XVII

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Link se negó en rotundo a contarle a dónde pensaba llevarla, ni cuál era la misteriosa ayuda que les permitiría distinguir los contenidos de aquel frasco con malicia.

—No vas a conseguir nada ocultándomelo —le dijo ella una mañana, irritada. Odiaba no saber a dónde se dirigían. Confiaba en Link, pero detestaba no tener el control. Y él era muy consciente de ello.

—Es difícil de explicar —dijo él mientras rebuscaba entre sus alforjas.

—¿Difícil? Podrías empezar diciéndome a dónde vamos.

Él dejó escapar un largo suspiro y se dio la vuelta para mirarla.

—Vamos a Kakariko —dijo al fin, de mala gana.

Zelda abrió mucho los ojos, y su corazón se hundió. ¿Para qué quería llevarla a Kakariko? Seguían sin haber encontrado una respuesta definitiva al origen de los temblores. Sabían que procedían de debajo de la tierra, justo bajo el castillo. Sin embargo, no habían descubierto nada más allá de eso.

—¿Quieres hablar con Impa? —preguntó Zelda.

Su cabeza se imaginó la respuesta. Iba a hablar con Impa para decirle que ya no quería que Zelda viajara con él. Se había arrepentido de permanecer a su lado, o quizá ella nunca se había recuperado de sus años de cautiverio y retrasaba mucho sus viajes.

Pero entonces él sonrió, y los pensamientos de Zelda se detuvieron en seco.

—No vamos a hablar con Impa —dijo—. Vamos a hablar con un conocido.

—¿Un conocido? —dijo Zelda en voz temblorosa por el alivio. Se reprendió a sí misma por haber creído que iba a dejarla atrás. Link jamás haría algo así—. ¿Yo también lo conozco?

—No. Hasta donde yo sé, al menos.

Zelda frunció el ceño, pensativa. Sabía que Link había hablado con las gentes de Hyrule durante su largo viaje, antes de ir al castillo para derrotar al Cataclismo. Lo había podido ver desde el castillo en unas pocas ocasiones, aunque eso no significaba que recordara las caras de todo el mundo.

—¿No puedes decirme más? —dijo, frustrada.

Link se dio la vuelta para seguir revisando las alforjas, aunque Zelda alcanzó a distinguir su sonrisa. «Maldito seas.»

—Se llama Kilton —dijo simplemente.

Zelda forzó su memoria, intentado recordar. Sin embargo, no había nada sobre un tal Kilton. Nada de nada.

Incordió a Link con preguntas durante el resto del viaje. Zelda intentó sonsacarle información de todas las formas posibles, pero él se mantenía firme como el muro de una fortaleza. Cuando cayó la noche, acamparon fuera de la aldea, en las faldas de una de las altas colinas que rodeaban Kakariko.

—¿No vamos a pasar la noche en la aldea? Si lo puedo saber, por supuesto.

Link le mostró una sonrisa que hizo que su corazón se acelerara. Por el enfado, se dijo a sí misma.

—Vamos a quedarnos aquí hasta que sea medianoche. Entonces nos pondremos en marcha otra vez.

—¿A medianoche? —dijo ella, incrédula—. ¿No es peligroso viajar tan tarde?

Alzó una ceja, escéptica. Para sus adentros, se preguntó si aquello no sería una estrategia más de Link para permanecer despierto toda la noche. Había estado mejorando, por suerte, aunque Zelda sabía que él podía echarse atrás en cualquier momento. No obstante, el brillo de entusiasmo en sus ojos le dijo que aquello no tenía nada que ver con lo que Zelda se estaba imaginando.

Las lágrimas del reinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora