Epílogo

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"Nuestro futuro en un cuadro"

Unos cuantos años más tarde
(Seattle, diciembre)

Gin.

Ladeo la cabeza y miro mi reflejo en el espejo. Mi pelo largo está recogido en una coleta alta y tensa, mi vestido rojo se ajusta perfectamente a mis curvas, y el maquillaje es sencillo obviando el pintalabios, que es más rojo que mi atuendo.

Es una ocasión demasiado especial como para no ir hecha un fuego, como dice mi mejor amiga.

El revuelo en mi casa debería estresarme, pero desde que vivo fuera, nada me gusta más que oír a mi familia gritar, pelearse y hablar con un tono de voz chirriante.

El tiempo ha pasado, las cosas han cambiado, pero mi amor por todos ellos sigue estando intacto, como el primer día, aunque a veces me vuelva una insoportable.

—Nos espera el coche ¿te queda mucho?

Mamá da dos golpes en la puerta y entra, sonriendo cuando me ve así vestida. Ella también va hecha un pivón, y es que los años no le dan por pasar por casa.

—Ya estoy, solo estaba retocándome un poco.

Megan asiente y después de unos segundos frunce su ceño, acercándose sigilosa hacia mí y agarrando mis manos —¿Estás nerviosa?

¡Que pregunta!

Tomo aire, soltándolo rápidamente después —Es la primera vez que expongo en un museo tan famoso, mamá ¿cómo crees que estoy?

—Pero te han llamado precisamente a tí, para que seas la que exponga, supongo que eso significa que tienes un hueco hecho en este mundo.

—Tengo miedo que todo sea por influencia, que lo hayan hecho por ser hija de.

Mamá niega, rodando sus ojos —Gin, el gerente del museo ni siquiera me conocía, y la prensa ya solo pregunta por tus obras, así que deja de pensar mal.

Tiene razón, no quiero ser una creída, pero mis cuadros no son malos, y el ritmo al que están creciendo, no me lo hubiese imaginado en la vida.

—No puedo creer a donde estoy llegando, mamá.

Megan sonríe, acercándose a besar mi mejilla —Y todavía te queda mucho camino por recorrer, Gin. Sabemos que no tienes techo.

—No me cansaré de ir a por más, pero tampoco quiero volverme loca, sabes como es el mundo del arte.

Asiente —Lo sé muy bien, mi vida, por eso siempre hay que tener los pies en la tierra y los ojos en el cielo.

Asiento yo de vuelta y mi madre acaricia mis manos, mirando después el pequeño anillo que adorna mi dedo.

—Es precioso.

Sonrío —No podía ser de otra manera.

—Es detallista como él solo.

—Es perfecto en todos los sentidos.

—Entonces no te pregunto si estás segura ¿no? —mamá me mira directamente a los ojos —¿Vas a dar el paso?

—Mamá, respondí estando completamente segura.

Niega, agarrando mis mejillas —Lo sé, mi vida, además vas a casarte con alguien a quien quiero mucho y sé que te va a querer muy bien.

—No dudes nunca de eso, Megan —Noah aparece en mi antigua habitación con las manos metidas en los bolsillos y sonrío, observando lo guapo que va —Además, el amor que siento por tu hija va incrementando por día.

LA SOMBRA DE LAS MARIPOSAS Donde viven las historias. Descúbrelo ahora