Especial 5: De viaje [2]

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Subir todas aquellas, pero pocas y también, ostentosas, maletas, fue, asegura Dazai, su trabajo más sencillo, en cuanto a el viaje a referido.

El hecho de que iban a recorrer las grandes carreteras de Japón, obviamente por tierra, era un hecho que se mantuvo dentro de la mente del moreno, por al menos, todo el tiempo que llevo la realización de ese elaborado regalo. 

Sabía conducir, aquello no le preocupaba, no obstante, su licencia había sido retirada con anterioridad por haberse estacionado en el peor lugar posible, afuera de la cochera del jefe de policías de Yokohama..., o algo así, ¿la razón? Desconocida. Y como no le dió importancia a aquel auto, jamás hizo por recuperarlo; hasta días antes de su viaje: a lo cual desistió, cuando Chuya le presentó la opción de utilizar su coche... En cuanto a su licencia, pues estuvo día con día tratando de conseguirla, tras haber pagado la multa, pues, el haber dejado de usarla por tanto tiempo, provocó que se saltará las renovaciones... En fin, el punto es que, ahora ya la tenía.

Asimismo, aquello les permitió viajar como esperaban.

Sin embargo, ninguno imaginó que el viaje en carretera sería de más de cuatro horas, casi cinco; o al menos no los ojos de Osamu, que se cansaban con gran constancia. En ocasiones, Nakahara se ofreció para cambiar de puestos, mas, aquello no le agradaba en lo absoluto a Dazai, el cual quería darle lo mejor a su lindo novio; a cambio, aceptaba los emparedados que este le otorgaba: hechos ese mismo día por el poseedor de sorprendentes ojos azules. 

—Mm, sabroso. —Saboreó con delicadeza cada trozo de pan que se le había sido otorgado.

Por su parte, el otro joven, daba una que otra mordida al suyo, junto a aquel frasco contenedor de leche; cuando el moreno quiso de esta, Nakahara se encargó de colocar una pajita, que serviría para que el líquido enfrascado pudiese ser cargado por el peli anaranjado, y así, Osamu, no desviará su vista del volante y de la carretera.

De tal forma que su camino se volvió ameno y tranquilo: platicaban de ellos mismos, y generalmente, se tiraban carrilla: aquello nunca iba a desaparecer.


—De acuerdo; este es el sitio en el que tenía planeado nos quedáramos, mientras nuestra estancia fuera Kioto —confirmó aquel detective de cabellos ondulados.

—¿Iremos a otra parte? —cuestionó su contrario; y al contestarle con un simple "sí", este volvió a hablar— Claro; entonces, entremos.

Tomó su mano, y al instante en que las personas del servicio llegaron para llevarse sus equipajes, este salió corriendo, jalando consigo al castaño en el proceso. Estando en recepción Dazai se encargó del papeleo sobrante, el cual no se había completado por unas cuantas llamadas; al momento en que terminó, una mucama se acercó a ambos, para así, guiarlos a su habitación.

—Sientanse comodos. —Con una leve reverencia y una sonrisa, la mujer de blanquecina piel, dejó a la pareja en el sitio indicado.

Aquel ryokan, poseía una inigualable elegancia, tan puro y sofisticado; quién diría que por unos cuantos yenes, conseguiría algo así, y en Kioto, para empezar: bendita sea la economía japonesa, pensó.

Y es que sí, aquel sitio era increíblemente bello y hermoso, tanto, que por poco toma por sorpresa al poco honesto moreno. 

La madera con la que era perfeccionado, le daban un toque de vejez, y a su vez, de novedad; el tatami, encargado de ser el piso, lograba hacer un simple y detallista contraste con aquellas paredes. Por supuesto, los delicados muebles y objetos ya situados previamente, lograban que la mirada de uno mismo, se perdiera en ellos; pues al parecer pequeños en comparación a todo lo demás, destacaban con magnifiquidad... 

No mucho después, ambos decidieron darse una vuelta por lo que era la fantástica ciudad en la que se hallaban. No estarían mucho en lo que era ese sitio; así que aprovecharían cada segundo como fuese posible.

Al estar en su sitio tan tradicional como lo era esa parte de Japón, el encontrarse con alguna, sino es que la mayoría de transeúntes poseedores de algún kimono, o en su defecto, alguno más formal..., provocó que ambos, quisieran adaptarse más al ambiente del lugar. Buscando una de las sofisticadas tiendas en aquella ciudad, ambos al dejarse en manos de los profesionales, terminaron con la compra de dos yukatas, respectivamente: pues querían algo ligero, y lo menos formal posible. 

En cuanto a los costos, Dazai los contemplo y claro que los tenía calculados, no obstante, es ahí cuando pensó, maldita sea la economía japonesa: pues no esperaba aquellos precios: eso sí logró sorprenderle.

Completamente vestidos, salieron a pasearse. 

Y como, era frecuente que los turistas arribarán a Kioto como una de sus principales opciones, ambos se encargaron de aprovecharse de cualquier ventaja y turismos del lugar. 

Por razones esperadas lo que más se les mostró, fueron aquellos templos característicos de la cultura japonesa. Sus estructuras tan hermosas, y perfectas... Otorgarles conocimientos sobre la antigüedad de la ciudad: como esta llegó a poseer a la mejor fuerza de samuráis armados, en el periodo Tokugawa: el shinsengumi; y como también, en su momento, fue la capital de Japón.

Además su visita a los campos de árboles de cerezos (sakura), no hizo falta de esperar. Esa belleza inmaculada, pura y sin profanación alguna, era bastante notoria en aquellos hermosos pétalos color rosado. Y a pesar de que en Kioto, ya empezaban a marchitarse, el pequeño momento en que lograron verlos, rozarlos y tocarlos, fue suficiente para hacerlos sentir satisfechos.

Más allá de la naturaleza en la sakura, se encontraban otras maravillas más, como el célebre bosque de bambú. Ese sitio maravilloso, contenedor de un sin fin de brotes de tales tallos; el padre de incontables leyendas, conocidas hasta la época, como la de Kaguya-sama. Y si me lo permiten, el sitio favorito de Chuya, en todo su recorrido por Kioto; en cuanto a Dazai, no tuvo alguno, pero a lo que más gusto le tomó, fue a la hermosa arquitectura.

Durante su agradable paseo por aquella característica ex-capital, el ingerir de alimentos, se presentó más de una vez; por lo que no era novedoso, ver a los chicos comiendo algodón de azúcar, takoyaki, manzanas acarameladas, y demás sabrosuras.

Pero cuando los pies del pequeño Nakahara, no pudieron más, fue Dazai, quien al cargarlo entre sus brazos, lo llevó de regreso al ryokan.


それはそれでした [Eso Fue Todo]  «Sōkoku»Donde viven las historias. Descúbrelo ahora