Rojo XXVII

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El rojo de sus ojos se había oscurecido, su mente no se encontraba siendo capaz de entender que era lo que acababa de ocurrir, no se sintió como si fuera él mismo, cundo pensó en lo que hizo no pudo evitar recordar a cierto dragón, cosa que lo hizo temblar, después de tanto tiempo, tanto que ni siquiera recordó cuanto, él sintió miedo una vez más, miedo de sí mismo, miedo de lo que fuera que ahora él pudiera ser, aun así, cuando escucho el sonido de pasos recuperó la compostura, su mirada volvió a ser la misma de siempre y solo recibió a una preocupada Wiene.

-Tranquila – él dijo con una sonrisa – todo está bien.

Ignorando el hecho de que las lágrimas de sangre que se secaban en sus mejillas, él abrazo con calidez a la voiuvre, sonriendo como si nada hubiera ocurrido, como si la espada que estaba tirada a su lado no tuviera sangre humana en su hoja, como si él no acabara de matar tanto a monstruos como humanos sin pensar mucho en ello, de hecho, no dudo ni siquiera un segundo en acabar con sus vidas, solo permaneció ahí, tranquilo, terminado por dormirse en ese lugar, la sensación opresiva que estaba emitiendo sobre el lugar yéndose en ese momento.

- ¿Quién será el verdadero monstruo? – la arachne pregunto viendo al peliblanco, sus palabras siendo solo para ella misma.

Su mirada cayo en sus compañeros, en sus hermanos, luego vio la entrada de la sala en la que estaban, el resto de los Xenos aparecieron, el afán visible en el rostro de algunos, ellos, que tuvieron tiempo para entender lo que pudo haber ocurrido al ver las cosas sin una sorpresa, comenzaron una discusión con cierta gárgola argumentando que si no hacían algo solo volverían a ser atacados y que lo más probable era que en la próxima ocasión fueran capaces de capturarlos a todos, cosa que incluso logró convencer a Lyd de dejar de tener una posición tan suave.

-Dime, Gros – un agotado Bell dijo con su cabello tapando sus ojos mientras se ponía de pie con Wiene en sus brazos – ¿Qué crees que sucederá si van tras ellos justo ahora?

-Ya no eres ese chico – la gárgola entendió, entonces, cuando el cabello negro volvió y sus ojos quedaron a la vista, él no vio a un humano, vio a un monstruo – devolverán el ataque sin ninguna duda.

-Exacto – Bell respondió manteniendo a una dormida Wiene – ¿Quieren escapar?

- ¿Y a dónde iríamos?

-Hace un tiempo, cuando me liberé por primera vez, destruí un pueblo entero, llevándolo a la ceniza, está lejos de aquí, tan al sur que nadie ha ido.

- ¿Cuándo te liberaste? – la gárgola cuestionó viendo a esos ojos rojos – ¿Qué eres en realidad?

-El Calabozo, su madre, ya lo sabe, no debería pasar mucho para que ustedes lo entiendan.

-Si de verdad eres lo que pienso, tendría sentido que hubieras entendido a Arles en ese momento.

-La persona que conocen como Bell en este mundo justo ahora son tres seres, Kairós, la imitación de un dios, Bell, el aventurero capaz de lo imposible y yo.

Ante la vista de cierto espíritu, escamas negras parecieron crecer en alguna partes del cuerpo del chico, sus colmillos, antes normales se afilaron como si fueran los de un tipo de reptil, sus pupilas se rasgaron y el rojo carmesí se apagó, brillando ahora con una malicia todavía peor a cualquiera que hubiera mostrado antes el ser que estaba parado en medio de todo, el ser que tal y como los monstruos del Calabozo aceptaron, sería el heraldo mismo de la destrucción, un ser que estaba conflictuado consigo mismo, queriendo por una parte destruir todo lo que estaba delante suyo y por otro, evitar la propagación del terror, de la desesperación y la angustia.

-Sé donde está su base, pero primero traigan a ese toro que siento en los pisos profundos, todavía necesito este cuerpo para moverme arriba, si de repente apuntan a Bell como a un enemigo, me tocará permanecer más tiempo oculto.

Aquel de ojos rojosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora