Capítulo 9

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—¡Toma! ¡He ganado! —gritó mi hermana a la pantalla.

—Sigo sin entender cómo vives tanto un estúpido videojuego —dije apartando la mirada del libro.

—Eso es porque no sabes lo que conlleva ganar una Champions —criticó Pedro.

—¿Y tú sí? —no tengo ni idea de lo que era eso, pero con tal de molestarle...

Estábamos todos en casa de los González, dado que a su abuela la hacía ilusión que tanto nosotros como su familia nos juntásemos. Sus palabras textuales fueron: "Así veo a esas niñas que hace mucho que no las pellizco los mofletes". O eso dice María. El caso es que, Teresa, nos ha criado tanto a mi hermana y a mi como si también fuésemos sus nietas. Ese es el nivel de unión que hay en nuestras familias, así que os podéis imaginar la cantidad de comidas familiares o reuniones que hemos compartido por ambas partes.

Hasta que Pedro se fue, luego me fui yo, después la familia González... Solo hace relativamente poco que hemos vuelto todos. Bueno, yo siempre volvía, aunque pasaba más tiempo fuera de Tenerife que dentro, pero el más importante era el que tenía a mi derecha, que es el gran centro de atención.

—Prueba —comentó el moreno dándome su mando, alzando sus cejas. Cejas que eran perfectas, al igual que el corte de pelo que se hizo el otro día...

Basta.

—No, gracias —respondí con una sonrisa falsa y volviendo mi atención a la lectura que me llevaba a otro mundo.

La atención duró poco, pues mi madre gritó desde la cocina que necesitaba ayuda para hacer la tarta. Mi hermana fue la que acudió rápidamente, siempre la gustó la repostería, estaba esperando a que la llamasen para decorar tanto el pastel como las magdalenas que había preparado antes en casa. Por otra parte, estaban nuestros padres, que se encontraban en el jardín colocando la mesa y calentando la barbacoa. Y por último, Pedro y yo, que no servimos más que para molestarnos el uno al otro y para eso, no quieren que hagamos nada.

Punto positivo, porque podemos hacer lo que queramos. La parte negativa es que... Bueno, no hay nada negativo. La familia de Pedro es bastante grande, por lo que un peso que me quito de encima.

Mi tranquilidad después del llamamiento hacia Blanca duró segundos, hasta que Pedro decidió que era buena idea retirarme el libro que tenía en mis manos.

—¡Oye! —me quejé intentando alcanzarlo mientras él ponía una mano en mi cara para que no lograse tenerlo de nuevo.

—"Harry Potter y la piedr..."

Logré quitárselo de las manos, aunque la situación fue bastante incómoda. De alguna forma acabé a horcajadas de él, pero no sentada del todo, solo que estaba algo elevada por el apoyo que tenía. Y nuevamente, ocurrió esa situación que lleva repitiéndose días.

Silencio, miradas, respiraciones tranquilas o nerviosas a la vez, hormigueo en cada parte de mi cuerpo que rozaba la suya... Me estaba volviendo loca, y no en el buen sentido.

—Juega un partido aunque sea —ofreció él llevando la vista a mis ojos, con esa sonrisa que me estaba matando, no sé por qué.

Reaccioné evitando todo pensamiento que se me pasaba por la cabeza, volviendo a sentarme en la esquina del sofá, pero acurrucándome más conmigo misma para evitar cualquier contacto posible.

—Paso —aseguré.

—Venga, artista. No seas aburrida —comenzó a seleccionar equipos con el mando que anteriormente pertenecía a mi hermana.

Rodé los ojos. ¿Enserio? ¿No acepta un "no" por respuesta? Una vez escogidos dos equipos –él uno que era granate y azul, y yo, uno que era verde y blanco–, lo depositó al lado de mis pies, incitándome a que lo agarrase. Alternaba mi vista entre el mando y él, aunque sus ojos solo estaban centrados en la pantalla, como si diera por hecho que aceptaría.

Perfecto Desastre; Pedri GonzálezDonde viven las historias. Descúbrelo ahora