Capítulo 1

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Vuelta a casa.

Sí, por fin, después de varios meses en Barcelona, tocaba volver a casa. Era verano, por lo que pasaría los tres meses allí hasta que mi tercer año de universidad comenzase de nuevo.

El bullicio que había en el aeropuerto del Prat era impresionante, había muchísima gente junta y, para añadirle más agobio, la mayoría de esas personas iban con maletas que eran más grandes que ellas. Otras estaban con carteles de bienvenida y otras, simplemente, andaban perdidas por no saber dónde está la salida o su terminal. Menos mal que no es mi primera vez en este aeropuerto porque si no, me sentiría un poco Nemo perdida por el oceáno.

—Permiso... Perdón... Lo siento... Lo siento voy con prisa... Perdón...

No dejaba de repetir lo mismo una y mil veces, así que imaginaos como tenía que estar esto de gente. En parte lo entiendo, quiero decir, es veinte de junio y la mayoría de las persona han cogido vacaciones o han acabado las clases, por lo que no es de sorprender que la "operación salida" comience. Aunque era horrible tener que pillar un vuelo a Tenerife en estas fechas, pero también son las más baratas, así que, toca pensar en positivo. Si voy ahora en junio aunque haya muchísima gente, me ahorro mínimo cincuenta euros o incluso cien si llego a decidir julio como mes de vuelta a casa. Carlota: 1; compañías de vuelos: 0.

Comencé a ir un poco más rápido porque el tiempo se me echaba encima y aún tenía que  facturar las maletas. Suelo ser bastante puntual siempre, hay veces que lo soy en exceso y llego con una hora de antelación. Dicen que a un aeropuerto siempre es recomendable estar dos horas antes... Bueno, pues yo hoy, por algún motivo, decidí que era buena idea estar una hora antes. ¡No sé dónde tengo la cabeza! O sea, hay muchísima gente, avisada estaba, y encima decido venir más tarde solo por dormir un poco más... ¡Agh!

La cena de despedida de clase anoche, se alargó de más. No era mi intención quedarme hasta las seis de la madrugada teniendo un vuelo a las once de la mañana, lo prometo, pero es que... Era la última cena con mis compañeras a las que volveré a ver a principios de septiembre, claro que iba a ir. Ahora, sí que es verdad que tengo que ser menos fácil de liar, porque si me hacen eso todos los días, acabo muerta en el primer banco que encuentre.

Una vez dentro, vi que el vuelo se había retrasado una hora, por lo que pude relajarme todo lo que no había podido anteriormente. Localicé una cafetería con sitio libre a la que entrar y así poder pedirme un buen café que me despertase todos los sentidos. Puede que haya terminado el segundo año de universidad, pero aún tengo bastantes trabajos pendientes que no tienen relación con la misma, así que decidí avanzar trabajo.

Estaba trabajando en una editorial que tiene sucursales por todas las zonas de España. En mi caso, tenía que leerme varios documentos y transcribir cada uno para luego mandarlos con sus correcciones. Las editoriales casi nunca descansan. Sacan libros, autobiografías, libros de viajes o cocina... en cualquier época del año, así que es un trabajo continuo que nunca para. Pero era perfecto, aunque no estuviese estudiando eso. Estaba estudiando bellas artes, pero traducción fue mi segunda opción, así que ahora mismo estoy haciendo las dos cosas que más me gustan.

Estaba tan concentrada que no me había percatado del chico que se había sentado delante de mi, con el sonido del móvil lo más alto posible. ¿Enserio? ¿Es una mesa larga y tiene que sentarse justo enfrente de mi? Tiene que ser una broma.

Bajé la pantalla del ordenador y lo vi sonriendo.

—Disculpa, podrías sentarte en otro lugar de la mesa o ponerte los casos.

O he hablado muy bajito, o es un imbécil de narices. Me aclaré la garganta e incliné mi cuerpo para chiscar mis dedos delante de su rostro. ¡Por fin! Por fin me miró con unos ojos castaños confundidos y la sonrisa borrada.

Perfecto Desastre; Pedri GonzálezDonde viven las historias. Descúbrelo ahora