Extra 7: Así es [7]

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En cuanto a su vida diaria como pareja, que podemos decir; tan solo lo esperado...

El Sōkoku siempre fue funcional, o al menos nunca incumplieron las misiones y como tal, las expectativas.

Pero, en su vida, ambos habían tomado la difícil desición que suelen tomar las parejas cuando se quiere dar un paso más en cuanto a su progreso como dúo, y en este caso, como relación. Así es, vivir juntos.

Su alarma sonó; aún se preguntaba como es que el moreno podía dormir y dormir tanto, aún si se escuchaba los sonidos de esta

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Su alarma sonó; aún se preguntaba como es que el moreno podía dormir y dormir tanto, aún si se escuchaba los sonidos de esta.

Igualmente, no le importaba mucho si este despertara o no, aunque claro, recibir un "buenos días" de su adorado novio, no estaba de más.

Se levantó, abrió las cortinas de su sofisticada y única ventana, dejando así, el paso de la luz que avisaba su paso; dio un respiro y, aprovechando que en un rato debería arribar a las instalaciones de la Port-Mafia, se dispuso a preparar el desayuno, como siempre hacía.

Dazai y él habían acordado un trato: él se encargaría de las acciones que, en este caso, si Osamu haría, arruinaría: como tal, el cocinar y lavar los utensilios utilizados eran parte de sus deberes.

Asimismo, decidiendo recalentar el arroz —anteriormente hecho el día de ayer—, freír algunos huevos, y acompañarlos con algunos pimientos verdes..., fueron el desayuno adecuado para ambos, pues el moreno había despertado.

—Chūya... —Se le oía hablar desde no tan lejos, pues, tan solo una barra y algunos pilares los separaban de la cocina y la habitación: en sí, una casa sin paredes.

—Despierta; el desayuno esta listo.

—Ahh. —Las quejas eran escuchadas.

No mucho después el castaño arribaba a la pequeña mesa en la que comerían. Sus vendas estaban sin forma y algo descolocadas; el cabello desarreglado; y una mueca algo tiesa por mantener su cara contra la almohada.

Con un movimiento a su agarrotado hombro, se sentó en la silla sobrante; colocó sus codos y tocando la mejilla derecha de su chico, le regaló un "buenos días"; se sintió satisfecho cuando este se sonrojó y correspondió con las mismas palabras, pero algo trabadas.

Sin tomarle más importancia, ambos comenzaron su delicioso desayuno. Cuando este concluyó la pareja recogió lo utilizado y lo llevó al lugar correspondiente; Chūya se colocó un mandil de mezclilla y comenzó a lavar los objetos usados; por su parte, Dazai limpió el rellano. Hablaron lo que muchos llamarían trivialidades, pero que para ellos eran los temas más interesantes.

Chū, sigo pensando que deberías cambiar la hora de tu alarma; es molesta por la mañana. —Se quejaba.

—¿Por qué es molesta? Además, si le cambiase la hora, no alcanzaría a realizar el desayuno y llegar a tiempo al trabajo.

—Si, si, lo sé... Igual no deja de ser molesta.

—Ya, pero no me has dicho la razón.

—Es más que obvio, Chūya: usa la cabeza.

—Ay, ¿no puedes simplemente, decírmelo? —Sus reniegos iniciaban.

—De acuerdo, si tanto insistes, te los diré. —Se encogió de hombros— Me molesta, porque cada vez que despierto, estas lejos de mi... —dijo con un puchero, como si de un niño pequeño al que se le negó jugar con los mayores, se tratara.

—Mmm. —Volteó una vez más a mirar su acción, pues no quería sonrojarse y delatar lo feliz que se sentía.

—Me voy; no creo regrese tarde. —Se despedía el mafioso.

—Cuídate. —Le deseó, al momento de asestarle un beso en la mejilla.

—S-si. —Si que era bonito su Chūya.

El sonido de una puerta cerrándose fue la clave y la acción que separó a ambos.

Volviendo en sí, Osamu decidió concluir con sus deberes, pues, aunque no le importara si llegaba tarde o no al trabajo, aún debía de asistir..., por ello, decidió acabar lo más rápido posible.

Pero es que lavar un baño no era sencillo. Limpiar y tallar las paredes, junto a la respectiva puerta corrediza, hacían que sus ganas se fueran de golpe; además cuando escurría el jabón, si no lo hacía con cuidado mojaría sus ropas, lo cual le disgustaba. Así que, era natural, ver al castaño usando el único y compartido mandil del apartamento; su pantalón arremangado y un trapo cubriendo su cabeza: sí que era un exagerado.

Y ni hablar de barrer y trapear el piso, porque el polvo le provocaba estornudos, y el olor del químico para limpiar, le parecía muy fuerte, al punto en que sentía que se mareaba.

Oh, pero no, que doblar la ropa no era su fuerte. Por alguna razón, ninguna prenda de su novio era sencilla de doblar: algunas requerían de ser colgadas y planchadas, lo cual más de una vez le provocó ampollas en los dedos; otras si eran dobladas, y guardadas en un gran ropero, pero a diferencia de lo demás, debía de, o doblar desde abajo, o desacomodar el cuello, aplanar las mangas... y, ah, muchas formas más. Agradecía que no lavaba la ropa, y que no le importaba como quedara la suya.

Y cuando concluía, se sentía dichoso y salvo. No quería saber más de posibles insectos, o, en su defecto, más suciedad que le implicaran levantarse. Por suerte, su cama era cómoda, lo que le otorgaba un agradable descanso.

Una vez bañado, vestía sus comunes ropas, tomaba su teléfono celular, las llaves del lugar, y salía de lo más calmado, como si llegar tarde no fuera un impedimento.

Hacía sus calmos y sencillos trabajos en la agencia, logrando así llegar temprano a casa. No obstante, al pasar por algún supermercado, frecuentaba comprarle algún presente a su bello chico: en este caso, un pequeño Kiss.

Subía por el elevador, importándole poco si alguna anciana lo necesitaba... Llegaba y se recostaba; leía algún libro; y esperaba el arribamiento de su persona favorita.

Cuando esta lo hacía, lo besaba y besaba, tanto que el otro parecía artarse; cenaban juntos; y regalaba su presente: el cual, siempre alegraba a Nakahara, tanto que demostraba con facilidad sus emociones. Y al ser solo dos, el lavar de trates solo se reducía a una acción de cinco minutos.

Por ello, al ver al otro libre de cualquier actividad, lo elevaba con sus brazos y lo llevaba hasta la matrimonial cama: ahí ambos cambiaban sus ropas a unas caracterizadas como pijamas. Después de aquello, lo abrazaba y lo mantenía junto a sí; al punto en que los dos terminaban derrotados por los brazos del esperado Morfeo.

Y así, la rutina continuaba su curso, repitiéndose y repitiéndose. En su vida, las acciones rutinarias siempre le aburrieron; en su vida, hacer quehacer le molestaba; en su vida, sentir que aquellas emociones por las ya mencionadas, ya no le sucedían, ahora le agradaban: y aquello, nunca sucedía. Por primera vez, amaba su pacifica vida.

それはそれでした [Eso Fue Todo]  «Sōkoku»Donde viven las historias. Descúbrelo ahora