Link consiguió tranquilizar a aquella bestia, para la eterna estupefacción de Zelda. Muchos mozos de cuadra habían trabajado en el castillo cuando era princesa, pero ninguno se acercaba siquiera a las habilidades de Link.
Al principio el animal había cargado contra él para embestirlo con los cuernos, pero Link lo había esquivado con una facilidad insultante, como si fuera un baile. Daba un paso hacia un lado y luego hacia el otro, como si aquello fuera a significar algo para el animal.
Zelda observó la situación desde la roca, con el corazón en un puño. Si Link se hacía daño ella tendría que ayudarlo y enfrentarse a aquella bestia en solitario. Y, si a Link no le había ido bien, ella fracasaría con solo asomar la cabeza de la roca.
En un parpadeo, la extraña vaca observaba a Link con curiosidad, aunque Zelda distinguió cierta desconfianza. Acabó dejando que él se acercara un poco más para pasar una mano por su hocico casi plano. Incluso lo escuchó reír, y Zelda se derrumbó contra la piedra de nuevo, sintiendo un alivio inmenso.
«Va a matarme algún día —pensó—. Si no se mata antes a sí mismo, claro.»
Link la llamó en voz baja. Le dijo que era seguro salir, pero Zelda se negó. No estaba de humor. Y, además, con la suerte que tenía con los animales, acabaría aplastada bajo sus patas al instante.
Esperó a que la bestia se hubiera alejado unos cuantos pasos antes de salir de su escondite. Tomó una imagen del animal, que pastaba en la distancia.
—La enciclopedia hyliana no lo reconoce —murmuró—. ¿Cómo es posible? Reconoce a todos los seres vivos de Hyrule. Incluso reconoce armas.
Link se encogió de hombros.
—Puede que los sheikah se hayan equivocado por una vez. Nadie es perfecto, Zelda —añadió con una sonrisa que la puso de los nervios.
—Dudo mucho que los sheikah se hayan equivocado.
Esquivaron al extraño animal, aunque Link pareció lamentarlo. Zelda no podía creer que ya se hubiera encariñado de aquella bestia. Esperaba no encontrar más por el camino. No le apetecía sufrir más contratiempos.
Continuaron avanzando cerca de la costa. Zelda seguía medio convencida de que solo estaban perdiendo el tiempo allí. Las posibilidades de encontrar algo que los ayudara en aquel lugar olvidado eran casi inexistentes.
Al parecer no había aprendido nada durante sus años investigando con los sheikah. Ellos tampoco habían pensado que encontrarían reliquias enterradas en medio del desierto o cerca de la montaña de la muerte, pero habían acabado excavando dos Bestias Divinas en buen estado de conservación.
Se toparon con la entrada de una cueva. No obstante, distaba de parecerse a las otras cuevas de Hyrule, que parecían haber sido erosionadas por el clima y por el paso del tiempo. Aquella estaba bien señalizada. Sobre el oscuro agujero que conducía el pasadizo había una estatua que le recordó a la arquitectura tradicional gerudo, aunque no era una experta y tampoco tenía pruebas. Podría ser parte de una construcción que hubiera hecho cualquier otra raza, y que solo tuviera similitud con la arquitectura gerudo posterior por casualidad.
«Hay pocas casualidades», se descubrió pensando, pese a todo.
Link y ella compartieron una mirada. Él parecía tan incrédulo como ella. A Zelda la sorprendía que nunca hubiera visto aquel lugar. Estaba bien escondido, y se imaginaba que nadie había puesto un pie en aquella gruta desde hacía un buen tiempo. Tal vez más de un siglo, quién sabía. Si Link no lo había encontrado, era seguro afirmar que nadie más lo había hecho.
—Diosas Doradas —murmuró Zelda, examinando la estructura que tenía frente a ellos—. ¿Qué crees que hay dentro?
Él olisqueó el aire, como acostumbraba a hacer. Examinó la entrada de la gruta, aunque estaba tan oscuro que Zelda no entendía cómo podría distinguir algo.
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Las lágrimas del reino
FanfictionLink y Zelda viajan por Hyrule, intentando encontrar su lugar tras haber cumplido con la misión que una vez les fue encomendada. Sin embargo, de pronto la tierra empieza a temblar bajo sus pies, y ambos descubrirán que hay pocas cosas más frágiles q...