Los chicos habían dejado que mi hermana invitase a alguna amiga suya. Cuando dijeron que habían invitado a unos amigos, no me esperé que fuesen tantos, son unos siete sin contra a los hermanos. Hablé seriamente con el mayor de los González, porque mi hermana aunque esté en una edad de comenzar a salir de fiesta y ver todas las cosas fuertes que se pueden llegar a ver en una noche, sigue siendo pequeña, o quizá yo la vea como tal. Claro que iba a estar pendiente de mi hermana lo máximo posible, tanto ella como sus dos amigas, son las más pequeñas que hay en esta casa ahora mismo, y encima, las botellas de alcohol que han traído los amigos de los hermanos, no es que estén rellenas de agua, precisamente.
Estábamos en el salón, menos los amigos de los chicos y ellos, que se encontraban en el jardín. Ellos viven varias casas más adelante de nosotros, sus casas son de las primeras, lo que significa que son de las más lujosas. Cuando éramos pequeños, vivían prácticamente enfrente nuestro, pero al parecer, con el dinero que genera su hijo menor, se mudaron más adelante. La verdad es que estas casas son preciosas. Tienen una cocina enorme, un salón que podría ser mi cuarto multiplicado por dos... En fin, para que lo entendáis mucho mejor, estas casas son las típicas que se construyen después de comprar la parcela y así, crear tu hogar desde cero, por así decirlo. ¡Ojalá poder hacerlo algún día!
—¡Carlota! —me giré en dirección donde provenía el grito. Viendo al hermano mayor con una cerveza en la mano.
Dejé a las chicas, que estaban viendo una película tranquilamente y me levanté yendo hacia la cocina, la cual daba la entrada al jardín, pero me quedé en la entrada de la cocina.
—¿Qué pasa? —cuestioné apoyándome de brazos cruzados en la puerta.
—¿Por qué no vienes con nosotros? —preguntó dando un sorbo a su bebida.
¿Cuántas cervezas llevaría ya?
—Estoy viendo una película con las chicas —contesté. La verdad es que tampoco me apetecía mucho ir con ellos.
Omitiendo la parte de que ya había compartido demasiadas horas con ellos, estar con sus amigos no era una idea que entusiasmase en exceso. Sí que conozco a alguno, pero de vista porque son vecinos, aunque nunca he mediado palabra con ninguno, o quizá sí, solo que cuando tendríamos unos seis años.
—Bah, no seas aburrida. Deja que tu hermana esté tranquilamente y ven con nosotros —no me dejó volver a contestar, porque ya tenía su brazo sobre mis hombros y ya estaba tendiéndome una cerveza. En ese momento ya corroboré que sí, estaba algo contentillo.
Claro que acepté la bebida, encima gratis, es un detalle por su parte. Cuando aparecí, todos me saludaron. La verdad es que relacionarme con gente no es que fuese de las cosas que mejor se me daban, así que me quedé de pie sin saber muy bien qué decir o hacer. Uno de los chicos me señaló el único asiento que estaba libre, a su lado. Este sí que sabía quien era. Es el vecino de enfrente de los chicos, llevan aquí unos años, pero como no paso apenas tiempo en casa, pues no he mediado palabra con él, hasta hoy, supongo.
Cuando fui a estudiar al carrera en Barcelona, dejé de lado toda mi relación con Tenerife. Sí, ahora mismo es mi sitio de desconexión y es donde logro encontrar un poco de paz en el estrés que genera la Universidad y de vez en cuando, vivir en una ciudad tan grande como lo es Barcelona, pero me desaté de la gente de aquí. Al irme fuera, me di cuenta de que esas personas con las que había estado años, no me llenaban, sin embargo, sí que lo hicieron las personas que conocí en Barcelona en tan solo dos años. Supongo que la vida también es así. Darte cuenta de que hay gente que no te aporta o no te llena. La mejor decisión que pude hacer fue alejarme y el hecho de haber entrado en mi carrera, fue lo que logró eso.
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Perfecto Desastre; Pedri González
Teen FictionNos convertimos en el perfecto desastre que me juré nunca tener.