Capítulo 19

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Estaba muy nerviosa. No sabía por qué. No sabía por quién. No sabía nada. Solo que llevaba todo el día de arriba abajo, incluso mi padre que suele estar en su propio mundo, se preocupó por mi.

—Es que no quiere que a Pedri le hagan daño —soltó mi hermana en medio del silencio formado en la furgoneta donde íbamos los ocho.

—Porque si no se queda sin nov... —en cuanto Fer se dio cuenta de lo que iba a decir se calló.

Y no solo por esa palabra, si no por mi mirada asesina. Me sentí orgullosa de hacer que Fernando González, el heredero, se callase y no dijese ni una palabra.

La mirada de las tres mayores viajó directamente a mis ojos. ¿No podía ser una furgoneta donde no estábamos los unos enfrente de los otros? No, tenía que ser una furgoneta dónde estábamos sentados como en una reunión.

¡Claro que me molestó que Fer dijese eso! No somos nada. Simplemente hay veces que vamos a más, pero ni siquiera nosotros sabemos qué es, lo único claro es que nos lo pasamos bien y no hemos hablado de ser nada más allá de eso. Además, sé que Fer no sabe todo lo que hace o deja de hacer su hermano, pero con respecto a nosotros, tengo claro que no se le escapa ni una.

Tete no dijo nada, pero su sonrisa la delataba. María me miraba con una sonrisa muy cálida, como si estuviese aceptando algo que ni siquiera hemos aceptado nosotros. Y mi madre...

—Ya hablaremos tú y yo, hija —soltó con una sonrisa de oreja a oreja.

—El único hombre en tu vida soy yo, ¿eh? —mi padre lo decía en broma, pero aún así, no pude evitar ponerme roja ante la situación.

—Siempre, papá —asentí dejándole un beso en la mejilla.

Por suerte el viaje al estadio era corto. Nos dejó en una entrada distinta a la del otro día. Pudimos ver a mucha gente entrando al estadio, lo único que a nosotros nos llevaron por otra zona para que no tuviésemos que hacer cola. Aún quedaba una hora para el comienzo del partido, pero Pedro ya estaba con el chándal del equipo en el campo, junto a sus compañeros. No saldrían a calentar hasta dentro de media hora, por lo que aún no tendría por qué irse a cambiar. De hecho, había alguno que otro con el móvil y yo pensaba que no podían.

Localizamos nuestros asientos mientras Fernando y mi padre se quedaban asombrados con el estadio y el ambiente. Algunas personas que estaban alrededor, reconocieron a Fer y a sus padres, por lo que se hicieron fotos con ellos. Para ser un amistoso, se iba a llenar. Ya lo estaba y aún quedaba mucha gente por entrar. Estábamos relativamente cerca del banquillo del equipo, bueno, relativamente cerca me refiero a que literalmente nos separaba una barandilla y una franja de asientos por delante que no serian ocupados por nosotros, sino por el resto de los familiares.

No retiré mi mirada de él. No podía hacerlo.

La anterior noche me explicó demasiadas cosas mientras veíamos el partido. No hicimos nada más que eso y luego dormir, sorprendentemente. Claro que hubo algún que otro roce de por medio, pero él parecía mucho más preocupado que yo con respecto a la pastilla, se debió de informar en internet y eso es lo peor que una persona puede hacer, pero bueno, de alguna forma, me gustó que estuviese tan atento porque no me lo imaginaba así. Traté de entender lo que era un fuera de juego, pero no llegué a tanto. Al menos me aprendí un par de palabras técnicas como lo que es un córner, un pivote, la función de cada árbitro... Bueno, al menos me puso en contexto de muchas cosas que no sabía con anterioridad, aunque había cosas que ya me sonaban por lo que me dijeron sus compañeros. Y sí, el fútbol sigue sin gustarme, pero hoy me daba la sensación de que iba a estar más atenta que nunca.

Anoche descansó en su habitación. Una pequeña parte de mi quería que se quedase otra noche conmigo, pero él debía concentrarse y lo entendí. Obviamente no le dije que se quedase, sería ir detrás de él de forma exagerada y eso no puede ser. Pero aquí estaba ahora. Más nerviosa que un pez fuera del agua y logrando la atención del chico que vagaba por mi mente últimamente. Como una tonta, lo saludé. No sé ni por qué hice eso, ni por qué mi mano decidió alzarse y sacudirse al aire. Aunque estuviese un poco alejado, pude notar cómo nos devolvió el saludo.

Perfecto Desastre; Pedri GonzálezDonde viven las historias. Descúbrelo ahora