una especie de vaca gigante con cuernos que no era común en el resto del reino. Sintió como sus mejillas enrojecían de la vergüenza. Cuando miró a Link de reojo, vio que él apenas se había inmutado de las miradas.

«Todo esto es culpa suya —pensó—. No debería haberle hecho caso.»

Continuaron avanzando hasta la casa de Impa, pese a todo. Dejaron a Leche en las afueras de la aldea y luego fueron a hablar con Impa.

Ella los escuchó con atención. Zelda explicó todos los descubrimientos y avances que habían hecho durante la corta investigación, y también habló de sus conclusiones. Link escuchó también, en silencio, y solo intervino para añadir más detalles acerca de las fortalezas Lomei. Él era el único que había puesto un pie en aquellos lugares, al fin y al cabo.

—Mi hipótesis de que hay algo bajo el castillo se mantiene —concluyó Zelda tras tomar aire. No hablaba tanto desde hacía un siglo—. Estoy convencida de que tiene algo que ver con la malicia que encontramos cerca de las murallas de la Ciudadela. —Palpó la forma del frasco, que todavía guardaba en su bolsa de viaje—. Para bien o para mal, tenemos que seguir adentrándonos ahí.

Impa asintió con gravedad.

—¿Y qué hay de esa antigua civilización? Diosas, llevaba años sin escuchar ese nombre. ¡Casi un siglo!

Zelda suspiró.

—Creo que tienen algo que ver con lo que hay bajo el castillo —dijo—. No sé hasta qué punto, exactamente. Pero hay arquitectura zonnan bajo el castillo, y los símbolos están por todas partes. Debe tener algo de relación.

—A veces me pregunto si las civilizaciones antiguas eran tan inteligentes como creemos —murmuró Impa—. ¿En qué demonios estarían pensando?

Zelda sacudió la cabeza. Ojalá pudiera comprender el mundo como sus antepasadas lo habían hecho. Ojalá la Diosa Hylia le hubiera mostrado visiones más claras y fáciles de descifrar mientras el poder la defendía del Cataclismo.

—Los antiguos zonnan no eran solo usuarios de magia poderosos, Impa —dijo Zelda—. Temo que fueran algo más. Que sucediera algo similar a lo ocurrido con los sheikah y que el rey los exiliara por miedo. Si quedan supervivientes ahí abajo, resentirán a mi familia por ello.

—¿Cómo estás tan segura de que quedan supervivientes en la zona subterránea?

—No estoy segura. —Zelda se encogió de hombros—. Es solo una idea. Una posibilidad más.

Impa puso una mano sobre su hombro.

—Tened cuidado ahí abajo. Kakariko os dará provisiones y todo lo que necesitéis. Supongo que querrás ir mejor equipado, ¿no? —añadió, dirigiéndose a Link.

Él dio un respingo. Zelda sabía que había estado prestando atención, pero no había esperado que Impa fuera a dirigirse a él.

—¿Mejor equipado? —repitió, confundido.

—No puedes ir a las profundidades del castillo sin una armadura. A saber lo que os vais a encontrar ahí abajo. Puede asaltaros un bárbaro zonnan —dijo con una sonrisa diminuta. Zelda intentó devolvérsela, aunque en el fondo no le hacía ninguna gracia.

—No pienso llevar armadura —dijo Link con sorprendente firmeza—. Son pesadas, incómodas y...

—Nada de armadura, en ese caso —dijo Impa con resignación—. Pero no te negarás a una cota de malla ligera, ¿verdad?

Link fue a protestar, pero entonces miró a Zelda y cedió por fin. Ella también quería verlo más protegido.

—No tenemos tiempo —dijo Link —. No puedo darte mis medidas.

—No será necesario —repuso Impa—. Creo que tengo algo que puede servirte.

Las lágrimas del reinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora