Las olas del mar fueron las que me despertaron. No sé ni que hora sería, pero espero que no fuesen las siete de la mañana porque me pego un tiro si despierto a esa hora. Llevaba ya dos días aquí, por lo que mi cuerpo ya se había acostumbrado al pequeño cambio horario y las horas de comidas de mis padres.
Me refiero a que... viviendo tú sola siendo estudiante, Juls y yo por lo menos, no solemos comer hasta las cuatro de la tarde, cenar a las once, o ni hacerlo porque quedamos a tomar algo y acabamos picoteando las ricas tapas que ponen en los bares... En fin, vida universitaria decían. El caso es que, volver a casa hace que vuelva a cuando no me había independizado. ¡Era increíble! ¡No tenía que hacer las tareas del hogar porque las hacían mis padres! ¡Incluso la ropa limpia y planchada aparecía por arte de magia al día siguiente! Esto, querida vida mía, esto es gloria.
Agarré mi móvil para mirar la hora, eran las once de la mañana. Perfecto para colocar un poco el desorden que tenía de las cosas que he traído, y salir al jardín para disfrutar del sol mañanero de Tenerife. Volver aquí era como desconexión para todo mi ser. Bueno, lo era, hasta que sales al jardín para continuar con cualquier cuadro que tenía empezado o para leer algún libro y te encuentras a los hermanos González como si nada, en la piscina. Dejé mirarlos como si fuesen unos extraterrestres y reaccioné.
—Buenos días —saludé dudosa de que lo que estuviera viendo fuese real.
Mi hermana se giró al escucharme, me saludó y se tiró a la vez que Shuri al agua, la cual se lo estaba pasando como cuando era un cachorro.
—Buenos días, Carlota —saludó Fer pasándose una toalla por el pelo, acababa de salir. Al menor de los González prefería no dirigirle la palabra aunque también me hubiese saludado.
—¿Qué hacéis aquí? —cuestioné agarrando las acuarelas y los pinceles que guardaba en una estantería que pusieron mis padres para guardar algunas cosas de la piscina.
—Tu madre nos ha pedido que nos quedásemos con vosotras. Se han ido hasta mañana por la mañana a La Laguna —pareció percibir la siguiente pregunta que iba a realizar, por lo que la contestó antes de que saliese de mi boca—. Los cuatro. Dicen que si estamos juntos se ahorran disgustos.
—Ya... —no dije más y me dirigí al boceto que empecé el otro día.
Lo retiré y puse otro lienzo. Esta vez no quería hacer algo realista, sino algún paisaje que se pasase por la cabeza. O quizá un retrato.
¿A La Laguna? ¿A ver un municipio que ya tienen más que visitado de arriba abajo? Esta cerca de donde vivimos, a unos veinte minutos en coche, pero no esperaba que se fuesen ya. Lo digo porque siempre que se juntaban los cuatro, pasaban por lo menos un día allí. Un día entero, no volvían has la una de la madrugada o doce de la noche. Aunque este año no vuelven hasta mañana Pero, ¿por qué tienen que venir ellos aquí? Que ya tenemos una edad, la única más pequeña es mi hermana, y ahora tiene catorce años a punto de cumplir los quince. En fin, no iba a pararme a pensar en eso porque nuestros padres siempre han sido muy protectores con mi hermana y conmigo, pero ¿ponernos de niñeras o de vigilantes a los dos hermanos? Qué mala decisión. ¿Ahorrarse disgustos? Si tengo que pasar el día entero con ellos, nuestros padres tendrán más disgustos que si no llegan a venir.
—¡Shuri! —llame a nuestra mascota que, nada más escuchar su nombre, vino corriendo hacia a mí.
Saltó como loca buscando mimos, y se los di. Me había quedado un rato pensando qué hacer con el lienzo en blanco que tenía, así que decidí hacer un retrato de ella. No me hacía falta llamarla para saber cómo era, pero me quería fijar en sus detalles más pequeños, por lo que mientras jugaba con ella, la iba analizando. Ella no era un dálmata típico. Sus manchas eran de color café y sus ojos tornaban a un color miel. Era la perrita más bonita que había visto.
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Perfecto Desastre; Pedri González
Ficção AdolescenteNos convertimos en el perfecto desastre que me juré nunca tener.