XXI

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Una tormenta los sorprendió aquella noche. No les quedó más remedio que refugiarse en la Fuente del Valor, el único lugar en el que estarían a salvo de los rayos. Link se había asegurado de que ella estuviera de acuerdo, aunque lo cierto era que no podía importarle menos. La Fuente del Valor no le traía recuerdos agradables, por supuesto, pero había aprendido que el pasado debía quedar atrás en algún momento. Eso no hizo que Link dejara de lanzarle miradas preocupadas, sin embargo.

—Estoy bien, Link —le aseguró por enésima vez en voz baja, dándole un apretón a su mano. Sabía que solo tenía buenas intenciones con su preocupación.

Él asintió, y juntos montaron el campamento. La efigie de Hylia los observaba con sus eternos ojos de piedra, aunque a Zelda ya no le molestaban tanto como antes. No sabía qué había sido de su poder sagrado. Sospechaba que se había debilitado tras un siglo de lucha, y tampoco podía escuchar la voz de la Espada Maestra. Lo había aceptado hacía mucho tiempo, sin debatirse demasiado contra el destino. Había aprendido que no servía de nada.

Se acercó a una de las paredes de la fuente. La tormenta rugía y tronaba en el exterior, pero Zelda se obligó a no tener miedo. Nunca le habían gustado las tormentas, ni siquiera cuando era niña, pero había aprendido a manejar el terror.

Pasó una mano por la piedra polvorienta y percibió las líneas de las inscripciones que había debajo. Aquello no la sorprendió. Había inscripciones grabadas en las tres fuentes sagradas, todas escritas en hyliano antiguo, el que se había usado hacía más de diez mil años. Por un instante se permitió albergar esperanzas de que aquello los hiciera avanzar en su investigación, aunque luego recordó que las fuentes sagradas eran estructuras hechas por los hylianos, que adoraban a la Diosa Hylia.

«Akkala y Lanayru siempre han sido parte del territorio hyliano. —Siguió las finas líneas con los dedos—. Pero esta está en Farone. Antes no eran tierras hylianas.

Apartó el polvo con la palma de la mano y luego se la sacudió en las ropas. Entornó los ojos para leer las palabras grabadas en la piedra.

—¿Están en la lengua zonnan? —le preguntó Link tras haberse situado a su altura.

Zelda sacudió la cabeza.

—Esto es solo hyliano antiguo —murmuró, reconociendo las palabras poco a poco. Era una frase corta y simple, a diferencia de los otros grabados en las fuentes sagradas. Normalmente eran oraciones destinadas a la Diosa Hylia. Aquel caso era distinto, sin embargo.

—¿Sabes leer hyliano antiguo?

—Tuve que aprender hace cien años, cuando era princesa. Me fue útil a la hora de investigar, en el fondo.

Él la miró con algo parecido a la admiración, y Zelda sintió que se ruborizaba. No sabía cuántos hylianos serían capaces de leer aquella lengua tras el Gran Cataclismo, pero hacía cien años todos los eruditos se habían visto obligados a aprenderla. Había estado al alcance de todo el que quisiera aprender.

Supuso que los conocimientos se habían perdido con el paso del último siglo y con la destrucción que había traído consigo el Cataclismo.

—¿Qué dice? —preguntó él.

Zelda examinó las palabras una última vez antes de responder.

—«En las fauces de la serpiente.»

—La serpiente tiene que ser la fuente —dijo él. Cuando Zelda lo miró con una ceja alzada, él prosiguió—: Hay un árbol con forma de serpiente. Nosotros estamos justo debajo.

—Ese árbol siempre me ha parecido fascinante —suspiró ella—. Dicen que es milenario.

—¿Crees que esas palabras podrían ayudar?

Zelda se encogió de hombros.

—Cualquier cosa podría ayudar, Link. Vamos casi a ciegas. Estamos en las fauces de la serpiente, ¿verdad?

—Con eso se refiere a la fuente —dijo él, asintiendo con la cabeza—. Tal vez haya algo.

Zelda contempló sus alrededores, esperanzada. Su padre no había enviado a muchos exploradores a investigar aquel lugar hacía cien años. Para él, la región de Farone no había tenido ningún valor. Zelda se arrepentía ahora de no haber insistido más. Podrían haberse evitado dolores de cabeza.

Los temblores no habían cesado. Por el contrario, parecían hacerse más fuertes con el paso de los días, y habían empezado a aparecer grietas en la tierra. No solo en el centro de Hyrule; también había visto unas pocas de camino a Farone. Las que ya habían estado abiertas solo se ensanchaban más, y Zelda mentiría si dijera que aquella situación no la aterraba. Era un proceso lento, pero sabía que, si no hacían algo pronto, aquellas grietas acabarían convirtiéndose en verdaderos abismos, y las regiones de Hyrule quedarían aisladas del todo.

«No pienses a lo grande —se dijo—. Céntrate en el presente. No es tan difícil.»

El campamento ya estaba montado; Link incluso había encendido la hoguera. No podrían salir hasta que la tormenta amainara, y para entonces ya habría anochecido, según los pronósticos de Link. Así que aceptó su sugerencia de investigar la fuente y ambos se pusieron manos a la obra poco después.

Zelda acabó cubierta de tierra hasta los antebrazos. Agradeció llevar el pelo más corto. Había sido un auténtico estorbo hacía cien años, en las excavaciones en las que había trabajado con los sheikah. Ahora, en cambio, no tenía que preocuparse por las manchas de polvo y suciedad en su cabello, ni tampoco en si se le metía delante de los ojos.

—Creo que tengo algo —dijo Link desde el otro lado de la fuente.

Zelda dio un respingo. Pese al optimismo de Link, no había esperado encontrar nada en aquel lugar. Sin embargo, sintió energías renovadas al correr hacia él. Se arrodilló a su lado y examinó un trozo de papel antiguo y desgastado. Zelda lo sostuvo con cuidado. Tenía miedo de ejercer demasiada presión y que se convirtiera en polvo entre sus manos. El pergamino estaba amarillento, aunque no había nada escrito. Solo dibujos.

No eran sheikah, aunque a Zelda le recordaron a los motivos del tapiz de Impa. No obstante, el arte sheikah tenía líneas mucho más finas. Aquellas eran más arcaicas, hechas con menos cuidado. O al menos esa sensación tenía ella.

—Se parece a las estatuas de las serpientes —observó Link. Señalaba un símbolo conformado por lo que parecían dos serpientes persiguiéndose la una a la otra, aunque no llegaban a encontrarse—. Puede que sea zonnan también.

—A mí también me recuerda a las estatuas de las serpientes —dijo ella. Hablaba muy deprisa debido al entusiasmo—. Estos son dibujos zonnan. No me cabe duda.

Examinó el resto del pergamino. Vio monstruos similares a los bokoblin, aunque parecían más fieros y los cuernos en sus frentes eran más alargados. También distinguió figuras similares a las de los hylianos. Parecían llevar cascos y sujetar espadas, así que Zelda supuso que serían soldados.

—Es una guerra —murmuró ella, comprendiendo—. Estaban en guerra.

—¿Con los monstruos?

—Eso creo. Tal vez los zonnan no libraran esa guerra. Tal vez fuera entre los hylianos y los monstruos.

Divisó una figura que destacaba por encima de las demás, lejos de la escena de la batalla. Sopló con suavidad para apartar el polvo. Pese a ello, fue incapaz de darle un significado en la luz precaria de la fuente.

—Debería convertirte en investigador —le dijo Zelda, y Link sonrió.

—Fue solo suerte.

Ella puso los ojos en blanco y se puso en pie, todavía sujetando el pergamino. Pasaron gran parte de la noche estudiándolo juntos.

Las lágrimas del reinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora