Capítulo 8

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Aproveché el viaje para ir a mi casa antes y agarrar un par de toallas.

Yo no iba a meterme en el mar, como mucho me quedaría metiendo un poco los pies, puesto que no llevaba nada de ropa de playa. Mientras tanto, Pedro se quedó con los chicos en la arena, hablando animadamente. Todos parecieron olvidar que era alguien famoso, y eso de alguna forma se notó en la forma de hablar de Pedro.

No es que me haya fijado en él pero, supongo que el hecho de que te paren todo el rato, puede llegar a estresar de algún modo. Pero que se fastidie. ¿No quería ser futbolista desde pequeño? Pues aquí tienes, Pedri.

Seguiré diciendo lo raro que se me hace ese apodo. Se podría llamar Pedro a secas. No: Pedri.

Estábamos en la playa que hay justo enfrente de mi casa, por lo que más a mi favor el tener que ir yo a por las toallas. Mi hermana también estaba con su amiga pero se encontraban mucho más alejadas de nosotros, jugando a las cartas. Se acercó a saludarnos y a presentarse a Nico, después volvió a dónde estaban anteriormente.

Todos llevaban ropa de baño menos yo. Bueno, y Pedro, pero a él le dio igual tener que meterse con los pantalones negros que llevaba. Como él dice: "Total, tengo dinero si me tengo que comprar otros, me sobra". En fin, Dios quiera que no me conteste así en algún otro momento en el que esté cabreada porque igual el puñetazo que le di cuando éramos pequeños, podría repetirse.

—¡Car! ¡Ven! —gritó Nico a lo lejos.

Había preferido sentarme en las toallas mientras ellos se bañaban y jugaban a las palas. O a cualquier juego que se inventasen.

—¡Venga, Carlota! —imitó su mejor amigo la acción de llamarme.

No pude evitarlo. Hay que reconocer que hacía mucho calor así que, no meter aunque sea los pies, sería un error muy grande. Me quité las converse riéndome y las aparté a un lado. Vigilé que la venda del pie estuviese bien puesta. Sé que la zona afectada ya está bastante curada y los medicamentos han hecho bien su trabajo pero, aún así, los calcetines me rozaban. En verano se usan chanclas de toda la vida, pero yo era de esas que llevaban sus zapatillas a cualquier lado.

Anduve rápido, pues la arena ardía, me imaginé que el sol llevaba calentando en exceso toda la mañana, desde las ocho, seguramente. Y además, mañana empezaba Julio, por lo que el verano solo acababa de empezar. Llegué justo al agua, aliviándome el escozor de la planta de los pies. Me ardían, lo juro, la arena estaba demasiado caliente.

—¿No tienes ropa de baño? —cuestionó el novio de Nico. Seguíamos lejos pero no tanto, les cubría el agua a todos hasta la cintura o un poco más, menos a mi amigo, que era demasiado alto y seguramente esté más agachado.

—No me apetece meterme —confesé.

En realidad, me moría de ganas de hacerlo, pero no quería arriesgarme a que hubiese otro animal extraño vagando por el mar. La verdad es que he agarrado un poco de miedo al mar, no lo ocultaré.

—¿Te encargas tú? —Nico miró a Pedro como si hubiesen hablado algo entre ellos.

Pedro lo miró durante unos segundos y volvió su vista hacia mí, con una picardía que no me gustaba nada. Se fue acercando lentamente a mi. Por un momento pensé, estúpida de mí, que me diría algo, pero optó por alzarme a sus hombros, haciendo que colgase. Empecé a dar patadas y darle golpes en su espalda, aunque solo pude escuchar su risa. Y las de los demás, pero por algún motivo, me centré solo en la suya. Puede que haya dicho que si quería jugar, lo haría, pero no así.

—¡PEDRO BÁJAME YA! ¡NO HACE NI PUTA GRACIA!

—¡Desde que me pediste que te llevase sabías dónde te metías!

Perfecto Desastre; Pedri GonzálezDonde viven las historias. Descúbrelo ahora