59

104 15 3
                                    

el temblor en las manos del sueco era notorio aun sosteniendo la taza de té, el italiano lo miraba paciente esperando a que el omega dijera algo, pero no podía, las palabras no salían de sus labios, era como si de repente esas ansias descomunales de contar todo se fueran desvaneciendo en el aire que tampoco se dejaba colar por sus pulmones

la mano del italiano pasó por sobre la mesa y tocó las del omega, poniendo una sonrisa dulce y calmada, diciendo con la mirada que todo estaba bien, que quedaba en él el contar o no las cosas, el sueco frunció los labios simplemente antes de soltar en llanto, no podía, simplemente no podía hablar, ¿Por qué ahora que tenía a alguien que lo iba a escuchar no podía hablar? ¿Por qué lo que pidió por años no pasaba?

El lotha se levanto de su silla y abrazo al sueco con cuidado, este se cubría la boca para no emitir sonido alguno, se sentía fatal mientras se ahogaba en su llanto, el italiano lo consolaba en silencio, sin decir palabra, no sabía que hacer con el sueco así de mal, solo se le ocurrió no dejarlo, pues había sido el mismo el que había abierto la herida con esa simple y a la vista inocente pregunta que no buscaba hace mal sino quitarse de encima esa duda amarga y bruta

El sueco en cambio si tenía para decir, tenía muchas cosas atravesando su garganta, empujando para salir en una vomitiva de desahogo de cosas que durante años no pudo decir, cosas que durante toda su vida se fue guardando porque no había nadie que realmente lo quisiera escuchar si confirmar su miedo de ser acusado y de ser juzgado como si fuera él el que tuviera la culpa de lo que le habían hecho

-y-yo... Italia... -- murmuró como pudo el sueco, ahogado y casi sin aire como si le pidiera un socorro del cual el italiano no sabía muy bien como dar

-déjalo salir... está bien...-- le contestó el mayor acariciando la espada del sueco que solo lloraba sin consuelo mientras se abrazaba a si mismo sin poder tocar al italiano por un miedo del cual no podía darse a explicar, simplemente no podía moverse más que cubrirse de un peligro que ya no estaba, que hacía años no estaba pero que aun lo perseguía sin descanso

.

.

.

.

.

.

.

.

.

La mirada del sueco se perdía entre el manto de las estrellas, su cuerpo cubierto por una manta y el pasto bajo su cuerpo, el italiano lo observaba desde unos metros detrás, no había dicho una palabra, no respondió a su pregunta, pero si le dio una respuesta, una respuesta que en silencio solo confirmaba que era un si que quería ser un no y una culpa y un asco lo cubrían en una negación que por más que se dijera en mil idiomas seria siempre una mentira cruel para un corazón maltratado que buscaba solo un poco de paz

-¿podrías sentarte conmigo? – se escucho la voz rasposa del sueco, el italiano no dijo nada, solo obedeció y tomo lugar junto al sueco, lo miraba preocupado, el cómo se aferraba a la manta cubriéndose lo máximo que se podía, como trataba de ocupar el menor lugar posible y como se perdía entre un mar de pensamientos – ocho... -- dijo de la nada el sueco luego de unos segundos en los que dejó sus ojos cerrados, apretándolos al sentir que le ardían por las lágrimas que otra vez quería negarse a soltar

- ¿ocho que cariño? – pregunto el italiano tomando un posición mas cómoda al abrazar una de sus rodillas contra su pecho

- tenía ocho cuando paso... cuando empezó a pasar... -- respondió, el italiano lo miro con una mezcla de miedo y de angustia, el sueco soltó un suspiro y abrió los ojos, aun no bajaba la mirada del cielo

mi guerrero inca  (CH Argentina)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora