Capítulo 2

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Percibí la pequeña mirada asesina de mi padre por haber dicho eso. Al igual que la carcajada de mi hermana por lo bajo, la cual me agarró de la mano y se acercó para hablarme, incliné un poco la cabeza para escucharla, bajo la atenta mirada de los dos hermanos, quienes se chocaban los puños con una sonrisa.

—Está guapísimo —comentó mi hermana con una sonrisa amplia, analizando al pequeño de los González.

No contesté. Sí, era verdad que tenía un atractivo muy peculiar que fácilmente vuelve loca a cualquiera, pero a mi me vuelve loca por lo imbécil que es. Ojalá fuese de otra forma, pero hablamos de Pedro González. Este se acercó a saludar a mi hermana mientras ella se limpiaba mentalmente la baba imaginaria que se la estaba cayendo, después, intentó darme dos besos con una sonrisa que me encantaría borrarle de la cara, pero me alejé tendiéndole la mano. Cuanto menos contacto, mejor.

Soltó una pequeña carcajada y negó con la cabeza. Yo mantuve mi postura seria mientras aceptaba el apretón de manos que nos estábamos dando como si hubiésemos llegado a un trato que jamás existiría, menos entre nosotros.

—Cuánto tiempo, artista —dijo sin más con un tono de picardía. Me tenía que estar vacilando, como no.

Claro que sabe que nos hemos visto en el aeropuerto. Solo hacía falta haber visto su reacción nada más verme ahora mismo. ¿No me había reconocido porque también había cambiado? ¿O porque simplemente quería hacer como si no nos conociéramos? 

—No me alegra decir lo mismo —respondí. Creo que aunque estuviésemos hablando entre nosotros, los demás estaban expectantes por nuestro reencuentro.

—¿Qué pasa? ¿Me habías echado de menos? —cuestionó con unos humos bastante egocéntricos, sin retirar su sonrisa ladeada de su rostro.

—No, lo digo porque me hubiese gustado no volver a verte —comenté bajo para que fuese él quien me escuchase. Pasé por su lado dándole un pequeño empujón al hombro, así como quien no tiene la cosa, y retirándome el pequeño delantal que me cubría la ropa por si me manchaba —Voy a limpiarme las manos y bajo. No me quiero quedar sin probar tus croquetas, María 

—¡Uy, hija! Tranquila porque he hecho unas pocas de más para ti en especial —soltó guiñándome un ojo.

Sonreí y luego me fui rápidamente a cambiar. Aunque no quisiese pasar tiempo con él, ni con su hermano, pero específicamente con él, tampoco quería morirme de hambre. Esa no es una opción viable, así que en menos de lo que un gallo un canta, bajé con una camiseta larga de Pink Floyd y con unos pantalones negros cortos, a pesar de que estos a penas se viesen por la largura de la camiseta. El moño con el que había aterrizado seguía igual, solo que más despeinado por las horas que han pasado, pero me gustaba ese toque despreocupado.

Me senté entre mi hermana y María. La mesa era rectangular, por lo que enfrente sí o sí tenía que tener a alguien. Por suerte era mi madre, pero estaba entre los dos hermanos González. ¡Ay, mamá! ¡Qué mal has elegido!  

Los minutos e incluso la primera hora, pasaron con normalidad. Sobre todo, había mayor tema de conversación entre los adultos, mientras que los descendientes de estos, o sea, nosotros, solo escuchábamos y comíamos como quiénes no tienen la cosa. Hasta que la conversación dio un giro de 180 grados dejando de hablar sobre el restaurante de Fernando y María, o de la tienda de mi padre, o del puesto de policía de mi madre, para hablar de nosotros. Pero no de "nosotros", si no de Pedro y de mi. DE LOS DOS. DE NUESTRAS VIDAS.

—¿Y no habéis coincido en Barcelona? Es muy raro —cuestionó el padre de él.

¡Claro! ¡Por eso estaba en el aeropuerto! El equipo de futbol por el habría fichado sería uno de esa ciudad. Él se fue hace ya tiempo a otra isla de Canarias para jugar en un equipo y luego volvió a la península, o eso me contaron mis padres, tampoco me importó mucho. Enseguida miré a Pedro, para ver que decía. Este mismo me devolvió la mirada y con tan solo ver el destello que se creó en sus ojos avellana, supe que había sido un gran error no haber contestado primero y haber dejado que fuese él quién tomaba la palabra.

Perfecto Desastre; Pedri GonzálezDonde viven las historias. Descúbrelo ahora